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José T. Raga

Mejor el silencio que la contradicción

¿Tan difícil es estar callado y sólo hablar cuando haya algo cierto que decir?

El saber popular suele afirmarse en que por la boca muere el pez, o bien que se coge antes a un mentiroso que a un cojo. Es bien cierto que los políticos, sobre todo los que están en las funciones relevantes, no son pueblo, y por ello viven ajenos al saber popular.

Además, y en contra suya, no pueden resistir la tentación de aprovechar cualquier momento, ante el micrófono de un medio o ante el objetivo de una cámara televisiva, para ganar empaque y pontificar sobre cualquier aspecto, propio o extraño, con promesas y garantías de futuribles.

Me atrevo a decir que, con casi la misma frecuencia con la que se promete y se garantiza lo que ocurrirá, tienen que comparecer para desdecirse de lo que prometieron; eso sí, nunca culpabilizándose por las promesas gratuitas, y atribuyendo a los astros, enemigos de la nación española, toda responsabilidad en el desajuste entre promesa y realidad.

El problema reviste especial gravedad cuando el engañado coincide, una y otra vez, en la misma persona o en la misma institución. Ya decía Abraham Lincoln que "puedes engañar a todo el mundo algún tiempo; puedes engañar a algunos todo el tiempo; pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo".

Nuestro ministro de Economía ha concluido la primera posibilidad y parece llegado el fin de la segunda. Sus promesas de déficit público, me da la impresión de que ha conseguido que no se las crea nadie. Él sigue haciendo vaticinios y prometiendo acerca de los valores del déficit en 2016, que no se los creen los de Bruselas, no admitiendo tampoco sus previsiones para 2017, aun utilizando términos tan confusos y de tan escasa precisión como el de convergencia.

Sobre 2016, parece que poco hay que discutir, a no ser que se consiga algún maquillaje, para eso está la ingeniería contable, que pueda volver atrás la desviación sobre lo que habíamos prometido y asegurado cumplir. La pelota ahora está en el 2017, para cuyo año el señor ministro ha dicho estar convencido de que convergeremos hacia el 3,1% de déficit; cosa que tampoco se lo creen los señores de la Comisión.

De hecho, el comisario Moscovici, buen amigo de nuestro país y supongo de nuestro ministro, se ha pronunciado en lo que, si pretendía favorecer a España, en mi criterio la ha menospreciado, al asumir que en 2017 habrá desviación –o sea, que no cree al ministro–, pero que en 2018 las cosas irán mejor. ¡Largo me lo fiáis, querido comisario!

Y hablo de Bruselas y no de España porque no es que los españoles no estemos hartos de promesas incumplidas, sino porque, en el límite, acepto el mal siempre que lo suframos sólo nosotros; restaurar el buen nombre en el exterior es mucho más complicado.

Por ello, concluyo preguntándome: ¿tan difícil es estar callado y sólo hablar cuando haya algo cierto que decir?

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