Junto con la tarea de reconstruir la economía, México emprendió una apertura comercial decisiva que ha arrojado múltiples beneficios. El crecimiento de la economía en los últimos años habría sido aún menor o probablemente negativo sin apertura comercial.
Suele olvidarse que antes del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, a finales de la década de los ochenta, México emprendió una atinada apertura comercial unilateral que arrojó beneficios inmediatos; lo cual, por cierto, prueba que la apertura por sí misma –aun sin necesidad de acuerdos comerciales bilaterales o globales– incrementa la productividad y beneficia sobre todo a las economías que toman la iniciativa de eliminar o disminuir aranceles y demás barreras al comercio.
Pese a estos beneficios innegables, persisten en México propuestas, actitudes y alianzas políticas que recelan de la apertura comercial o se oponen a ella. Hace poco, por ejemplo, un empresario mexicano distribuidor de automóviles decía ante un perplejo auditorio de estudiantes de economía: "Se nos ha pasado la mano con la apertura comercial y el neoliberalismo, hace unos años competíamos cinco marcas de autos en México y hoy son más de una veintena, lo que nos obliga a vender a precios de remate". Al fondo del auditorio la jeremiada de este negociante fue interrumpida por una exclamación espontánea: "¡Vaya, si los precios bajos y la variedad son los males del neoliberalismo, que nos den más de esos males!"
La miopía de algunos políticos –que no atinan a pensar en términos de beneficio a los consumidores y suelen ver sólo el limitado interés de grupos de productores organizados políticamente– les hace aceptar propuestas absurdas, como la de seguir postergando la apertura comercial en materia de algunos granos básicos, como el maíz o la de "revisar" el TLCAN para reducir la apertura.
México requiere más, no menos apertura. México requiere más, no menos globalización. México requiere más, no menos competencia. Si algo ha obstaculizado el crecimiento de la economía ha sido la persistencia de barreras de entrada en áreas clave de la actividad económica, desde el transporte aéreo hasta las telecomunicaciones, pasando por los energéticos y los medios de comunicación electrónicos.
Algunas de estas barreras, especialmente a la inversión, atentan también contra un régimen de pleno respeto a los derechos de propiedad. Salvo excepciones, los llamados organismos empresariales en México tienden más hacia el proteccionismo que a la libertad comercial y de inversión. No pocos actores y organizaciones políticas, de viejo y de nuevo cuño, han prosperado a la sombra de intereses proteccionistas o, como sucede en el caso de la industria farmacéutica y los medicamentos, alentando leyes y reglamentos que lesionan los derechos de propiedad, bajo el pretexto de "nacionalismo".
¿Qué se esconde detrás de los llamados a "cambiar de modelo" económico? ¿Acaso la propuesta descabellada y absurda –ruinosa para los consumidores mexicanos, que a la postre somos todos– de volver al modelo de una economía cerrada?