Ha ocurrido. Años después del rescate bancario que sólo rescató cajas públicas, ha quebrado un banco privado. Y en este proceso el Estado no ha puesto un duro, porque se ha llevado a cabo mediante el denominado bail-in, lo que implica que quienes pierden su dinero son sus 300.000 accionistas. Accionistas como yo.
Compré acciones del Popular cuando era el banco mejor gestionado de España –y hasta de Europa, se decía entonces– con la intención de mantenerlas a largo plazo, como hice con muchas otras empresas españolas, acciones que en su mayor parte mantengo. Pero llegó Ángel Ron, un firme candidato al título de peor banquero de la historia, y se montó un plan para hacer crecer al banco, que hasta entonces siempre había preferido la rentabilidad al tamaño, que básicamente consistía en entrar en el inmobiliario a saco dos minutos antes de que la burbuja explotara. Su ineptitud me ha costado mi dinero, sí, pero sólo en parte. Pude haber vendido a la baja hace años, pero confié en que acabarían echando a ese inútil y remontarían con el tiempo. No ha sido así, pero conocía el riesgo que tomaba y, del mismo modo que no pienso darle a usted ni un duro de las ganancias que pueda tener con otras acciones y fondos, tampoco le voy a pedir que pague mis pérdidas del Popular.
Ni siquiera debería estar sujeto a discusión. Nuestro dinero y nuestras decisiones de inversión son, pues eso, nuestras, y salvo casos extremos de analfabetos que firman con una equis porque se lo dice un comercial y ejemplos similares, tanto las pérdidas como las ganancias deberían ser asumidas por quien toma el riesgo. Pero tras el calentamiento de Afinsa y Fórum Filatélico llegaron las preferentes, y con ellas la sociedad española, sus políticos y sus jueces decidieron que quien arriesgaba sus ahorros no debía perder su dinero si su desgracia aparecía en las televisiones.
Pero nunca jamás se deben socializar las pérdidas. Eso era así con las preferentes, con las acciones de Bankia que no compré cuando me ofrecieron y ahora con unas acciones con las que sí he perdido dinero. La responsabilidad es la cara B de la libertad: si yo puedo elegir el destino al que dedico mis ahorros, debo afrontar la consecuencia de perderlo si no acierto, exactamente igual que debo poder disfrutar de los frutos de una buena inversión. Pero parece que la gente se ha creído las trolas de los anticapitalistas, que dicen que las empresas siempre ganan porque viven de explotarnos y tal. Pues no. El capitalismo funciona, entre otras cosas, porque es un sistema de ensayo y error: si las empresas se equivocan, pierden dinero; y si se equivocan mucho, quiebran. Dejarlas morir es tan imprescindible para un sistema de libre mercado como dejarlas prosperar.
El rescate de la banca pública nos ha costado hasta la fecha a los contribuyentes unos 60.000 millones de euros. El de la banca privada sólo nos ha costado dinero a los accionistas. Y eso es lo que debería pasar siempre. Con el Banco Popular como con Olivetti, Kodak o Blockbuster. No hay que buscar fantasmas, no hay que indemnizar a nadie. A mí, tampoco.