Jean-Luc Mélenchon es el hombre de moda a una semana de la primera vuelta de las presidenciales francesas. Y no será porque sea una novedad en el panorama político francés. El candidato de la extrema izquierda fue ministro con Lionel Jospin hace quince años, es senador desde 1986 y ya se presentó como líder del Frente de Izquierda (una coalición formada alrededor del Partido Comunista francés) en las elecciones de 2012.
En aquella ocasión, Mélenchon se quedó muy por debajo de sus expectativas. En la primera vuelta sacó el 11,1% de los votos (menos de 4 millones de franceses le apoyaron) y fue superado con claridad por François Hollande (28,6%), Nicolas Sarkozy (27,2%) y Marine Le Pen (17,9%). De hecho, durante buena parte de la campaña para las presidenciales de este año parecía que ese 11-12% era más o menos el techo que la extrema izquierda tenía en Francia. A pesar de la coyuntura favorable (crisis económica, pésimos candidatos en los grandes partidos…) Melenchon seguía moviéndose en cifras que nunca tocaban el 15%. Casi todo el descontento parecía capitalizarlo Le Pen.
En las últimas semanas, el escenario ha cambiado. Mélenchon lo ha hecho bien en los debates televisados. No sólo eso, además se ha beneficiado del colapso de Benoît Hamon, el candidato que el Partido Socialista francés escogió en sus primarias. En el comienzo de la campaña, hubo quien planteó, desde el PS, que Mélenchon renunciara a su candidatura para hacer una especie de frente común en torno a Hamon. Una llamada al voto útil que permitiera que un candidato de izquierdas llegara a la segunda vuelta.
Ahora, aquel argumento se vuelve en su contra y es la extrema izquierda, aglutinada en torno al comunismo light del siglo XXI que representan Melenchon y su movimiento La France Insoumise, quien se postula para recoger los despojos que deja un PS en descomposición. La clave es moderar el lenguaje, endulzar las propuestas más radicales y jugar con una pose de modernidad que aleje los miedos del votante socialista tradicional. Y en cierto sentido lo están consiguiendo. A su favor juega el hecho de que el propio Mélenchon ha sido durante años miembro del PS, con el que llegó a ser ministro.
En esta coyuntura, y con un sistema electoral muy peculiar, que permite pasar a la segunda vuelta con poco más del 20% de los votos, la posibilidad de que Mélenchon supere la primera ronda empieza a cobrar cuerpo. Los favoritos siguen siendo Le Pen 22-23% de apoyos y Emmanuel Macron. Mélenchon ronda el 20%. Insuficiente por el momento, pero no es descartable su victoria (y tiene el viento de cola de unos sondeos que apuntan al alza en las últimas semanas). Si llega a la segunda vuelta, esos mismos sondeos apuntan a que perdería con claridad contra Macron, pero ganaría también con cierta holgura si su rival fuera Le Pen. Vamos, que toma cuerpo la posibilidad de que un candidato marginal, con el que nadie contaba hace un par de meses, se convierta en el nuevo presidente de Francia. Y muchos europeos se preguntan, ¿qué pide Mélenchon?
La economía de JLM
Hace unas semanas, en Libre Mercado comparábamos lo que el programa económico de Marine Le Pen y su Frente Nacional tenía en común con Podemos y Pablo Iglesias. Y sí, hay diferencias en cuestiones menores. Pero en lo sustancial (subida del gasto público, más impuestos, posición contraria a la actual UE, mucho más intervencionismo, proteccionismo comercial) hay muchas más semejanzas que divergencias. Si acaso, la principal diferencia está en detalles de la política social: las promesas de incremento del gasto público, de más ayudas estatales y de más intromisión del Estado en la economía son las mismas, pero la extrema derecha circunscribe estas ventajas a los franceses y la extrema izquierda asegura que serán universales, para todos los que estén o lleguen a territorio galo.
Así, no es ningún secreto que el programa de Mélenchon, en materia económica tiene enormes similitudes con el de Le Pen. Empezando por su rechazo a la UE: los dos aseguran que revisarán los actuales tratados y consultarán a los ciudadanos sobre la permanencia en el euro. También es verdad que en las últimas semanas, están moderando su discurso contra la moneda única, ahora ya no hablan tanto de ruptura inmediata como de renegociación, entre otras cosas porque saben que la salida del euro da mucho miedo a buena parte del electorado. Además, tanto el uno como la otra culpan a Bruselas y al Banco Central Europeo de los problemas de la economía gala. Y los dos piden que el BCE financie sus enormes programas de gasto público e insinúan que romperán la baraja europea si se niega.
Eso sí, cuando se les pregunta cómo pagarán esos grandes planes de inversión, cuando llega el momento de hablar de impuestos, tanto Le Pen como Mélenchon (también Iglesias) recurren al mismo argumento: los cientos de miles de millones de euros que prometen se financiarán única y exclusivamente con subidas tributarias a los millonarios y las multinacionales.
