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¿Nexit?: Holanda será la primera prueba de fuego para el euro en 2017

El populista Wilders está cerca del primer puesto en los últimos sondeos. Sin embargo, lo más probable es que Mark Rutte siga al frente del Gobierno.

El populista Wilders está cerca del primer puesto en los últimos sondeos. Sin embargo, lo más probable es que Mark Rutte siga al frente del Gobierno.
Valla publicitaria en Amsterdam con carteles de los partidos que se presentan a las elecciones de próximo día 15 de marzo. | Cordon Press

Todo el mundo mira a París, pero la clave puede estar en Amsterdam. Un mes antes de que Marine Le Pen pase a la segunda vuelta de las presidenciales francesas (si se cumplen los pronósticos, por supuesto, pero casi todos los analistas creen que la candidata del Frente Nacional superará sin problemas el primer obstáculo), los holandeses están llamados a las urnas. Será el próximo miércoles 15 de marzo. La primera gran cita electoral de este 2017 cargado de eventos. ¿Un nuevo terremoto? Viendo la composición del parlamento neerlandés no parece probable. Eso sí, hacia dónde virará Holanda y quién será su primer ministro son dos cuestiones fundamentales para el futuro de la Unión. Ninguna de las dos preguntas tiene ahora mismo una respuesta sencilla.

Holanda es uno de esos casos para los que no sirven las explicaciones fáciles. Su situación económica es muy diferente a la francesa. Por ejemplo, sin contar a los PIGS, Francia es el país de la Eurozona con una tasa de paro más elevada. Según Eurostat, el desempleo sigue en doble dígito, justo por encima del 10%. Casi tres millones de franceses seguían buscando trabajo en enero de este año. Ésta es siempre una de las razones que se ponen encima de la mesa cuando se habla de Marine Le Pen, su liderazgo en las encuestas y la posibilidad, pequeña pero cierta, de que el próximo presidente de Francia intente romper la UE. Por el contrario, la tasa de paro en Holanda está en el 5,3%. De entre los países ricos de la UE, sólo Alemania tiene mejores cifras.

Además, no es sólo una cuestión de mercado de trabajo. El país disfruta de un superávit comercial entre los más elevados del mundo, sostenido por sus relaciones con el resto de países de la UE, con los que tiene un balance positivo de 175.000 millones de euros (con los países no-UE tiene déficit). Y los 38.700 euros de renta media per cápita que le da Eurostat para 2015 lo sitúan como uno de los miembros más ricos de la Unión (por comparar, España se queda justo por encima de 23.000 euros).

En todas las encuestas de calidad de vida, satisfacción, productividad y desempeño económico, los holandeses aparecen a la cabeza del Viejo Continente. Incluso en las ratios de igualdad (a los que se culpa del malestar en otras sociedades) Holanda está entre los países punteros: por ejemplo, su índice Gini es de 26,7, muy por debajo de la media europea de 31.0 y sólo con más desigualdad que los nórdicos.

El 76% de los holandeses entre 20 y 64 años tiene un trabajo, frente al 70% de la media europea y el 62% en España. El 66% de los menores de 25 años tiene un empleo, y muchos de ellos lo compaginan con los estudios, lo que convierte a los treinteañeros holandeses en los que más experiencia laboral atesoran a esa edad, con todas las consecuencias positivas que eso tiene.

Incluso las estadísticas que no parecen positivas a primera vista, cuando se las analiza en profundidad muestran la mejor cara de la prosperidad holandesa: casi el 50% de sus trabajadores tiene un empleo de jornada parcial. Pero lo que en otros países es un drama, en Holanda es una elección: mientras que en España el 63% de los trabajadores a tiempo parcial querría cambiar a un empleo de jornada completa, en Holanda menos del 10% de los empleados part-time lo es de forma involuntaria. Por eso, no es extraño que sea el segundo país de la OCDE en el que sus ciudadanos declaran disponer de más tiempo para su familia y ocio respecto al que dedican al trabajo.

