Esclavismo. Explotación. Excesos. Pisos patera. La polémica de los becarios en los restaurantes españoles se nos ha ido de las manos. Lo que comenzó con un par de reportajes sobre las condiciones de trabajo en algunas de nuestras cocinas más famosas ha terminado en un debate social sobre una realidad que siempre ha estado ahí, desde los aprendices en los gremios de la edad media que trabajaban durante años a cambio de un sustento y de aprender los rudimentos del oficio. Y como en ocasiones ocurre, ha habido mucho más ruido que análisis.
En realidad, lo que casi nadie se ha planteado es si tiene algún sentido trabajar gratis. Porque parecería que estos chicos (y ya no hablamos sólo de los pinches de las cocinas Michelin) dan algo a cambio de nada. Cómo puede ser que un acuerdo tan desequilibrado y en teoría tan desfavorable para una de las partes esté tan extendido. ¿Hay racionalidad económica detrás de la figura del becario? ¿Es España un caso aislado? ¿Qué opinan estos jóvenes? Las siguientes son algunas preguntas que pueden servir para centrar un poco el debate.
¿Por qué?
Para esta primera pregunta nos apoyaremos en el informe Calidad, empleo joven, becarios y prácticas que publicó el Consejo de la Juventud (por cierto, un organismo que no tiende al ultraliberalismo precisamente) en 2013 y que se analiza en este comentario de hace unos días en la web de la UOC. Se trata de una encuesta a más de 1.000 jóvenes de entre 16 y 30 años de toda España.
Cuando surge este tema, la primera cuestión casi siempre tiene que ver con las condiciones económicas de la beca. Pues bien, en este informe se incluye una pregunta sobre si la compensación económica era suficiente para "cubrir las necesidades básicas de la vida". Y el 75% respondió que no: es decir, tres cuartas partes de los becarios españoles o no cobran o cobran un sueldo muy bajo que apenas compensa los costes de trabajar.
Y entonces, ¿por qué aceptarlo? Cada uno tendrá sus razones y el estudio no ofrece una división entre los becarios según sus condiciones. Es decir, no explica qué motivos dan los que cobran y qué motivos dan los que no cobran (sería interesante saber si las explicaciones son las mismas o difieren mucho). En cualquier caso, también hay una pregunta al respecto y se les dan tres opciones a los encuestados (ver imagen de debajo). El 27% dice que se hizo becario porque "no podía obtener un puesto de trabajo normal", un 54% porque pensó que podía ser "una oportunidad para el desarrollo profesional" y un 19% porque creían que sería una forma de "adquirir más conocimiento". Primera sorpresa: sólo 1 de cada 4 alega que ésta era su única opción laboral. Para el 73% restante, el motivo principal era obtener un beneficio concreto para su carrera. Un beneficio que puede tener una valoración económica, en dinero o especie, y que explica buena parte de la racionalidad económica de esta práctica tan extendida.
Porque, además, no es sólo que cogieran la beca por estos motivos. Es que además, por lo que dicen estos mismos encuestados, a la mayoría les salió rentable hacerlo. De nuevo, según los datos de este informe, el 88% dice que "las cosas aprendidas en este período han sido profesionalmente útiles" y el 86% afirma que "la ocupación de becario ha tenido utilidad para encontrar un empleo" a posteriori.
De esta manera, tras estas preguntas y respuestas se intuyen las razones por las que los jóvenes españoles quieren ser becarios. Podríamos dividirlas en tres grandes grupos:
- por una parte, por la posibilidad de engordar el CV, algo que les será útil en su futuro laboral
- en segundo lugar, por los contactos que hacen en sus empresas, clientes y proveedores, que les harán más sencillo meter la cabeza en el sector al que se quieren dedicar
- por último, por los conocimientos que adquieren. La educación formal y los títulos académicos tienen su importancia, pero al final, en muchos de los empleos (desde luego, en el de los cocineros, pero también en el de los periodistas) parece que los jóvenes candidatos creen que lo que se aprende en el mundo real es mucho más valioso que el temario de una asignatura de la carrera
Cada beca-empleo-sector es diferente. Por ejemplo, en el mundo de la cocina la beca es muy especial porque aporta dos extras que no son fáciles de encontrar en otros sectores. El primero es que una estancia prolongada en un gran restaurante tiene un peso enorme en el CV. El segundo es que un pinche que trabaje en un Dos Estrellas puede estar cocinando codo con codo con el chef genial del que quiere aprender (por poner el contraejemplo extremo: un becario en un banco nunca conocerá al directivo de la entidad). Por estas dos razones, entre otras, son tan codiciadas esas estancias. Y por eso hay cocineros de todo el mundo que están dispuestos a dejar su empleo, pagarse el billete a España y trabajar gratis durante uno o dos años. ¿Cuánto cuestan esas ventajas? ¿En cuánto las valora el mercado? ¿Cuánto vale el trabajo de estos jóvenes? Aquí Juan Ramón Rallo hace la cuenta (comparando el coste medio de una clase de cocina con el salario medio en España) y le sale favorable a los stagiers (y eso que no suma, porque es imposible, aspectos difíciles de medir como el networking o el peso del CV, que también tienen un valor económico y no menor).
