En los últimos días estamos escuchando mucho la expresión modelo de turismo, y además la estamos escuchando en un contexto que me produce repugnancia: tras esos famosos peros que sirven para justificar lo injustificable o mostrar comprensión por lo incomprensible. Pongamos un ejemplo: "Estoy en contra del uso de la violencia, pero es cierto que hay que revisar el modelo de turismo". Bien, pues hablemos por tanto de ese modelo del turismo que tan malo debe de ser.
Lo primero que a cualquier observador externo le llamaría la atención es que se cuestione el modelo turístico de España, el tercer país del mundo por visitantes internacionales y el segundo por ingresos (77.000 millones se dejaron por aquí los turistas el 2016, y este año las cifras están creciendo a buen ritmo).
Por otro lado, si alguien se esforzase en pensar en la cuestión unos treinta segundos se daría cuenta de que hablar de un único modelo de turismo en España es poco menos que ridículo. España tiene miles de modelos turísticos: la oferta popular, fiestera y económica de Benidorm, por ejemplo, no tiene nada que ver con la tranquilidad, naturaleza y alto estanding de Altea, y se trata de dos localidades separadas por sólo diez kilómetros.
No es verdad que el modelo de turismo de España sea único, ni que esté enfocado a una oferta masiva y barata, ni que sea el responsable de vaya usted a saber qué dramas sociales o qué terribles catástrofes ecológicas –al menos no ahora, hace unas décadas puede que sí se hayan cometido errores medioambientales–.
Pero es que, además, cuando ha habido algún intento de generar otros tipos de turismo, todos los que ahora braman por el cambio de modelo han puesto el grito en el cielo. Recordemos lo que se dijo sobre Eurovegas, que era precisamente importar a España una de las pocas ofertas de las que prácticamente carecemos: hoteles gigantescos, juego, espectáculos de alto nivel y una apuesta brutal por lo que se llama el turismo MICE (encuentros, incentivos, conferencias y exposiciones, por sus siglas en inglés), un sector extraordinariamente rentable.
Eurovegas y sus sucesores eran modelos diferentes, estaban apartados de las ciudades –es decir, no contribuían a la masificación del centro histórico– y se enfocaban a clientes de alto o altísimo poder adquisitivo, pero ninguna de esas virtudes tenía en esos casos la importancia que parecen tener ahora.
Me dirán que el juego es muy malo, pero no es sólo eso: ¿qué han venido diciendo en las últimas décadas esos mismos defensores del cambio de modelo con cada nuevo proyecto de un campo de golf? Y si hay un tipo de turismo poco masivo y rentable, ese es el de golf, eso no lo puede negar ni Alberto Garzón.
Quizá el modelo de turismo que estos lumbreras quieren para España sea el de jóvenes solidarios con rastas que visiten nuestras ciudades y nuestras playas con sus alpargatas y sus sacos de dormir; muy rentable no parece, pero no hay que descartarlo en un país tan estúpido como para que tengan éxito y repercusión los que en la misma frase dicen "go home" al turista y "welcome" al refugee.
O quizá el modelo de turismo que les gusta es, simplemente, el no turismo: como ya hemos dicho, es lo lógico cuando estás en contra de la prosperidad.