España tiene un problema con la temporalidad. Según los datos de Eurostat, nuestro país tiene la segunda tasa de contratos temporales sobre el total de toda la UE: un 26%, sólo nos quedamos por detrás de Polonia en esta clasificación. Y no es un problema sólo por la cifra. En otros países con un porcentaje elevado, buena parte de esos trabajadores están en esa situación lo hacen por elección propia: estudiantes que buscan un empleo durante unos meses, personas que se incorporan a ocupaciones cíclicas para ganarse un sobresueldo, contratos formativos... En nuestro país, no: el 85% de los españoles con un contrato temporal declaran que querrían un empleo fijo pero no son capaces de encontrarlo. Mientras tanto, en Suiza, por ejemplo, el porcentaje de empleo temporal no deseado es del 11%; en Alemania, del 15%; y en Holanda (un país en el que son muy comunes este tipo de modalidades contractuales), del 31%.
Todo lo anterior es más o menos conocido. Quizás no las cifras exactas pero sí que hay un problema, que es muy importante y que genera enormes distorsiones en el mercado laboral, en las perspectivas de futuro de muchos españoles, en el desencanto de los jóvenes (los más perjudicados por este fenómeno) respecto de la marcha del país o en la productividad de las empresas.
Ya sea por este motivo o por otros, lo cierto es que esta peculiaridad de nuestro mercado laboral ha ganado peso en la discusión pública en los últimos años. Desde 2014 España está creando empleo: durante buena parte de los últimos cuatro años ha sido el país de la UE en el que más puestos de trabajo se han generado. Pero ahora el foco de atención no es tanto si sube o baja el paro, sino que se ha puesto en la precariedad y la calidad del empleo. En esa discusión, la cuestión de la temporalidad-dualidad es clave. ¿Por qué nuestro país tiene este porcentaje de empleo temporal? ¿Es algo coyuntural? ¿Es una consecuencia inevitable de nuestra estructura productiva o es consecuencia de la legislación?
A la hora de responder a estas preguntas, la reforma laboral de 2012 a menudo es vista como la principal culpable del empeoramiento (supuesto) de los últimos años. Es una asociación casi automática en medios de comunicación, comentaristas y partidos políticos: precariedad-reforma laboral, temporalidad-Gobierno de Mariano Rajoy, salida de la crisis con peores condiciones respecto a cómo entramos en la misma... El problema es que las cifras no apuntan en esa dirección. Sí, hay temporalidad. Y sí, hay mucha temporalidad. Pero no hay más que en 2007-08, ni tampoco hay más que en la última expansión económica de finales de los 90. De hecho, hay bastante menos. En la comparación, tanto con la salida de la crisis de los 90 (años 1996-2002) o con los años previos al estallido de la burbuja inmobiliaria (2005-2008), uno de los rasgos más destacados de la situación actual es que hay un porcentaje de empleo fijo muy superior al de aquellos momentos.
Las cifras
En esta dirección marchan las dos últimas estadísticas publicadas (EPA del primer trimestre de 2018 y paro registrado de abril) son quizás las que reflejan de forma más clara este fenómeno. Por ejemplo, en la Encuesta de Población Activa se recoge que el empleo indefinido creció en 278.000 puestos entre marzo de 2017 y marzo de 2018; mientras que el temporal lo hizo en 173.000 empleos. Es decir, más del 61% del empleo creado fue indefinido. En los dos años anteriores había ocurrido lo contrario.
En la estadística que lleva el Ministerio de Empleo (la del paro registrado), se refleja que en el pasado abril se firmaron 189.671 contratos indefinidos, la cifra más elevada de la serie histórica para ese mes. En el acumulado enero-abril, se han firmado 730.359 contratos fijos: en 2017, en esos cuatro meses, fueron casi cien mil menos (631.110) contratos indefinidos; en 2016 no llegaron a los 600.000, en 2015 superaban por poco los 500.000 y en 2014 apenas alcanzaron los 425.000. Es decir, en cuatro años, el número de contratos indefinidos firmados entre enero y abril ha crecido en 300.000.