Y en el resto de Europa, ¿qué?
La segunda pregunta tiene que ver con la realidad que nos rodea. Porque quizás el problema, más allá de lo que ocurre en las cocinas de nuestros chefs, es que nuestros empresarios son más malvados o nuestros jóvenes estudiantes más ingenuos que los de otros países. Pues tampoco. Para comparar utilizaremos este informe de Eurostat de 2013 sobre las prácticas laborales en la UE. Eurostat define "traineeships" (becas o prácticas en castellano) como el período de tiempo en el que un estudiante o un recién licenciado trabaja en un puesto en el que se supone que también adquiere una formación laboral. Lo diferencia así de un empleo normal y del "aprendizaje", que incluiría programas tipo FP Dual en los que se combinan trabajo y una formación más reglada.
Pues bien, con esto en la cabeza, los españoles no están precisamente entre los europeos que más períodos de prácticas o becas tienen. Más bien al contrario: la media de la UE indica que el 46% de los trabajadores comienza su carrera laboral a través de esta figura del trabajo de prácticas. En nuestro país es sólo del 35%. Por comparar, en Alemania esta cifra es del 74% y en Holanda del 79%. No sólo eso, sumando las tres categorías de puestos de trabajo que sirven para que los jóvenes se integren en el mercado laboral (becas–aprendizaje–trabajos de estudiante) nuestro país es uno de los que peores datos presenta. El 52% de nuestros jóvenes no ha tenido una experiencia en ninguno de estos formatos. Sólo griegos, rumanos o búlgaros están peor. Enfrente, apenas el 6% de los alemanes no accede al mercado a través de estos empleos, prácticas, formación o como queramos llamarlo.
No sólo eso, en los países más ricos de Europa lo normal es tener varios períodos de práctica en diferentes empresas (ver siguiente gráfico que incluye sólo a los que jóvenes que declaran han sido becarios). Así, en Francia el 41% de los trabajadores que en el pasado fueron becarios, tuvieron esa experiencia en 4 o más empresas y un 13% adicional en tres empresas. En Finlandia es el 36+21%, en Holanda el 31+21%... En España, son el 4% con cuatro o más becas y un 6% con tres.
Ninguna de estas cifras es una sorpresa. En Libre Mercado ya explicamos hace unos años cómo hay una estadística, a la que normalmente no se le hace mucho caso, pero que es muy significativa. Se trata de la experiencia laboral que los jóvenes de los diferentes países de la UE acumulan antes de llegar a los 30 años. Los españoles llegan a esa edad con menos de 5 años de experiencia profesional; holandeses o suizos, con más de 10. Y no es sólo por el paro juvenil (que también) sino porque en los países ricos de la UE es mucho más habitual que los jóvenes compaginen trabajos y estudios, sea en el formato que sea.
¿'Spain is different'?
Dicho esto, sí hay diferencias entre los datos de la encuesta para los españoles y para el resto de la UE. Los becarios no son iguales en todos los países. Por ejemplo, sólo el 5% de los españoles ha tenido alguna beca en el extranjero, el tercer porcentaje más bajo de la UE, sólo por encima de británicos y griegos.
También el momento en el que se cogen las becas hay diferencias. Por ejemplo, sólo el 20% de los españoles comienza las prácticas en la empresa mientras estudia y un 32% en los últimos meses en la universidad o FP. Es la cifra más baja de la UE. En los países de nuestro entorno es mucho más normal es que las becas se compaginen (al menos al principio) con los estudios durante un largo período.