Los siguientes son los cuatro capítulos fundamentales del programa de Mélenchon en lo que tiene que ver con su política económica interna (dejamos para una segunda parte las implicaciones que tendría su victoria para la UE y la moneda única):
- Control estatal de las empresas: Mélenchon pide nacionalizar grandes compañías y revertir procesos de privatización. En ambos casos propone que el Estado pase a intervenir, en ocasiones de forma monopolística, todos aquellos sectores que considera estratégicos (transporte, energía, vivienda…): "Hacer efectivo el derecho de expropiación por parte del Estado de las empresas de interés general".
Pero su programa de control de la economía va mucho más allá. En realidad, lo que plantea es una nueva normativa que regule al máximo el día a día de las empresas y limite lo que sus propietarios puedan hacer con las mismas. En algunos casos, esta intervención se haría de forma directa por parte del Estado y en otros lo que propone es facultar a los representantes de los trabajadores para que controlen a los empresarios. Las medidas irían desde prohibir los dividendos en las empresas en las que haya habido despidos, obligar a que los sindicatos tengan voz y voto en las decisiones estratégicas de la dirección (desde cerrar una planta a venderla a un posible comprador), derecho de veto de los comités de empresas en los ERE, límites del 5% de contratos temporales en una empresa [10% para las pymes], volver a la prioridad absoluta de los convenios sectoriales sobre los de empresa en la negociación colectiva, escalas salariales con mínimos y máximos fijados por ley para cada compañía (nunca más de 20 veces entre uno y otro), control de los sindicatos sobre los salarios de los directivos…
- Jubilación y gasto 'social': también aquí hay enormes coincidencias con el programa de Le Pen. De hecho, la propuesta más conocida es calcada: devolver la edad de jubilación a los 60 años con 40 años de cotización para tener derecho al 100% de la pensión (el siguiente es sólo un ejemplo de lo mucho que se parecen ambos programas en cuestiones fundamentales, como el diseño del sistema de pensiones):
Mélenchon: "Retraite à 60 ans à taux plein avec une durée de cotisation pour une retraite complète à 40 ans"
Le Pen: "Fixer l’âge légal de la retraite à 60 ans avec 40 annuités de cotisations pour percevoir une retraite pleine"
Pero ni uno ni otra se quedan aquí. Los dos prometen mucho más gasto social para jubilados, jóvenes, mujeres, desempleados… No sólo eso, también aseguran que arreglarán de un plumazo el mercado laboral francés. Aquí puede haber divergencias en los números de las promesas, pero el planteamiento es el mismo. Así, Mélenchon asegura que creará "3,5 millones de empleos" a través de la "reducción del tiempo de trabajo, la economía rural, la transición energética, el sector público o los contratos para jóvenes". Además, promete que las empresas francesas dejarán de destruir empleo una vez que acabe con "los tratados de libre comercio" y ponga en marcha "medidas proteccionistas de urgencia para salvar las industrias estratégicas".
Como vemos, una de las claves en lo que hace referencia al empleo tiene que ver con la reducción del tiempo de trabajo. También aquí coincide Mélenchon con la extrema derecha. El planteamiento en los dos casos es que ya hay suficientes empleos en Francia y que lo hay que hacer es repartirlo para que todo el mundo tenga el suyo. ¿Cómo se reparte? Pues reduciendo el tiempo que los actuales trabajadores están en su puesto. Por una parte anticipando la edad de jubilación; por otra, haciendo obligatorias (y sin el recurso de las horas extra, que estarían muy penalizadas o prohibidas) la jornada de 35 horas y las seis semanas de vacaciones pagadas al año. De hecho, aquí Mélenchon va incluso más allá que Le Pen y pide "favorecer la transición a una jornada laboral de 32 horas semanales [cuatro días a la semana]". Y promete que todo ello se conseguirá, por supuesto, sin ningún tipo de reducción en el salario cobrado.
En cuanto a salarios y pensiones, todo lo anterior es compatible con la promesa de que llevará el sueldo mínimo y la pensión contributiva mínima a los 1.326 euros al mes y a 1.000 euros la pensión mínima (de cualquier clase que ésta sea).
- Inversión pública: el candidato de extrema izquierda asegura que lanzará un programa de 100.000 millones de euros de inversión pública en "grandes proyectos de interés nacional". A este plan le suma un proyecto para construir un millón de viviendas públicas y restaurar 3,5 millones de viviendas que necesitan de una "renovación ecológica" para ser más eficientes en cuanto al consumo energético. En vivienda, Mélenchon completa su programa con la promesa de "prohibir los desahucios" si no hay una alternativa viable para el ocupante y la garantía de que dará una casa a todos los habitantes del país, sea cual sea su situación.
En energía, promete comenzar el proceso de desnuclearización del mix eléctrico francés (aquí sí se diferencia de Le Pen, que apuesta por las actuales centrales) y anuncia nuevas y milmillonarias inversiones públicas para conseguir que en 2050 toda la energía llegue de fuentes renovables (vuelven las coincidencias con el FN, que también tiene un gran plan de subvención a las renovables). Además, pide la nacionalización de las empresas y promete que garantizará que todos los trabajadores que pondrán en peligro estas promesas (por ejemplo, en las minas o industrias contaminantes) serán recolocados y formados por el Estado en otros sectores. Junto a estos planes en el transporte, la energía y la vivienda, Mélenchon propone fuertes programas de inversión en la agricultura, los montes y el sector marítimo entre otros. También a la cultura francesa le promete un gasto público equivalente al 1% del PIB si es presidente. En realidad, en lo que se refiere a promesas de mucho más gasto, casi todos los sectores encuentran un hueco en el programa de Mélenchon.
