"El fin está cerca". Así de pesimista se muestra la revista TIME en su última portada, protagonizada por Donald Trump y Hillary Clinton.
El candidato republicano ha protagonizado numerosos escándalos. Sus salidas de tono, su discurso populista y su aversión a la corrección política le convierten en una figura polarizadora, capaz de despertar pasiones entre sus seguidores pero también muy odiado entre sus opositores. No le va mucho mejor a Hillary Clinton, asediada también por todo tipo de polémicas. A la impopularidad que genera su figura hay que sumarle la opaca financiación de la Fundación Clinton o la espinosa cuestión de los correos electrónicos, por la que el FBI está investigando a la dirigente demócrata.
Desde el punto de vista económico, Trump propone medidas controvertidas y radicales, mientras que Clinton apuesta por profundizar el intervencionismo de la Era Obama. Por eso, no es de extrañar que, conforme se acercan las elecciones, las dudas se han trasladado a los mercados financieros. A lo largo de la última semana, los temblores no se han limitado a Wall Street sino que también han dejado huella en las bolsas europeas y asiáticas.
El discurso económico de Trump
Ante todo, la candidatura republicana genera nerviosismo por su imprevisibilidad. ¿Qué se puede esperar de una Administración Trump? ¿Va en serio el magnate con sus propuestas más radicales o actuará con más pragmatismo si alcanza la Casa Blanca? He ahí la pregunta de entrada que se hacen muchos analistas económicos.
En segundo lugar está la cuestión comercial. El empresario inmobiliario y ahora candidato republicano a la Presidencia de EEUU no pierde oportunidad de dejar clara su oposición a los tratados comerciales que ha suscrito su país con México o China. La aversión al libre comercio de Trump podría plasmarse en la anulación o modificación de pactos como el NAFTA. También podría irse al traste el TTIP, un acuerdo de liberalización comercial que la Unión Europea negocia desde hace años con EEUU. ¿Logrará Trump lo que pretende o se verá obligado a respetar los acuerdos vigentes? Las dudas que despierta su discurso proteccionista son un tema central entre los críticos de la agenda económica del aspirante republicano.
Otra cuestión caliente es la del equilibrio fiscal. Trump defiende una rebaja significativa de los impuestos, pero no identifica recortes presupuestarios equivalentes. Esto supondría un estímulo para empresas y familias… pero también alimentaría un aumento del endeudamiento público. ¿Hasta qué punto se podría sostener esta situación sin que el poder legislativo acabe negándose a aumentar el "techo de endeudamiento"? Este punto también genera dudas entre los analistas.
Las dudas no acaban aquí. ¿Se enfrentaría Trump a la Reserva Federal para exigir la rectificación de sus políticas monetarias expansivas? ¿Cómo reaccionarían los mercados financieros ante la posible retirada de los estímulos? Por otro lado, ¿qué efecto tendría en la economía la expulsión masiva de millones de inmigrantes que no tienen los papeles en regla pero sí están trabajando en el país del Tío Sam? Y en cuanto a la reforma sanitaria de Obama, ¿realmente será capaz Trump de derogar esta polémica ley del aún mandatario estadounidense?
Hillary Clinton tampoco convence
La impopularidad de Hillary Clinton no es menor. Al fin y al cabo, a pesar de la guerra abierta de Donald Trump con buena parte de los medios de comunicación estadounidenses, lo cierto es que Hillary Clinton sigue registrando un flojo desempeño en las encuestas.
En el plano impositivo, la Tax Foundation tiene claro que el plan de subir impuestos que maneja Clinton deprimiría los salarios un 2%, recortaría la inversión un 7% y reduciría el PIB un 3%. ¿Compensa reducir el déficit si es a costa de disparar el esfuerzo tributario y de deprimir el dinamismo de la economía?
Si hablamos de regulación, Clinton no duda en respaldar la "herencia recibida" de la Era Obama. Según la Heritage Foundation, el presidente demócrata aprobó casi 230 nuevas leyes y normas de calado, encareciendo el coste anual de hacer negocios en 108.000 millones de dólares.
En total, el Manhattan Institute ha denunciado que la economía estadounidense soporta costes regulatorios de 4 billones anuales, cuatro veces más que el PIB español. Sin embargo, Hillary Clinton quiere reforzar la maraña regulatoria y defiende un gobierno mucho más intervencionista en el día a día de los negocios.
Clinton también despierta dudas por sus propuestas energéticas (quiere redoblar la agenda de Obama, hostil al fracking y partidario de subsidios a las renovables), laborales (defiende el aumento del salario mínimo y de la rigidez del mercado de trabajo) y sanitarias (apoya la reforma de Obama, a pesar de la impopularidad que genera y de los elevados costes que acarrea para empresas y familias).
A todo lo anterior hay que sumarle su postura continuista a la hora de evaluar el desempeño económico de la Era Obama. A la hora de evaluar los últimos ocho años, las encuestas acreditan que amplios segmentos de la población estadounidense están decepcionados con la caída de la participación laboral, el estancamiento de los sueldos y el descenso de los niveles de crecimiento.
La literatura económica de los últimos años se ha llenado de ensayos sobre la decadencia de la economía estadounidense… pero Hillary Clinton ve con muy buenos ojos el legado que le deja Obama y se compromete a perseverar en la misma dirección. De hecho, la dura pugna que mantuvo en las primarias con el socialista Bernie Sanders ha escorado el discurso de Clinton hacia posiciones más izquierdistas de las que venía manteniendo históricamente.
Razones para el optimismo
Hay, eso sí, razones para el optimismo. La primera es que, a pesar de todo, la economía de Estados Unidos sigue caracterizándose por su dinamismo y su capacidad de adaptación. En el plano económico, el buen manejo de los años 80 y 90 ha dado pie a tres lustros mucho más negativos, pero el sector privado ha demostrado una sorprendente resistencia.
En segundo lugar, conviene recordar que la división de poderes en EEUU es mucho más efectiva que en otros países, por lo que el Congreso y el Senado tienen la oportunidad de frenar, corregir o incluso revertir las propuestas más polémicas de un eventual gobierno de Trump o Clinton.
Por último, aunque ambos candidatos generan dudas y recelos, también es justo reconocer que su trayectoria vital arroja algunos motivos para el optimismo. Donald Trump es un empresario de mucho éxito, que ha demostrado que sabe crear empleo y riqueza. Hillary Clinton fue la Primera Dama de Bill Clinton, quien destacó por su pragmatismo a la hora de negociar grandes reformas. Una vez en la Casa Blanca, Trump o Clinton se verán obligados a moderar su mensaje y sacar lo mejor de sí mismos, ya que sus respectivos liderazgos son tan frágiles que las elecciones de 2020 podrían desalojarles del poder.