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José T. Raga

Se veía venir

Desde el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, buena parte de los Estados miembros han discurrido por un itinerario de situaciones de déficit excesivo.

Tanto va el cántaro a la fuente que al final… ya lo saben: se rompe. Como se rompe también la cuerda al tirar insistentemente una y otra vez de ella, con fuerza y sin control. Pues bien, algo de eso ha pasado, esta es mi interpretación, con las declaraciones del ministro de Finanzas alemán, Dr. Schaüble, al periódico de mayor circulación y prestigio en Baden Würtenberg, el conocido Stuttgarter Zeitung.

Sus declaraciones van directamente al corazón del problema que hoy vivimos en la UE, fundamentalmente en los países de la Zona Euro. Hablamos del futuro de la Unión, consecuencia de una apetencia desmedida de gasto público sin que haya ingresos suficientes para su financiación.

Una situación bien conocida en no pocos Estados –unos más recalcitrantes que otros– cuyo déficit –definido por el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de 1997 como excesivo– supone un drenaje permanente de los recursos financieros disponibles para todos los países de la Zona Euro, de los que privilegiadamente disponen aquellos países de escasa disciplina financiera, al gastar más de lo que ingresan.

El ministro alemán se ha convertido, junto con el Deutsche Bundesbank, capitaneado por su presidente Jens Weidmann, en martillo de herejes financieros; de aquellos que opinan, con doña Carmen Calvo, ministra del señor Rodríguez Zapatero, que el dinero público no es de nadie. El ministro Schaüble piensa, con acierto, justamente lo contrario: que el dinero público es de todos, por lo que unos no deben aprovecharse en detrimento de otros.

¿Dónde está el problema? En las razones políticas del Consejo Europeo a la hora de atender las recomendaciones de la Comisión ante las situaciones de déficit excesivo, llegando a la sanción cuando así sea procedente, por no existir circunstancias excepcionales.

Desde el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, buena parte de los Estados miembros han discurrido por un itinerario de situaciones de déficit excesivo, empezando por Alemania, que junto con Portugal incurrió en déficit excesivo en 2001, y Francia en 2002. Los casos de Francia y Alemania provocaron la discrepancia de criterio entre Comisión y Consejo y llevaron tal controversia ante el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, que el 13 de julio de 2004 dictaría sentencia abriendo una brecha poco confortante para quienes pretendían la aplicación taxativa de las normas, sin edulcorantes políticos –los del Consejo– en contradicción con los objetivos económicos.

Advirtiendo de los peligros de la relajación –flexibilización– y de la plurianualidad presupuestaria para el cálculo del déficit que dimanan de aquella sentencia, Schaüble propone sustraer de Bruselas el control presupuestario de los Estados miembros entregándolo al MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad), que se rige por principios técnicos y no por la corrección política –hoy por ti, mañana por mí– propia de colegas en el gobierno de los Estados.

El predominio de la bondad interesada del Consejo puede dar al traste con la Unión Europea con mayor dramatismo que el otorgado al Brexit, que tampoco es para tanto.

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