Tras haber sufrido ambos el trance acaso más doloroso por el que hay que pasar en esta vida, la muerte de los padres, celebro alguna de las comidas o cenas señaladas de la Navidad en compañía de un viejo amigo de la juventud, o de la adolescencia tardía para ser precisos, hoy alto dirigente de uno de los principales partidos del país. Y como esta vez me tocaba a mí elegir el lugar, decidí que el día de San Esteban, efeméride que en Cataluña hace las veces de la Nochebuena, lo festejaríamos en el restaurante de un hotel de la cadena fundada por don Antonio Catalán, uno de los más significados empresarios del sector. Empresario al que, por cierto, no conozco de nada y a quien ni siquiera he tenido ocasión de saludar nunca en persona. Lo que me animó a elegir para la fecha un establecimiento propiedad del presidente de AC Hoteles by Marriott fueron unas declaraciones suyas a la prensa en la que criticaba, y en los términos más duros, cierta realidad tercermundista, la de esas trabajadoras de algunos hoteles de gran lujo de Madrid y Barcelona que cobrar apenas dos euros por limpiar una suite, que yo mismo había glosado en este diario no hace mucho.
"Hoy puedo despedir pagando 20 días por año y empezar a subcontratar [las limpiadoras de a dos euros la suite están en nómina de alguna ETT y de ahí, en consecuencia, que se vean excluidas de las condiciones salariales fijadas en el respectivo convenio colectivo de la hostelería]. Es lo que hacen los que explotan a las camareras de piso, y lo digo con todas las letras: explotan". Palabras, esas de don Antonio Catalán, que a uno le reconcilian no solo con la condición humana en general, sino también con el muy concreto oficio de los empresarios en particular. Y es que procedería ir distinguiendo ya de una vez entre los genuinos empresarios y los tratantes de ganado, gremios que poco o nada tienen que ver entre sí. "Faltan empresarios en este país", concluía el señor Catalán. Y es verdad, faltan verdaderos empresarios. Pero no solo faltan empresarios en España. También faltan verdaderos economistas. Economistas como Miquel Puig, una de las mentes más lúcidas de la península, que ha calculado el quebranto que suponen para los contribuyentes esas relaciones laborales, tan propias de Cuba o cualquier república bananera, que se toleran en la cuarta economía de la Unión Europea.
Y es que todo lo que no pagan los tratantes de ganado lo sufragamos a escote el resto de los ciudadanos con nuestros impuestos. Así, y según los muy precisos cálculos de Puig, una de esas limpiadora de habitación que tenga un hijo a su cargo supone un coste anual para la sanidad pública de 820 euros. suma y sigue. Porque el precio de la escolarización del hijo asciende en concreto a 4.678 euros anuales. Huelga decir que con sus dos miserables euros por suite esa camarera de piso no paga ni un céntimo en impuestos a Hacienda. Ni un céntimo. En consecuencia, somos usted y yo, querido lector, quienes abonamos de nuestro bolsillo los 5.498 euros de marras. La suerte que tenemos los contribuyentes es que todavía hay en España empresarios hoteleros decentes, como don Antonio Catalán, que se niegan a subcontratar en esas condiciones al personal de limpieza. De ahí que cualquier camarera de habitación que trabaje en la cadena AC hoteles by Marriott pague anualmente al Estado en concepto de IRPF 1.641 euros (son datos del convenio de la hostelería de Barcelona). en concepto de IVA, suponiendo que gaste la totalidad de su salario, aporta al Erario otros 2.000 euros. Y el Erario resulta que somos usted y yo. Por eso este año tocaba celebrar el San Esteban en un hotel de don Antonio Catalán.