Además, sus servicios públicos, con una gran participación del sector privado, están entre los mejores de Europa, en calidad del servicio y eficiencia. En PISA, el sistema holandés sigue entre los que mejores notas sacan de la UE. En sanidad, su modelo lidera algunos de los rankings internacionales más reconocidos. Y su sector público encabeza el barómetro de la OCDE sobre regulación por las facilidades que da a sus ciudadanos para emprender los proyectos que estos estimen convenientes.

Como titulaba el Financial Times hace un par de días, los holandeses son "ricos, prósperos… pero están enfadados". Y ese enfado se puede traducir en la victoria de Geert Wilders, el líder del populista y antiinmigración PVV (Partido por la Libertad). Tampoco está claro que lo consiga, ni que ese primer puesto le vaya a servir de mucho. Pero sería un primer susto en un año que se antoja repleto de tensión en la UE.

Enfadados, ¿por qué?

Lo que no es tan fácil es saber por qué están enfadados los holandeses. Muchos españoles quizás se comparen con ellos y puedan pensar que no tienen demasiados motivos de queja. El problema es que probablemente los neerlandeses no nos miren a nosotros como baremo. Como explica uno de los expertos citados por el FT, "los holandeses no se comparan con Grecia, se comparan con cómo estaban hace diez años. O peor, se comparan con cómo piensan que estaban hace diez años".

Aquí puede estar una clave. La cuestión no es tanto si están bien o mal respecto a sus vecinos, como en las expectativas que manejaban y en la realidad que se han encontrado. En este sentido, es cierto que el crecimiento de la economía holandesa en la última década deja mucho que desear. En 2009, en el peor momento de la crisis, se dejó un 3,9% del PIB. Desde entonces, ha crecido todos los años, pero las tasas de crecimiento han estado por debajo del 2%. Curiosamente, el mejor ejercicio fue el último, con la economía holandesa creciendo al 2,5% en 2016, una de las cifras más elevadas de la Eurozona.

En lo que tiene que ver con el empleo, también hay claves que pueden servir para explicar el desencanto. Aunque, como hemos dicho, las cifras de Holanda son envidiables desde el sur de Europa, hay algunos datos que preocupan a la población. Por ejemplo, la tasa de empleo temporal ha pasado de menos del 11% al 14% en la última década (50% para los jóvenes) y llegó a estar hace un par de años por encima del 15%. Como ya explicamos, no es lo mismo el empleo temporal o a tiempo parcial en Holanda que en España. Pero incluso así, sigue siendo una tendencia negativa y que llama aún más la atención en este país.

Esta semana, Bloomberg Businessweek analizaba las elecciones desde uno de los centros neurálgicos de la economía holandesa: el puerto de Rotterdam, el más grande de toda Europa. La ciudad es uno de los bastiones de los populistas antiinmigración, aunque también sabe que su prosperidad depende del comercio internacional. ¿Cómo se ha llegado a esta extraña combinación? Pues en parte como consecuencia de tendencias que no sólo afectan a Holanda, como la automatización o la competencia generada por la globalización.

El reportaje explica que los 90.000 empleados del puerto suman la misma plantilla que hace una década, pero los empleos han cambiado por completo: antes hablábamos de puestos para trabajadores de baja cualificación (casi siempre, hombres sin estudios); pero cada vez más, el trabajo en el puerto exige conocimientos técnicos y dominio de una maquinaria precisa y muy avanzada, lo que ha desplazado a muchos de los anteriores empleados.

Al final, todo esto se traduce en miedo, miedo a perder el empleo, ya sea a manos de un inmigrante, un universitario o de un robot. No es fácil explicarle a ese trabajador que la mejora de la productividad generará puestos de trabajo en otros sectores. Y en esa situación de inestabilidad, las falsas soluciones sencillas del populismo, de izquierdas y derecha, prosperan.

Tampoco se debe pasar por alto la cuestión cultural: integración de inmigrantes, población musulmana, encaje del país dentro de la UE, futuro de la Unión… Aquí las preocupaciones de los holandeses no son tan diferentes a las de otros países europeos. Un par de datos del último Eurobarómetro, la encuesta que mide la opinión pública en los países de la UE sobre la propia UE pueden servir para explicar parte del problema.

