Es posible que la prudencia aconseje dejar pasar unos días, los que nos separan de las elecciones catalanas, antes de negociar una retirada honrosa para el alcalde de Madrid. En asunto de cálculos, tiempos y estrategias no le voy a dar yo lecciones a un zorro de probada astucia como es don Mariano. Pero, por prudencia y por simple egoísmo, el candidato a la Moncloa del PP no puede quedarse sin el principal argumento electoral ante el PSOE, que es precisamente el de la bajada de impuestos, porque el alcalde de Madrid sea no un verso suelto, sino una horrísona disonancia. En realidad, tampoco Gallardón puede permitirse entrar en un proceso de enfrentamiento con su partido del que siempre saldrá perdedor. Lo de decir que Rajoy sólo tiene que decir una palabra para retirar su plan o que no seguiría ni un minuto de alcalde sin su respaldo, puede pasar como chulería a la desesperada, pero ese reto es, a medio plazo, insostenible.
Precisamente porque la presentación de su atraco impositivo es un fraude moral y hasta legal a los votantes del PP, Gallardón debe reconsiderar y minimizar su asalto fiscal a los madrileños. Y como no hay una voluntad expresa de hacerle la pascua –más bien es él quien parece empeñado en hacerse daño a sí mismo– el PP puede preparar una fórmula que le permita quedar bien a Rajoy y no muy mal a Gallardón. Puede presentarse como una campaña de aclaración, dado que, como suele decirse en estos casos, “se han interpretado mal sus propuestas”. Y reformularlas radicalmente. Como gesto de buena voluntad política, es deseable. Como necesidad de Rajoy, inevitable. Y de Gallardón, también. ¿Que quiere que sea Rajoy el que se lo pida? Bueno, pues que se lo pida o se lo mande, pero que lo haga. A su manera y sin perder la cara, pero que rectifique. Todos ganarán. Y los contribuyentes perderemos menos.