Aquí llegan dos preguntas. Si todas estas cifras son ciertas, ¿son mentira los titulares que dicen que más del 90% de los contratos firmados en abril son temporales? ¿Y aquellos que dicen que la tasa de temporalidad ha crecido en el último año? Ambos datos son ciertos, pero sin una mínima explicación no aportan demasiada luz.
Respecto del primero, lo del número total de contratos temporales y fijos, hay que recordar lo obvio: no tiene por qué haber una relación entre el número de cada modalidad contractual y la tasa de temporalidad. Un ejemplo: diez amigos están buscando un empleo durante un mes; nueve firman un contrato fijo y uno firma 20 contratos temporales (trabaja como camarero en eventos y firma un contrato por cada día de trabajo). El 90% de estos trabajadores tiene ahora un empleo fijo pero, al mismo tiempo, casi el 70% de los contratos firmados son temporales.
Esto no quiere decir que no sea importante la contabilidad de contratos fijos y temporales. Por ejemplo, en los últimos meses se ha visto un repunte de las contrataciones de muy corta duración (menos de una semana), algo preocupante y que habría que analizar con cuidado. Pero que el número de contratos temporales supere el 80-90% es lo habitual, incluso en mercados más o menos expansivos, por una pura cuestión estadística: un contrato fijo se firma una vez y surte efecto en ese trabajador durante meses o años; uno temporal se puede renovar casi cada día.
La otra cuestión, la del incremento de la tasa de temporalidad requiere una explicación un poco más larga. En primer lugar, según la EPA, en España hay 15.792.000 asalariados, de los que 11.669.000 (74%) son indefinidos y 4.123.000 (26%) son temporales. Como hay tres veces más indefinidos que temporales, incluso un incremento de empleados fijos por encima de los temporales (como ha ocurrido en el último año) puede hacer que suba la tasa de temporalidad (100.000 nuevos fijos pesan menos en 11,7 millones que 50.000 nuevos temporales en 4,1 millones). Con estas cifras, para que suba el porcentaje de empleo fijo no sólo tiene que haber más trabajadores en esa situación, sino que los nuevos fijos tienen que superar a los nuevos temporales en una tasa de 3 a 1.
Pero es que además hay otro fenómeno fundamental que no podemos olvidar y que está reflejado en la siguiente tabla, con los datos de asalariados en los primeros trimestres desde el año 2001.
Como vemos, en el primer trimestre de 2008, había en España 11,9 millones de empleados con contrato fijo y 5,1 millones de temporales (17 millones de asalariados). Cinco años después, en marzo de 2013, las cifras eran de 10,9 millones de fijos y 3,1 de temporales (14,2 millones): es decir, incluso aunque cuando comenzó la crisis había más del doble de trabajadores indefinidos, dos terceras partes de la destrucción de empleo afectó a los temporales. Sí, se perdieron un millón de empleos fijos, pero entre los temporales fueron dos millones.
Por eso, si miramos la tasa de temporalidad podemos observar un fenómeno curioso: el mejor momento de las últimas tres décadas (si queremos decir tasa de temporales más baja) fue a finales de 2012 y comienzos de 2013. En marzo de ese año, la tasa de temporalidad era inferior al 22%, a años luz del 32-34% que hemos llegado a tener. Pero es complicado pensar que eso era una buena noticia: si había bajado tanto era sólo por una cuestión estadística, que no puede esconder el hecho de que se habían destruido 3 millones de empleos. En este punto, era casi inevitable que la recuperación trajese aparejada un incremento de la tasa de temporalidad: buena parte del empleo destruido había sido temporal y también era lógico que lo fuera buena parte de los primeros empleos creados cuando comenzó el crecimiento.
Las razones
En este punto, habría que analizar las razones por las que en España se usa tan a menudo este tipo de contratos. En todo el mundo, las empresas necesitan flexibilidad para hacer frente a imprevistos: desde un competidor que les gana cuota de mercado, a un cambio en los gustos de los consumidores o a la necesidad de cambiar las líneas productivas para centrarse en un producto y descartar otros. En España, la regulación hace que sea muy difícil y muy caro rescindir o incluso cambiar las condiciones de un contrato indefinido (y lo era mucho más antes de las dos reformas de 2010 y 2012). Por eso, las empresas saben que necesitan de un cierto colchón que les proporcione esa flexibilidad. Y ese colchón acaban siendo los temporales. Para muchos de estos trabajadores es injusto, pero también es casi inevitable con esta regulación. En otros países con menos rigideces en el mercado laboral, los despidos son más sencillos, pero también las contrataciones y la movilidad de los trabajadores entre diferentes puestos.