En una de las preguntas de la encuesta se pide a los ciudadanos europeos que den su opinión sobre el Tratado de Roma, el acuerdo que dio inicio a la UE y que firmaron en 1957 Italia, Francia, Alemania, Holanda, Bélgica y Luxemburgo. Los holandeses son los segundos de 28 países que mejor opinión tienen de aquel Tratado, con un 89% que declaran que es un "evento totalmente positivo en la historia de Europa". Algo parecido ocurre cuando se les pregunta sobre el Programa Erasmus, que permite que miles de estudiantes pasen parte de su estancia en la universidad en otros países. Esta iniciativa es vista de forma positiva por una amplísima mayoría de europeos, pero son los holandeses los que mejor la puntúan.

Sin embargo, la cosa cambia cuando se les pregunta por el estado actual de la UE. Aquí los holandeses no son los más pesimistas ni los que declaran un sentimiento más anti-UE (para eso están los griegos, los más pesimistas en casi todas las preguntas de la encuesta). Pero su entusiasmo está lejos del que demuestran en las preguntas sobre la historia de la UE. De esta manera, sólo el 54% se declara "optimista" sobre el futuro de la UE, una cifra un poco por encima de la media de la UE (50%) y superior a las cifras de Francia (41%) o Italia (42%), pero no muy elevada para un país tradicionalmente tan pro-europeo.

Algo parecido puede decirse cuando les preguntan si tienen una imagen positiva (33%), neutra (39%) o negativa (28%) de la UE: en esta cuestión están peor que la media de los ciudadanos comunitarios, que en un 35% declaran tener una imagen "positiva" de la Unión frente a un 25% que dicen que es "negativa". Tampoco aquí nos encontramos con el 47% de respuestas negativas que dan los griegos, pero a finales de 2016 puede decirse que los holandeses están entre los europeos menos pro-UE. Al menos esta UE.

Y cuando se les pregunta qué cuestiones creen que son más preocupantes para el futuro, también llaman la atención las opciones que escogen. En primer lugar, hablan de "inmigración" un 56% de los holandeses. Ésta es una preocupación generalizada en todo el continente, pero en su caso vuelven a estar por encima de la media. También destaca el "terrorismo" (33% de respuestas por un 32% en la UE) y "las finanzas públicas de los estados miembro" (25% de respuestas frente a un 17% en la UE). Es curioso, pero varios países del norte (Alemania, Holanda, Austria...) están entre los que más inquietos se muestran por la sostenibilidad de las cuentas públicas de la Eurozona, incluso aunque no son sus estados los que tienen un problema con el déficit público. Quizás la clave es que los habitantes de estos países intuyen que ellos pueden convertirse en los que paguen las facturas de los demás... y no les hace ninguna gracia.

La imagen que queda es la de unos ciudadanos que en teoría son muy pro-europeos, que saben que la prosperidad de su país depende de su integración en los mercados mundiales, que viven en el Estado que más y durante más tiempo se ha beneficiado de la globalización (hace cinco siglos, los mercaderes holandeses ya viajaban a Asia en busca de especias), pero que al mismo tiempo recelan de cómo ha evolucionado su sociedad y la UE en los últimos años. Y ahí, en ese hueco que deja el miedo, pero también la falta de respuestas de la política tradicional, es donde medra el populismo.

"Un descontento enorme"

Marcel Jansen, economista holandés y profesor en la Universidad Autónoma de Madrid, habló con Libre Mercado esta semana: "Es cierto que es un país próspero, que crece, pero cuando voy a Holanda noto un descontento enorme que se ha traducido en frustración". En su opinión, Wilders ha logrado que parte de la sociedad le compre parte de su discurso antiinmigración y que otros partidos hagan propuestas que antes no se habrían atrevido a hacer: "Hay una cierta intransigencia, es un país pequeño que se siente amenazado. En la prensa la sensación es ‘nosotros frente a ellos'". En su opinión, los populistas han sabido "polarizar" a la sociedad y dominan el debate público "tergiversando" la realidad, pero aprovechándose de ese descontento por cómo marchan las cosas.

