Los vascos, es sabido, resultan ser los españoles que mejor viven. Su renta per capita, también es sabido, supera con creces la media nacional. Y con su tasa de paro ocurre otro tanto de lo mismo: los vascos son, y también con diferencia notable en relación al resto, los españoles que en menor medida sufren la lacra del desempleo involuntario. Curiosa, contraintuitiva paradoja, esa de la economía vasca, que, aunque resulte asombroso, no ha empujado todavía a nadie (o a casi nadie) a la reflexión. Y es que se nos repite sin cesar, constantemente, hasta el hastío, eso de que el turismo constituye una gran bendición para nuestro país, el “maná” le llaman los expertos de turno. Hasta se ha convenido en tildar de islas “afortunadas” a un triste archipiélago que presenta la mayor tasa de paro y los peores índices de fracaso escolar del conjunto nacional. A tal extremo ha llegado aquí la devota ceguera colectiva a cuenta del monocultivo turístico.
Bien, pues el territorio más rico de España, y con creces, resulta ser, oh sorpresa, el que menos ha desarrollado ese sector entre las distintas ramas de su economía local. Con un clima infame como el del Cantábrico, ese cielo siempre enfurruñado y presto a la lluvia, ya había bien poco que rascar en el negocio del sol y las hamacas de playa. Añádase a ello una pandilla de fornidos cromañones domésticos pegando tiros y poniendo bombas a diario, y toda fantasía de avanzar por ahí, a imagen de lo que sucedió en la costa mediterránea, se desvanecería en el aire. Como así, por cierto, ocurrió. Llegados a este instante procesal, de modo invariable suele salir a colación el asunto del cupo y el concierto económico, el apaño fiscal medievalizante y fulero que, para escarnio de todos, aún ningún Gobierno español se ha atrevido a meter en vereda. Sin embargo, y para ser intelectualmente honestos, procede reconocer que ese tocomocho consuetudinario, el del cupo, nada o casi nada tiene que ver con la muy envidiable situación de la economía privada vasca.
Falsificar por norma las cifras del cupo puede servir para disponer de mejores carreteras, colegios y hospitales, pero no para gozar de mejores puestos de trabajo en la industria. Y eso, la industria, es la clave, lo que explica su éxito y nuestro fracaso. El País Vasco ha logrado reducir el paro hasta niveles homologables con Europa creando menos empleos, muchos menos, que otras zonas peninsulares. Ha producido pocos, sí, pero buenos. El resto de España alumbró en su día, antes de la crisis, muchísimos más, sí, pero malos. Los unos, huelga decirlo, eran turísticos y de la construcción, los otros industriales. Los unos conllevaban sueldecillos paupérrimos, los otros no. Los unos atraían a inmigrantes, los otros no. A los primeros los barrió el primer soplo de la Gran Recesión; los segundos siguieron ahí. Claro que viven mejor, mucho mejor, pero no es por casualidad. Su secreto se llama industria.