También por eso es habitual que en España de las crisis se salga con más empleo temporal: los empresarios no las tienen todas consigo y no saben cómo de sólida es la recuperación. Muchos balances siguen cuadrando sólo con mucho esfuerzo y el miedo permanece en el ambiente. Tras un batacazo como el de 1991-1995 o 2008-2012, quien más quien menos se lo piensa muy mucho antes de hacer nuevas apuestas. Y en España, si no estás seguro, la legislación te empuja a que contrates temporales.
En 2016, Fedea presentó el siguiente estudio titulado "El efecto de la Reforma Laboral de 2012 sobre la dualidad y el empleo: Cambios en la contratación y el despido por tipo de contrato" se apunta a que los cambios legislativos de aquel año no sólo no supusieron un empeoramiento de las condiciones sino que, al contrario, incrementaron las posibilidades de ser contratado, de no ser despedido, de encontrar un empleo fijo y de que el empleo temporal durase algo más que antes de la reforma. Eso sí, no hay motivos para la complacencia: los autores de aquel informe alertaban del "efecto positivo pero aún insuficiente de la reforma en términos de reducción de la extrema dualidad laboral". De nuevo, vemos que hay un avance pero también que queda mucho por hacer. Denunciar el problema parece correcto, pero plantearlo como una anomalía histórica o decir que son cifras excepcionalmente malas como consecuencia de la reforma de 2012 no se sostiene.
En este sentido, de todas las cifras del cuadro anterior, se pueden destacar dos datos muy significativos y que nos dicen que ésta es una recuperación algo atípica y que ese problema de dualidad-temporalidad que afecta a todo nuestro mercado laboral, aunque sigue siendo muy grave, lo es menos que hace 10 o 20 años. Seguimos siendo una anomalía en Europa por la temporalidad, pero si acaso, una buena noticia de esta recuperación es que esa anomalía es algo menor:
- Si miramos la cifra de asalariados en el primer trimestre, el año en el que más cerca estábamos de la situación actual en términos absolutos era 2006. En aquel momento, en pleno pico de la burbuja inmobiliaria, en España había 16 millones personas con contrato, por 15,8 millones en la actualidad.
Lo que cambia es el reparto: en 2006 había 10,7 millones de fijos y 5,3 millones de temporales; ahora hay 11,7 y 4,1 respectivamente. Es decir, con un número de asalariados muy similar, lo que tenemos es un millón más de indefinidos y 1,2 millones menos de temporales. Y la tasa de temporalidad es 7 puntos inferior. Por lo tanto, esa imagen tan habitual en los medios en los últimos años de que estamos en máximos de precariedad o temporalidad (y asociar esto a la reforma de 2012 del PP) es claramente falsa.
- Lo mismo ocurre si comparamos los años 2018 y 2001. En los dos casos, hablamos de una situación de relativa prosperidad: la crisis había terminado 4-5 años antes y el país llevaba un lustro de creación continuada de empleo.
En este caso, los datos que casi cuadran son los del número de contratos temporales: en 2001 había 4.058.000 asalariados en España con contrato temporal; en marzo de este año suman 4.123.000 (unos 70.000 más). ¿Y los fijos? Pues 8.620.000 en 2001 y 11.669.000 en 2018: tres millones más ahora mismo. De nuevo, lo que nos dicen las estadísticas es que la salida de esta crisis y la situación del mercado laboral en España es mucho mejor que la de hace dos décadas.
¿Los datos podrían ser mejores? Por supuesto. ¿Hay mucho que cambiar? También. ¿En muchos países europeos no admitirían estas cifras de paro o temporalidad? Ni se imaginan una situación así. ¿Estamos, como dicen muchos, en un momento especialmente negativo en términos de precariedad o temporalidad respecto a otros momentos de nuestra historia reciente? Ni de cerca.