Pero hay más. Jansen apunta a otras dos cuestiones que también han tenido mucho peso en la campaña y que ayudan a explicar esa sensación de desánimo que, desde España, viendo las grandes cifras económicas, es tan complicado entender: "Sorprendentemente, un aspecto clave es la precariedad laboral. Hay un sinfín de contratos temporales muy precarios que durante un tiempo funcionaron bien; pero en la crisis hemos visto que el balance está cambiando y los jóvenes tienen muchas dificultades para acceder a empleos estables". Es una realidad que suena familiar en España. Por eso, explica que, "aunque las tasas de paro son bajas, tanto en términos generales como si hablamos de paro juvenil, hay una enorme preocupación porque la entrada en el mercado laboral es muy accidentada. Hay demasiada dualidad". ¿Y qué solución puede esperarse? Jansen explica que en la campaña holandesa también se ha puesto sobre la mesa el famoso "contrato único". Lo ha hecho D66, un partido centrista, parecido a Ciudadanos y que todo apunta a que acabará formando parte del Gobierno: "La discusión es si se necesita más regulación para evitar la dualidad o si Holanda se atreve a hacer algo parecido al contrato único. Pero todos los partidos quieren reducir la diferencia en la protección de fijos e indefinidos".

Por último, Jansen destaca otro tema relevante, las relaciones con la UE: "Holanda ha pasado de ser uno de los países más europeístas a uno de los más escépticos. Se tiene la sensación de que la UE no tiene solución a muchos de sus problemas y además se mete donde no debe. Están muy descontentos con cómo ha actuado Europa en esta crisis y hay mucha desconfianza hacia los países del sur de la UE. Se tiene la sensación de que han pagado mucho. Por ejemplo, aquí es un tema recurrente decir que las reformas en sanidad y los ajustes del gasto que se han hecho son mucho más agresivas que en España".

Incluso en lo que tiene que ver con la política monetaria, los holandeses están muy descontentos. Éste es uno de los países más ahorradores de Europa y sus pensiones dependen en buena parte de un sistema de capitalización y ahorro individual, coordinado por el Estado, pero ahorro al fin y al cabo. Pues bien, Jansen explica que la política de tipos bajos de Draghi ha sido el remate en el enfado de sus compatriotas con la UE: "Ahora se queja de que sus pensiones van a bajar por culpa de Draghi", porque los fondos no obtienen rentabilidad y podría generarse inflación, una muy mala noticia para los ahorradores.

Ingobernable, pero estable

Otra cosa es que ese cambio político vaya a tener consecuencias a corto plazo. Holanda nunca ha tenido un Gobierno con mayoría absoluta con el actual régimen. Desde hace más de un siglo se suceden las coaliciones. La negociación es la norma. Para las próximas elecciones, la previsión es que puedan entrar en el Parlamento entre 11 y 14 partidos, que se repartirán los 150 escaños en juego. Hasta 7 de ellos podrían alcanzar la decena de representantes. Hay un par de partidos que podrían llegar al Parlamento por primera vez y no se sabe muy bien cómo actuarán. Tres formaciones que se disputan el voto cristiano. Un partido que se precia de poner por delante de todo los derechos de los animales podría sacar hasta cinco asientos. También encontramos un lista que sólo pide el voto a los mayores de 50 años. Está claro que la política holandesa es diferente.

Los tres grandes partidos clásicos: VVD (liberales), PvdA (socialistas) y CDA (democristianos) sumaban el 80% del voto hace tres décadas. Para la próxima semana, la previsión es que no vayan mucho más allá del 40%... si llegan. El desplome es especialmente llamativo en el caso de los socialdemócratas, que podría perder hasta 25 de sus actuales 35 escaños y dejar el liderazgo de la izquierda a los verdes o al SP (populistas de izquierdas).