- Impuestos: y todo esto, ¿quién lo paga? Ésta es la pregunta que todo el mundo se hace. Porque escuchando hablar a los candidatos de extrema izquierda y extrema derecha, todo parece encajar, al menos en la parte de las propuestas de más gasto. Le Pen y Mélenchon hablan como si hubieran descubierto la fuente de la felicidad fiscal. Todos los franceses trabajarán menos, cobrarán más, tendrán pensiones más altas, se jubilarán antes, habrá obra pública para dar empleo a los que no lo tienen, gasto para ayudar a todos los colectivos que lo necesiten y programas de apoyo para cualquier sector en dificultades. Y además, sin que al contribuyente galo de a pie le cueste ni un euro más.
Mélenchon, por ejemplo, incluso incluye una calculadora fiscal en su programa electoral, para que el que quiera ponga sus datos de renta y compruebe que, con sus propuestas, la mayoría de los franceses, todos aquellos que ganen menos de 4.000 euros al mes, pagarán menos impuestos. Para demostrarlo, promete que nada más llegar al Palacio del Elíseo aprobará un nuevo tipo de IVA reducido para los productos de primera necesidad. Sólo millonarios, multinacionales, bancos y defraudadores sufrirán un golpe en sus bolsillos, asegura, con un listado de nuevos impuestos dirigido exclusivamente contra los súper-ricos:
- Tasa a las transacciones financieras
- Nuevo IRPF más progresivo, con 14 tramos en lugar de los cinco actuales
- Nueva imposición sobre las rentas del capital para igualarlas a las rentas del trabajo
- Eliminación de todos los beneficios fiscales "injustos e ineficaces socialmente"
- Tipo del 100% del IRPF para los salarios superiores a 400.000 euros al año (en la práctica supone la prohibición de estos sueldos, porque nadie iba a pactar con su empresa un salario de 450.000 euros para que esos 50.000 euros extra se los lleve íntegramente el Estado)
- IVA para los productos de gran lujo
- Subida del Impuesto sobre las grandes fortunas
- Subida del Impuesto de Sucesiones para los grandes patrimonios
- Medidas contra el fraude, la evasión fiscal y los paraísos fiscales
Como vemos, no hay ninguna medida que parezca dirigida contra la clase media. Es una constante en los últimos años entre los populismos europeos. Todas sus promesas de aumento del gasto se financian, en teoría, sólo con subidas de impuestos a los millonarios y el clásico recurso de la lucha contra el fraude, que prometen que generará enormes retornos. El problema es que las cuentas no salen. Por ejemplo, el Impuesto a las grandes fortunas en Francia (lo pagan los contribuyentes con un patrimonio superior a los 1,3 millones de euros) recaudó en 2015 algo más de 5.000 millones de euros, una cantidad importante pero que apenas cubre una mínima parte de las promesas de gasto de Mélenchon. Y lo mismo ocurre con lo que se recauda a los contribuyentes en los tipos superiores del IRPF, el IVA de lujo, sucesiones, etc…
En contra de lo que a veces se insinúa, en todos los países de la UE las grandes rentas y los patrimonios más altos pagan tipos impositivos mucho más elevados que las clases medias. En el caso francés, la factura fiscal que abonan los ricos franceses es bastante elevada, al menos si se compara con la media de la UE. Pero en términos absolutos, el montante total que pagan estas rentas no es muy alto, porque son muy pocos.
En España, por ejemplo, los casi 5.400 contribuyentes con rentas superiores a 600.000 euros al año pagan el 4,4% de la recaudación total del IRPF (cada uno paga de media casi 585.000 euros por este tributo). En términos relativos puede ser bastante elevado, sobre todo si tenemos en cuenta que sólo son el 0,03% del total de declaraciones presentadas. Pero incluso doblando lo que se les cobra (lo que no es sencillo, porque intentarían tomar medidas para evitarlo, como irse a otro país) el extra seguiría siendo igual a ese 4,4% del total recaudado por IRPF que ahora pagan.
Nada de esto importa a Mélenchon. El candidato asegura que pagará todas sus promesas sin tocar el bolsillo de la clase media. "Revolución fiscal", lo llama. Y está teniendo éxito. Parte de su subida en los sondeos se explica porque ha conseguido que muchos franceses le pierdan el miedo a sus propuestas. La extrema izquierda ha endulzado su lenguaje y, como la extrema derecha, está cerca de su objetivo. ¿Realmente se pueden cumplir todas esas promesas? ¿Hay alguna hoja de Excel en la que cuadren las cifras de Mélenchon o Le Pen? Son preguntas que quedan para el lunes o para el día después de la segunda vuelta. Por ahora, el papel o el PDF en el que están escritos sus programas lo aguanta todo.