L. D. / EFE.- A finales de la pasada semana, el primer ministro de Alberta, Ralph Klein, se entrevistó con el vicepresidente estadounidense, Richard Cheney, para asegurarle el compromiso de esa provincia para ayudar a EEUU a superar su crisis energética. Al fin y al cabo, la energía es la principal exportación canadiense a Estados Unidos.
En 2000, sin contar la electricidad, Canadá exportó petróleo y gas a Estados Unidos por más de 25.000 millones de dólares. Canadá proporciona a los estadounidenses el 15 por ciento de las necesidades de gas y el 9 por ciento de petróleo. En cuanto a la electricidad, las exportaciones, principalmente procedentes de Québec y Columbia Británica, se sitúan en torno a los 2.700 millones de dólares.
Por si no quedase clara la postura del Gobierno canadiense, en abril, ante la crema y nata de la industria petrolera del país, Chrétien volvió a reafirmar la disposición canadiense. "El planteamiento de nuestro Gobierno a todas estas excitantes oportunidades energéticas será dirigido por un inquebrantable compromiso a mercados competitivos y justa regulación. Vamos a arremangarnos y vamos a empezar a trabajar juntos", dijo Chrétien en Calgary.
Calgary y la provincia de Alberta se han convertido en el punto de referencia para prácticamente el resto de las provincias canadienses. Gracias a sus exportaciones de petróleo y, sobre todo, de gas, la provincia se ha convertido en la Arabia Saudí del país no sólo por su riqueza, sino por sus reservas de petróleo. Las últimas estimaciones se cifran en 300.000 millones de barriles, superiores a las del país árabe, aunque este petróleo se encuentra mezclado con arena y precisa un costoso proceso para su extracción.
A pesar de ello, los superávit presupuestarios de Alberta en los últimos años han permitido a la provincia pagar por completo su deuda externa hasta el punto que el pasado invierno el Gobierno regaló centenares de dólares a los habitantes de la provincia para cubrir sus gastos de calefacción. El resto de provincias del país miran con envidia la situación de Alberta y se han lanzado a una desenfrenada carrera por encontrar pozos petrolíferos y de gas, de la que de momento sólo se han librado Québec y Nunavut.
Todo en aras del Programa Nacional de Energía de Bush, que paradójicamente se opone de forma radical a otro plan con el mismo nombre que en los años 80 impulsó en Canadá el primer ministro Pierre Trudeau para evitar la absorción de la industria petrolera canadiense. Ahora Canadá no tiene demasiados problemas para aceptar la desaparición de las fronteras económicas o para mirar hacia otro lado en lo que se refiere a preocupaciones medioambientales, como ha demostrado la venta en junio de Gulf Canada Resources a la estadounidense Conoco por 6.400 millones de dólares.
En 2000, sin contar la electricidad, Canadá exportó petróleo y gas a Estados Unidos por más de 25.000 millones de dólares. Canadá proporciona a los estadounidenses el 15 por ciento de las necesidades de gas y el 9 por ciento de petróleo. En cuanto a la electricidad, las exportaciones, principalmente procedentes de Québec y Columbia Británica, se sitúan en torno a los 2.700 millones de dólares.
Por si no quedase clara la postura del Gobierno canadiense, en abril, ante la crema y nata de la industria petrolera del país, Chrétien volvió a reafirmar la disposición canadiense. "El planteamiento de nuestro Gobierno a todas estas excitantes oportunidades energéticas será dirigido por un inquebrantable compromiso a mercados competitivos y justa regulación. Vamos a arremangarnos y vamos a empezar a trabajar juntos", dijo Chrétien en Calgary.
Calgary y la provincia de Alberta se han convertido en el punto de referencia para prácticamente el resto de las provincias canadienses. Gracias a sus exportaciones de petróleo y, sobre todo, de gas, la provincia se ha convertido en la Arabia Saudí del país no sólo por su riqueza, sino por sus reservas de petróleo. Las últimas estimaciones se cifran en 300.000 millones de barriles, superiores a las del país árabe, aunque este petróleo se encuentra mezclado con arena y precisa un costoso proceso para su extracción.
A pesar de ello, los superávit presupuestarios de Alberta en los últimos años han permitido a la provincia pagar por completo su deuda externa hasta el punto que el pasado invierno el Gobierno regaló centenares de dólares a los habitantes de la provincia para cubrir sus gastos de calefacción. El resto de provincias del país miran con envidia la situación de Alberta y se han lanzado a una desenfrenada carrera por encontrar pozos petrolíferos y de gas, de la que de momento sólo se han librado Québec y Nunavut.
Todo en aras del Programa Nacional de Energía de Bush, que paradójicamente se opone de forma radical a otro plan con el mismo nombre que en los años 80 impulsó en Canadá el primer ministro Pierre Trudeau para evitar la absorción de la industria petrolera canadiense. Ahora Canadá no tiene demasiados problemas para aceptar la desaparición de las fronteras económicas o para mirar hacia otro lado en lo que se refiere a preocupaciones medioambientales, como ha demostrado la venta en junio de Gulf Canada Resources a la estadounidense Conoco por 6.400 millones de dólares.