En cuanto a la cuestión de los salarios, estamos en una posición intermedia. El 42% de los becarios españoles recibe compensación por su trabajo, una cifra que está más o menos en la media de la UE (40%). Eso sí, lo que cobran no es suficiente para vivir. En este punto coincide con la encuesta que veíamos anteriormente del Consejo de la Juventud. Sólo el 29% de los becarios españoles entrevistados para este estudio de Eurostat asegura que con lo que le pagaban podía cubrir sus necesidades básicas. También aquí somos el último país de la lista y quizás aquí se encuentre parte de la explicación de por qué las becas en España tienen tan mala prensa.
Eso sí, en todos los países de Europa (y España no es una excepción) la gran mayoría de los becarios afirma que lo aprendido en esta etapa les fue muy útil para su carrera profesional. Así, lo considera el 91% de los españoles (89% de media en la UE). No sólo eso, además, España es el tercer país en el que un porcentaje más elevado de los jóvenes asegura que el período de prácticas les sirvió para encontrar un empleo. De los participantes en el estudio de Eurostat, un 83% está de acuerdo con esta afirmación, cuando la media de la UE es de un 71%. Sólo en Irlanda y Rumanía el porcentaje es más alto.
Lo que queda es una foto con claroscuros: los jóvenes españoles tienen pocas becas y poca experiencia laboral. En general, está muy poco extendida la práctica de combinar trabajo y estudios y aún menos hacerlo en el extranjero, dos cosas que son relativamente comunes en otros países de la UE, especialmente en los más ricos. Más o menos a la mitad de los becarios españoles se les paga algo, pero poco. A cambio, 9 de cada 10 creen que la experiencia les sirvió (y mucho) para su mercado laboral y como medio de aprendizaje. Por esto último es por lo que están dispuestos a hacer algo que en principio parece contradictorio: trabajar gratis a cambio de aprender en el puesto de trabajo. Y es que en realidad no es gratis. Porque como decía Milton Friedman, no hay almuerzos gratuitos.
¿La beca como única opción?
Otra cuestión es por qué en determinadas profesiones (como el periodismo, por cierto) la beca se plantea casi como la única opción para entrar a trabajar. La razón es doble. Por una parte tiene que ver con la formación recibida en el colegio, la FP o la universidad. Las empresas sienten que lo que les han enseñado a sus futuros profesionales no es suficiente e intuyen que los primeros meses de trabajo estarán más dedicados a su formación que a lo que puedan aportar estos becarios.
Pero además, aquí habría que mirar a la legislación del mercado laboral. La famosa seguridad que en teoría aporta la normativa española a los empleados fijos tiene una consecuencia directa: las empresas se resisten a hacer contratos indefinidos y alargan al máximo las posibilidades legales (encadenar contratos temporales, contratos en prácticas...) al respecto. De esta manera, es habitual que haya jóvenes universitarios que se dejan una asignatura por aprobar sólo para poder acceder a una beca o un contrato en prácticas, una modalidad reservada a los estudiantes; o que se matriculan en otra carrera con el mismo objetivo. Alguien quizás debería plantearse cómo es de lógica una normativa que incentiva a que los universitarios españoles no quieran licenciarse o que mantiene durante años a esos mismos jóvenes encadenando becas-contratos de aprendizaje y contratos temporales casi hasta la cuarentena. Esto sí que es una excepción en Europa. Pero desde luego no es debido a que aquí las empresas tengan más facilidad para exprimir a sus jóvenes, sino más bien al contrario, a que se les ponen muchas trabas para organizar sus plantillas.
Dicho todo esto, al final, lo que resulta de las becas y los contratos en práctica es una transacción (en unos términos que en ocasiones son explícitos y en otras no): la empresa da formación, experiencia, entrada al mercado laboral y una red de contactos. A cambio, el estudiante-empleado aporta su trabajo y, con suerte, recibe un pequeño estipendio. Y cada uno siente que le sale rentable el acuerdo, porque si no, no lo firmaría. Hace 50 años se les llamaba aprendices o pasantes; ahora becarios. En resumidas cuentas, nada nuevo bajo el sol.