A partir de ahí, todo es posible en cuanto a las alianzas electorales. Todo el mundo da por hecho que los centristas CDA y D66, a los que las encuestas dan una ligera subida respecto a las elecciones de 2012, estarán en cualquier coalición gobernante, tanto si es de centro-izquierda como de centro-derecha. Pero la clave reside en saber qué partido será el encargado de liderar esa coalición. Si las encuestas se cumplen, parece que Mark Rutte, el actual primer ministro, repetirá cargo en la próxima legislatura: ya sea porque el suyo es el partido más votado (como pronostican los sondeos) o porque queda segundo a una corta distancia del PVV. Tanto Rutte como Wilders han prometido que no apoyarán al otro, aunque en el pasado sí hubo un Gobierno del VVD con el apoyo externo del PVV. Esto aleja la posibilidad de que Wilders llegue al Gobierno. De hecho, ahora mismo se antoja casi imposible que eso suceda.

Leon Cornelissen, economista jefe de Robeco, firma de inversión holandesa con sede en Rotterdam, dedicaba su último análisis a las elecciones holandesas. En su opinión, a corto plazo los resultados que salgan de las urnas no son demasiado preocupantes. En primer lugar, incluso aunque Wilders ganara, este primer puesto no tendría "una traslación importante en términos de escaños y poder parlamentario". Vamos, que seguirá en la oposición aunque sea el más votado: "No podría formar Gobierno, no hay motivo de alarma". De hecho, el país podría beneficiarse de un buen resultado de Wilders, porque un clima de inestabilidad e incertidumbre, piensa Cornelissen, hará que los inversores busquen refugio en los activos más seguros; y ahí, Holanda está en los primeros puestos.

Pero el peligro no está tanto en el Gobierno que salga de las urnas, que será pro-europeo y centrista de una forma u otra, como en el resultado del PVV y en cómo condicione la política holandesa de los próximos años. No sólo eso, también hay que ver cómo la sociedad holandesa afronta el futuro de esa UE que tanto le gusta como teoría, pero a la que tantas pegas pone en la práctica. La semana pasada, Jean-Claude Juncker presentaba un documento con los posibles escenarios para la Unión en los próximos años: desde mantener la situación actual hasta comenzar el camino hacia una Europa federal.

Entre los grandes partidos, nadie se plantea en serio un Nexit (la palabra que se ha acuñado para la hipotética salida de Holanda de la UE). Salvo Wilders, claro, que promete que convocará un referéndum como el británico. De hecho, en la mañana que siguió al referéndum en el Reino Unido, Nigel Farage aseguró que sería Holanda el próximo país en abandonar el barco o al menos el siguiente en preguntar a su población al respecto. No es un escenario tan improbable, incluso aunque ninguno otro de los grandes partidos apoya la propuesta. En las encuestas, más o menos la sociedad está dividida al 50% acerca de si se debería mantener un referéndum sobre el tema. Aunque muchos de los que piden una consulta dicen que votarían a favor de la permanencia, lo que da un total pro-UE claramente mayoritario (55% a favor, 25 en contra y el resto indecisos, según los últimos sondeos).

En Holanda, también en Austria o Alemania, sobrevuela siempre la duda de qué decidirían los ciudadanos si pudieran dar marcha atrás. Es decir, una cosa es que ya estén en el euro y la UE; e intuyan que los costes de la ruptura serían muy importantes, por lo que no les merece la pena arriesgarse a un brexit-nexit de consecuencias desconocidas. Pero el objetivo no debería ser que los países se mantuvieran en la UE o la Eurozona casi porque no les queda otra, por temor al proceso de ruptura. En este sentido, sería interesante saber qué escogerían los holandeses o los alemanes si les dieran a elegir entre seguir como hasta ahora o lograr un estatus como el de Suecia (en la UE, pero no en la Eurozona) o el de Suiza (fuera de la UE, pero dentro de un área aduanera común). Si hubiera que empezar de cero, si no hubiera las consecuencias negativas de un Nexit: ¿qué escogerían? Y esa respuesta ya no está tan clara. Probablemente, la UE no resolverá su futuro mientras no sea capaz de ofrecer una alternativa mejor. Es decir, si no consigue que los holandeses (o los austriacos o los alemanes) dejen de mirar a Dinamarca, Suecia, Suiza o Noruega con envidia.

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