"Voy a forzar que Apple fabrique sus ordenadores y sus iPhones en Estados Unidos, no en China". Dicho de otro modo: yo, Donald Trump, voy a acabar con la globalización del sistema capitalista reiniciada en el último tercio del siglo XX tras el derrumbe del socialismo real y la súbita eclosión de las llamadas nuevas tecnologías de la información, esas mismas que han relativizado el concepto de distancia hasta extremos inconcebibles hace apenas una década. Bien, imaginemos que hablaba en serio cuando repitió algo así como unas cien mil veces la frase que encabeza este artículo a lo largo de la interminable campaña electoral norteamericana. Entonces, la primera pregunta sería: ¿de verdad podría hacerlo? Y, en el supuesto de que realmente Trump fuese capaz de de llevar a la práctica su idea, la segunda pregunta se antojaría inmediata: ¿y qué pasaría si, en efecto, lo consiguiese? ¿Se puede frenar la globalización? Sí, se puede, claro que se puede. Y la prueba de que se puede es que ya se hizo en su día. No se olvide que la actual no es la primera sino la segunda gran ola globalizadora que ha conocido la historia del capitalismo en sus ya casi tres siglos de existencia. Y que la precedente, la asociada a aquel viejo mundo del patrón oro y las fronteras abiertas tan similar en tantos aspectos al actual, acabó de modo súbito en 1914, en el instante mismo en que estalló la Gran Guerra.
En cambio, lo que no se puede hacer, y eso Trump da la sensación de ignorarlo, es desconectar a Estados Unidos del sistema global sin empujar a la quiebra al resto de los participantes en la cadena de valor, los antiguos países periféricos de Asia donde ahora se concentra el grueso de la mano de obra que trabaja para las multinacionales de Occidente. Volviendo al caso concreto de Apple. ¿Se puede imponer a Apple que fabrique sus iPhones en Estados Unidos? Claro que se puede. ¿Y eso saldrá gratis? No, el problema para Trump y para los consumidores de Norteamérica –y del resto de Occidente– es que no saldría gratis. Así, se estima que pasar a fabricar el iPhone7 en Estados Unidos incrementaría su coste de producción en unos 40 dólares. Y ello suponiendo que se importasen de China todas las piezas necesarias para su ensamblaje final en alguna factoría doméstica. Porque si Apple tuviera que fabricar también todos los tornillos y las teclas en casa, los costes se dispararían en algo más de 90 dólares. ¿Y quién pagaría esos 90 dólares? Los compradores, naturalmente. Hasta ahí, sin embargo, el problema se podría manejar. Más empleos a cambio de que el juguete les salga un poco más caro a los clientes (en torno a un 14% más caro para ser precisos). Incluso suena razonable. Pero no se puede olvidar, ¡ay!, el otro extremo de la cadena de valor. Y no se puede olvidar porque en toda cadena, por definición, los eslabones dependen unos de otros.
Si Estados Unidos abandonase por propia voluntad la globalización, China y el resto de los emergentes también lo harían, pero no de grado sino a la fuerza. Trump aún no lo ha comprendido, pero si mañana ese tornillo del iPhone7 se dejase de fabricar en China, el mundo capitalista, su mundo, sufriría una conmoción súbita. En torno al 60% del comercio internacional, o sea más de la mitad de todas las mercancías que viajan dentro de contenedores de un país para otro, son eso que se llama bienes intermedios. Tornillos, moldes de plástico y mil cosas por el estilo, sin utilidad directa, que se fabrican en el Sur y se ensamblan en el Norte. De ahí que la pregunta en verdad pertinente se debiera formular en los siguientes términos: ¿se puede acabar de golpe con el 60% del comercio mundial sin que Estados Unidos y el resto de los países desarrollados de Occidente sufran alguna consecuencia grave por el camino? Trump tampoco lo sabe, pero las economías emergentes de Asia, con China a la cabeza, están ahora mismo endeudadas hasta las cejas en dólares que les han prestado los bancos norteamericanos gracias a la barra libre de la FED, dólares que no podrán devolver si Estados Unidos las obliga a entrar en recesión por la vía de bloquear sus exportaciones con medidas proteccionistas. Hoy, Asia es el único motor que le queda en pleno funcionamiento al capitalismo. El único.Y ese Trump fantasea con griparlo. Cuidado con ese tornillo: puede provocar una catástrofe.