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Francisco Cabrillo

George Stigler publicaba poco

Entre las peculiaridades que tiene la vida académica en nuestros días no es la menor el interés – en algunos casos obsesión– de los profesores universitarios que quieren triunfar en la profesión por publicar un gran número de trabajos de investigación en forma de libros y artículos en editoriales y revistas prestigiosas. Las razones son diversas. En unos casos, se trata de dejar una huella personal en el avance de la ciencia o de las humanidades; en otros, de demostrar ante los colegas nuestra valía científica; y en otros, por fin, de la necesidad de publicar para mejorar la situación laboral y conseguir el tan deseado contrato permanente, en las universidades que siguen este modelo o ganar unas oposiciones en los países en que éste es el sistema que prevalece. La universidad americana ha popularizado una frase que resume muy bien esta situación, y muestra, además, la dureza que puede alcanzar la profesión en algunos casos: “publish or perish”, es decir “o publicas o eres hombre muerto”, al menos en lo que a la vida universitaria hace referencia.
 
¿Quién iba a decir al profesor Stigler, que algunos años más tarde sería galardonado con el premio Nobel, que esta obsesión por el número de publicaciones le iba a poner un día en un curioso compromiso? George Stigler ha sido uno de los economistas más brillantes de la segunda mitad del siglo XX. Nacido en 1911, en el Estado de Washington, nuestro economista tuvo una trayectoria profesional típica de la universidad americana. Doctor por la universidad de Chicago, obtuvo su primer contrato en una pequeña institución en el estado de Iowa. Allí pasó por una curiosa experiencia, que creo que no es única desde luego, entre quienes empiezan a impartir clases en la universidad. Cuenta Stigler en su divertida autobiografía Memorias de un economista que preparó concienzudamente aquel curso, que iba a ser el primero de su vida. Llegó al aula con la confianza de tener controlada la situación y dio su clase, aparentemente con buenos resultados. El problema, sin embargo, vino después, cuando se dio cuenta, con desesperación que en una sola clase había utilizado prácticamente todo el material que tenía preparado para el curso entero.
 
Pero, en fin, superada esta dificultad, y terminado el curso sin más sobresaltos, Stigler empezó una carrera académica muy destacada, que culminaría en la Universidad de Chicago, en una de las épocas más brillantes del departamento de economía de esta institución, que es la que más premios Nobel de economía, por cierto, ha producido en el mundo. Allí coincidió con economistas de la talla de Milton Friedman, Ronald Coase o Gary Becker, por citar sólo algunos de los más conocidos, entre los galardonados con el Nobel. Sus trabajos de investigación se centraron en el área de la microeconomía, la teoría y práctica de la regulación y la organización industrial, materias éstas últimas en la que su obra ha ejercido una influencia determinante.
 
Entre quienes fueron sus colegas en el departamento de economía de Chicago estaba un brillante profesor, que no logró el premio Nobel, pero que podría haberlo conseguido si no hubiera fallecido prematuramente, Harry Johnson. Johnson era un canadiense que, tras enseñar en Canadá e Inglaterra, llegó a Chicago el año 1974, como especialista en economía internacional y economía monetaria, e hizo aportaciones muy relevantes al estudio de las finanzas internacionales y las políticas de ajuste de la balanza de pagos. Pero era conocido también por su enorme capacidad para escribir artículos. Creo que ningún economista contemporáneo ha podido escribir un número de páginas tan grande y en tan poco tiempo como él. En su leyenda está, por ejemplo, la historia de que llevó cabo un trabajo de investigación en una travesía en barco entre Estados Unidos e Inglaterra. Como era inevitable, no todos sus textos tenían el mismo nivel de calidad; y sobre todo, muchas repeticiones eran inevitables.
 
Parece que, en cierta ocasión, un periodista decidió escribir un reportaje sobre los economistas de Chicago. Y, tras haber hablado con Harry Johnson, fue a entrevistar a Stigler. Y no se le ocurrió otra cosa que comentarle que acababa de estar con otro profesor, que era más joven que él y que, sin embargo, había publicado muchos más artículos. A Stigler no debió gustarle demasiado la observación y, con la ironía que le era habitual, le respondió: “Es verdad. Pero es que mis artículos son todos diferentes”.

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