Japón perderá un tercio de su población en el año 2065, según los últimos estudios demográficos. Además, 40% de la población será catalogada como sénior y habrá 1,3 trabajadores por cada persona mayor de 65 años cuando, en el año 2015, esta tasa se situaba en 2,3 trabajadores.
El primer ministro japonés, Shinzo Abe, está tratando de implantar nuevas políticas que ayuden a frenar esta alarmante situación demográfica. Apoyar la robotización y las tecnologías que aumenten la productividad, intensificar la presencia de la mujer en el mercado laboral y, sobre todo, empezar a abrir la puerta a la llegada de extranjeros son algunas de ellas.
Aunque todo se antoja insuficiente para revertir este proceso. Pese a registrarse una cierta mejora, la tasa de natalidad sigue estando en niveles muy bajos. Según los investigadores, para mantener los niveles actuales de población, Japón debería acoger a unos 500.000 inmigrantes cada año, y en 2015 el país asiático recibió sólo 75.000.
Además, Abe tiene que lidiar con una población que no considera que la inmigración sea algo beneficioso para el país. Por eso ha tenido que enmascarar el nuevo rumbo de su política migratoria fomentando, por ejemplo, la contratación de empleados de baja cualificación o impulsando un programada para la integración de extranjeros. Atraer jóvenes estudiantes que, obtenido el graduado, decidan trabajar en Japón y fomentar el cuidado de los mayores también pueden son algunos de los objetivos que se plantea el Gobierno nipón.