En la vida hay que saber aceptar la derrota; en política, con más razón, porque el empeño en sostenella y no enmendalla cuesta caro. Desde el primer momento, el Gobierno de Zapatero se empeñó en que E.On no podía hacerse con Endesa y puso todos los impedimentos habidos y por haber para impedir a los alemanes la entrada en el mercado eléctrico español por esta vía. Lógicamente, la Comisión Europea tomó cartas en el asunto y ahora estamos en la que estamos, con España camino del Tribunal de Luxemburgo.
Por supuesto, todos estamos de acuerdo en lo que dice el vicepresidente económico del Gobierno, Pedro Solbes, respecto a la utilidad de que haya una presencia española en el capital de Endesa para mantener un "enfoque español". Claro que sí. Pero es que este lío ha venido porque el Gobierno se ha dedicado a jugar al aprendiz de brujo y a hacer experimentos con cosas bastante menos neutras que la gaseosa. Fue el Ejecutivo quien inició todo este lío con su pretensión de dar Endesa a los nacionalistas catalanes a través de Gas Natural, en cumplimiento del Pacto del Tinell, sin tener en cuenta que la eléctrica presidida por Manuel Pizarro no es una empresa pública sino una compañía privada que tiene unos dueños, que son, en definitiva, quienes toman las decisiones sobre qué hacer con ella. Zapatero se saltó este principio fundamental a la torera y quiso forzar lo imposible: que una empresa de tamaño medio como la gasista controlada por La Caixa se hiciera con una que es vez y media más grande que ella. Como es lógico, a Gas Natural le faltaba dinero para acometer tan ambiciosa operación; de ahí su fórmula de pagar en metálico un 35% del precio ofrecido por Endesa y el resto en acciones. Pero como aquello era insuficiente para que la eléctrica terminara en las manos del grupo industrial de La Caixa, el Gobierno intervino una y otra vez tratando de forzar como fuese la venta.
Endesa, lógicamente, se defendió. De esta forma E.On entró en el juego. La eléctrica necesitaba un caballero blanco y, además, el Gobierno había abierto la caja de Pandora en lo relativo al sector energético español, poniendo también en peligro a Repsol e Iberdrola. Aquellos polvos trajeron estos lodos y, por eso, los alemanes, que cuando Gas Natural lanzó su OPA estaban tratando de hacerse con Scottish Power, ahora están aquí. Es Zapatero quien, en última instancia, los ha traído con su política insensata de meterse en camisas de once varas, con esa inmadurez propia de un niño egoísta que ve algo que se transforma en su objeto de deseo y se lanza a por ello sin pararse a pensar que sus acciones pueden tener consecuencias. Luego llegan éstas y, nuevamente a causa de la inmadurez, se niega a afrontarlas. Es así como está actuando Zapatero en todo momento en el asunto de Endesa. Nunca calculó que si el Gobierno abría la veda de Endesa, otras empresas europeas podrían querer venir de caza al coto energético español. Nunca quiso admitir que impedir a E.On, o a cualquier otro, entrar en el mercado español por la vía de la OPA, en estas circunstancias, le iba a acarrear múltiples problemas con la Comisión Europea. Y nunca entendió que la eléctrica alemana está respaldada por el Gobierno del país más poderoso de la Unión Europea, el que paga una buena parte de las facturas de la misma y con el que, por tanto, no se juega así como así.
A una torpeza siguió otra, esto es, tratar de impedir que E.On se hiciera con Endesa violentando principios básicos de la UE como los de libertad de establecimiento y de circulación de capitales. Poco después de hacerlo, Zapatero tuvo que rectificar por lo que se le podía venir encima, pero sólo lo hizo en parte. El presidente del Gobierno se ha empeñado en demostrar que aquí quien manda es él y se negó a retirar todas las condiciones que la Comisión Nacional de la Energía impuso a E.On después de que el Ejecutivo ampliara sus competencias para que la CNE pudiera ser el instrumento de sus deseos. Luego, desde Moncloa se trató de organizar un núcleo duro español dentro de Endesa que plantara cara a los alemanes, pero a la llamada solo acudió Acciona; todas las demás empresas y entidades financieras con quienes se contactó desde la Presidencia del Gobierno se negaron a sumarse a la estrategia, en parte por su alto contenido político, en parte porque no se fían de Zapatero. Acciona, por tanto, se quedó sola y sin capacidad de hacer más de lo que ha hecho puesto que ese 21% de Endesa con el que se ha hecho la constructora de los Entrecanales tiene un valor equivalente a la capitalización bursátil de Acciona. Gas Natural tampoco tiene capacidad para responder ni a la mejora de la oferta de E.On hasta 35 euros ni a la que, previsiblemente, puede venir ahora que se ha desbloqueado todo el proceso. En consecuencia, nadie puede, o nadie quiere, plantar cara a los alemanes.
En estas condiciones, el sentido común aconseja que Zapatero se diera por vencido ya que no hay nada que hacer y los costes de persistir en su actitud pueden ser muy elevados, en términos de imagen de nuestro país en el exterior y, como consecuencia de ello, en términos de afluencia de inversiones extranjeras a España. Aún así, el presidente del Gobierno insiste en mantener una posición insostenible contra viento y marea. Pero esto no es más que el recurso al pataleo, una actitud infantil que después se paga. Y caro.