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Ricardo Medina Macías

Tugurios de América Latina

Por muy conmovedor que sea ese interés tan tierno, rogamos a la autoridad que permanezca en sus límites. Que se limite a ser justa, nosotros nos encargaremos de ser felices.

Pareciera haber una relación directa, de causa a efecto, entre el afán modelador de las políticas públicas intervencionistas y la progresiva aparición de tugurios –físicos y morales– en vastas regiones de América Latina.

Después de unos 30 años de residir básicamente en Europa, el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique regresó a su país y lo encontró deprimente, empobrecido material y moralmente, "tugurizado" dice, acuñando un expresivo neologismo. Intento traducir todo lo que quiere decir Bryce cuando lamenta la "tugurización" de Lima, que también podemos encontrar en Buenos Aires, en Río, en la Ciudad de México y en Caracas. Esta situación consiste en fealdad urbana, desánimo, expropiación de los espacios de convivencia pública –calles, plazas, jardines- por parte de mafias vinculadas a grupos políticos o a gobiernos específicos, corrupción extendida, inseguridad y violencia, basura y desaparición de todo espíritu cívico.

Las causas próximas de la "tugurización" son las políticas sociales enfocadas al clientelismo político y de corte asistencial; un débil o hasta inexistente régimen de derechos de propiedad; regímenes tributarios plagados de excepciones y tratos especiales para satisfacer los intereses de grupos de presión; un débil o hasta inexistente Estado de Derecho por la impartición incierta y arbitraria de la justicia, con amplias manchas de impunidad que cada día se extienden; y una agobiante intervención del gobierno –en sus distintos niveles– en la vida económica, vía monopolios estatales, fijación de precios y tarifas clave (energéticos, transporte público) y barreras de entrada a los mercados que inhiben la competencia en sectores estratégicos.

 

Todo esto tiene una causa última: el abandono del Estado como garante de los derechos de las personas por un concepto de Estado modelador de la felicidad.

Hay, además, en esta usurpación del Estado –que se erige como supremo filántropo– una degradación moral para la sociedad y para cada uno de nosotros. Hemos renunciado a las virtudes personales –digamos, la generosidad o la compasión hacia el débil– porque el Estado omnipresente y omnisciente se encarga –nos han dicho– de ser compasivo y generoso por nosotros... con nuestro dinero. Podemos desentendernos de nuestros ancianos y de nuestros enfermos porque ya vendrá el Estado con su política social y su sistema de pensiones (ruinoso) a cubrir nuestra ausencia... con nuestro dinero. Hemos renunciado a labrar la felicidad propia y ajena porque el Estado nos ha prometido que él se encargará de hacerlo por nosotros.

Uno de los autores favoritos de Benito Juárez, el liberal de carne y hueso, no el Juárez mitológico y beatificado, fue Benjamín Constant (1767-1830). Escribió Constant sobre "los depositarios de la autoridad": "¡Están tan dispuestos a evitarnos todo tipo de pena, excepto la de obedecer y de pagar! Nos dirán: '¿Cuál es en el fondo la finalidad de vuestros esfuerzos, el motivo de vuestros trabajos, el objeto de vuestras esperanzas? ¿No es la felicidad? Y bien, esa dicha, dejadnos actuar y os la daremos'. No, señores, no dejemos que actúen. Por muy conmovedor que sea ese interés tan tierno, rogamos a la autoridad que permanezca en sus límites. Que se limite a ser justa, nosotros nos encargaremos de ser felices".

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