El antropomorfismo es habitual en las humanidades y ciencias sociales, quizá porque permite dar cuenta simple de fenómenos complejos, pero es un camino resbaladizo hacia el error. Nada menos que el circunspecto Instituto Nacional de Estadística ha afirmado que si las importaciones crecen más que las exportaciones eso equivale a un "peor comportamiento de nuestra balanza exterior de bienes y servicios".
Este lenguaje corresponde a órganos técnicos y profesionales, y una versión pueril de la contabilidad nacional lleva a que en las universidades se enseñe que el sector exterior deficitario "detrae" puntos del crecimiento del PIB, con lo que cabe suponer que un empobrecimiento generalizado, cuya consecuencia inevitable es un freno a las importaciones, sería una excelente noticia.
Hay que pensar primero en los catedráticos, porque allí empieza el equívoco que después llega a los medios transformado en una retórica apocalíptica que identifica al sector exterior como "ese gran desagüe por el que se escapa una parte importante del crecimiento".
La idea de que es bueno exportar y malo importar es una antigua falacia mercantilista: como no hay países que hagan transacciones sino personas físicas o jurídicas, en un contexto de mercado es tan bueno hacer una cosa como la otra. De no ser así, llegaríamos al absurdo de suponer que el paraíso sería no importar nada, y el infierno importarlo todo. En realidad, si hay exportaciones o importaciones es porque hay personas con bienes transables en un caso, o con recursos convertibles en divisas en el otro, y en ambos casos se trata de muestras de competitividad y productividad (salvo circunstancias especiales en donde hay bienes valiosos de amplio mercado y demanda inelástica, como el petróleo, que bastan para compensar casi cualquier ineficacia).
Entonces, ¿nunca es malo el déficit exterior? Lo es cuando el intervencionismo lo distorsiona con medidas tales como la expansión de la liquidez, la manipulación del tipo de cambio o cualquier otra interferencia en los mercados de exportación e importación. Esto puede provocar problemas e incluso crisis, pero al abordarlos nunca se habla de la conducta de las autoridades. Es como cuando sube la inflación y todo el mundo lo explica, evidentemente, por "el mal comportamiento del pollo".