Los seres humanos tendemos, por una simple cuestión de economía y simplicidad en los procesos cognitivos, al desarrollo de un pensamiento relativo o comparativo. Valoramos y enjuiciamos las cosas no en función de lo que son en sí mismas, sino en relación a lo que son con respecto a otras. Todos, o casi todos, los juicios de valor que establecemos, lo son por comparación con algo o alguien. Decimos que una persona es alta si su talla es superior a la media de la población, y que es baja si su talla es inferior a dicha media. Definimos un producto como caro o barato en relación a otro, y decimos que un ratón es pequeño en relación a nuestro tamaño, aunque en relación al tamaño de una hormiga habría que definirlo como gigantesco.
Esta forma de interpretar el mundo nos condiciona, y mucho, a la hora de realizar valoraciones objetivas. La ciencia hace tiempo que detectó el problema y le puso solución. Todo aquello que pueda ser medido debe ser expresado en magnitudes cuantitativas y absolutas, no relativas. La talla se debe expresar en centímetros, el peso en kilogramos, la fuerza en newtons, el tiempo en segundos, etc… Sin embargo, hay un "campo científico" en el que sus actores se niegan sistemáticamente a aplicar magnitudes de medida absolutas, sumiendo así conscientemente sus valoraciones y conclusiones en el más absoluto relativismo: la estadística social. Campo dentro del cual, hay dos parámetros que se configuran como los reyes de la medición relativa: la Libertad y la Riqueza. Y esta utilización intencionada de parámetros relativos en las "ciencias sociales", no es en absoluto inocente.
En cuanto a la riqueza, y en primer lugar, al igual que si clasificamos a la población en función de su altura relativa siempre habrá altos y bajos, si clasificamos la riqueza de forma relativa siempre habrá ricos y pobres. No importa que la población en su conjunto aumente de talla, siempre habrá bajos. No importa que la población en general aumente su nivel de riqueza, siempre habrá pobres.
En segundo lugar, la generación de riqueza interpretada mediante un erróneo método relativista, generará importantes contradicciones a la hora de valorar los distintos sistemas de creación de riqueza. Una interpretación relativista nos llevaría a concluir que cualquier sistema que potencie la creación de riqueza en general, potenciará sobremanera la creación de "pobreza". Bajo este prisma relativista, cuanta mayor riqueza se cree, mayor pobreza relativa se generará. Siempre habrá gente con mayor capacidad de creación de riqueza que otra, lo que generará personas relativamente más ricas que otras, siendo designadas estas últimas como pobres. Es el caso del capitalismo, que aumentando la creación global de riqueza, pasa a ser considerado, bajo un pensamiento relativista, como un sistema creador de "pobreza". A está "pobreza relativa" o "pobreza por comparación", elevada a concepto místico, el pensamiento relativista le ha adjudicado un nombre: desigualdad capitalista.
En cuanto a la libertad, de forma análoga e inversa, cualquier sistema económico o político podrá ser calificado erróneamente de "libre" o "neoliberal", por el simple hecho de permitir en su seno un grado de libertad superior al de otros sistemas, aunque en él no se den objetivamente unas altas cotas de libertad. Y de esta forma, sus enemigos, los de la libertad, podrán achacar a una inexistente libertad plena, todas las deficiencias que dicho sistema contenga o produzca, tales como un desempleo crónico, una sanidad deficiente, un sistema educativo fallido, etc…. Situación esta que es, ni más ni menos, la que actualmente se da en las denominadas democracias liberales.
Así pues dejemos de hacernos trampas, y midamos a los sistemas económicos y políticos por su capacidad para incrementar, o no, el acceso de las personas a una mayor variedad y cantidad de bienes, servicios y libertades. Cualquier otra interpretación estará basada en la comparación y la envidia.