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Carlos Rodríguez Braun

Peligro, mercado

Para el señor Marín la intervención pública es identificable con lo "social". Es decir, la política, la coacción legítima, es identificable con la sociedad. Es decir, el individuo queda supeditado al poder. Es decir, el fascismo.

José Luis Rodríguez Zapatero proclamó: "Los mercados son importantes, pero para el Gobierno los ciudadanos lo son más". Esto desvirtúa los contenidos del mercado, y lo retrata como algo distinto de los ciudadanos. Es una bobada solemne, claro, porque no hay mercados sin ciudadanos, pero no es una bobada inocua, porque si uno cree que es el Gobierno el que cuida realmente de los ciudadanos, entonces admitirá que les arrebate su libertad y su dinero. Por su bien, claro, y para protegerlos de los peligros del mercado...

Sobre el reciente filme acerca del caso Enron, el crítico de El País concluyó: "La película es brutalmente efectiva, y más aún su lección principal: cuidado con dejar al mercado a su libre arbitrio". Esta es la vieja patraña de la ley de la selva: el Gobierno debe intervenir y recortar la libertad de la gente porque el mercado libre es peligroso. Pero no hay mercados en la selva, precisamente porque allí rige la ley de la selva. Los mercados requieren instituciones, o sea, límites, como la seguridad física y jurídica, como la propiedad privada y la libertad de contratar. Así, "libre arbitrio" no significa que el robo o la estafa puedan ser practicados sin consecuencias, sino exactamente lo contrario.

Ahora bien, dichas instituciones imprescindibles para la sociedad abierta no justifican la expansión del Estado sobre los ciudadanos. Si eso sucede, entonces debemos tener cuidado, salvo que seamos como Fernando Marín, portavoz de Izquierda Unida en la Asamblea de Madrid. Este señor acusó primero a Esperanza Aguirre y los suyos de ser "talibanes del mercado". La retórica es muy interesante: se asocia el mercado con terroristas, con fanáticos criminales, con algo que nunca puede ser bueno. Don Fernando perpetra esta monstruosa etiqueta al criticar la Ley del Suelo madrileña que, como está orientada por principios algo menos intervencionistas que antes, es para él "antisocial, porque abandona todo principio de intervención pública". Esto es una exageración, pero lo interesante es el fondo del argumento, porque para el señor Marín la intervención pública es identificable con lo "social". Es decir, la política, la coacción legítima, es identificable con la sociedad. Es decir, el individuo queda supeditado al poder. Es decir, el fascismo.

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