En McKinsey tienen claro que el debate sobre la desigualdad va a evolucionar poco a poco hacia una discusión sobre las divergencias de riqueza entre jóvenes y mayores. Según el informe que la consultora acaba de sacar a la luz, el estancamiento salarial de la última década está alentando un pesimismo cada vez más hondo sobre la prosperidad futura de nuestros países.
"Entre 2005 y 2014, dos tercios de los hogares de las 25 economías más ricas de Occidente experimentaron un descenso en su nivel de renta. El impacto del "gasto social" y de los impuestos redujeron la caída efectiva del ingreso disponible, pero incluso con esta perspectiva vemos que uno de cada cinco hogares del mundo desarrollado perdió riqueza entre 2005 y 2014", apunta el estudio.
Para el periodo comprendido entre 1993 y 2005, la caída en el nivel de renta o en el ingreso disponible apenas afectaba al 2% de los hogares del mundo desarrollado. Por tanto, hablamos de un claro deterioro de las perspectivas económicas.
Los expertos de McKinsey hablan, además, hacia la creciente brecha generacional de la prosperidad. Si durante el último siglo la norma fue que "los hijos serán más ricos que los padres", la narrativa parece haber cambiado y el nuevo mantra parece sostener todo lo contrario ("los padres serán más ricos que los hijos").
De acuerdo con el informe de la consultora, todo esto empuja al alza el escepticismo ante la globalización comercial o la inmigración.
Las consecuencias del declive
¿Qué factores han alentado este declive? Según McKinsey, han influido cuestiones como la caída de la demanda, el envejecimiento de la población, el aumento del paro o la ineficiencia de los sistemas fiscales. En el mercado de trabajo, la consultora advierte que la crisis de paro que alentó la Gran Recesión ha dado pie a una creación de empleo a dos velocidades, con empleo fijo para los más cualificados y empleo temporal para los trabajadores con una preparación media o baja.
A estas dinámicas hay que sumarle el peso de los avances tecnológicos, que tienen el potencial de desplazar laboralmente al 30-40% de los ocupados. De la capacidad de los mercados laborales para reutilizar el talento de esos trabajadores dependerá su bienestar futuro. Ponerle trabas a las nuevas tecnologías no es la solución: lo que necesita Occidente, por tanto, es recolocar con éxito a los trabajadores que se ven afectados por las nuevas innovaciones.
Hay salida
Hay países que han burlado este declive. Por ejemplo, en Estados Unidos vemos que el sistema fiscal es mucho más eficiente que en Europa a la hora de estabilizar el ingreso de los hogares. En el país del Tío Sam, los impuestos son más bajos que en Europa y recaen sobre una base más estrecha de contribuyentes. A cambio se toleran niveles de desigualdad más altos. ¿Qué resultado tiene esto? En esencia, que la renta mediana cayó un 4% entre 2005 y 2014 pero, ajustando los datos a los impuestos y las transferencias sociales, el saldo final arrojó un crecimiento del 1% en el ingreso disponible.
Por tanto, la clave no es necesariamente disparar el gasto y los impuestos, sino articularlos de manera más inteligente. De hecho, el aumento del endeudamiento público a lo largo de la última década plantea la obligación de hacer más con menos.
Otra fórmula para salir del estancamiento es la de la aceleración del crecimiento. Sin embargo, no basta con aumentos del PIB en el entorno del 1% o del 2%. Para que Occidente remonte la situación y recupere con creces el dinamismo perdido, McKinsey estima necesario un crecimiento a tasas aún mayores.
Las propuestas de McKinsey
McKinsey aporta una amplia gama de propuestas que pueden ayudar a mejorar el desempeño socioeconómico del mundo desarrollado:
- Promover el emprendimiento y la innovación, facilitar la inversión y alentar el aumento de la productividad.
- Orientar la educación hacia el empleo.
- Introducir incentivos que aumenten la participación laboral de mujeres, desempleados, jóvenes y trabajadores de mayor edad.
- Bajar los impuestos a las rentas medias y bajas.
- Reordenar el "gasto social" para concentrarlo en quienes más lo necesitan.
- Cambiar el mercado laboral, con una reforma de los salarios mínimos, un planteamiento de contratos que acarreen menos costes, una facilitación del "trabajo compartido"…
- Promover una cultura de remuneración en la que la moderación salarial vaya de la mano con beneficios no monetarios y la posible democratización del reparto de beneficios.