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Tres opciones de futuro para la UE tras el Brexit

Los políticos de uno y otro signo aseguran que la Unión será como a ellos les gustaría, pero no está nada claro qué alternativa prevalecerá.

Los políticos de uno y otro signo aseguran que la Unión será como a ellos les gustaría, pero no está nada claro qué alternativa prevalecerá.
Imagen tomada esta misma semana, de banderas británicas y de la UE, delante de la sede de la Comisión Europea en Bruselas. | Cordon Press

¿Qué pasará tras el Brexit? No hablamos de este año o de los movimientos en las bolsas a corto plazo. Sino del futuro de la UE. ¿Cómo será la Unión del año 2030? ¿Habrá sido el referéndum en las islas el inicio del fin del proyecto europeo? ¿O tendrá pocas consecuencias a medio plazo? ¿Cómo veremos este mes de junio de 2016 dentro de veinte años? ¿Como un momento decisivo o como una de esas noticias que generan mucho ruido cuando ocurren y que con el paso del tiempo se relativizan?

Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta clara. Lo cierto es que en los últimos días hay muchas explicaciones del pasado y muchas previsiones sobre el futuro. Pero pocos acuerdos. Da la sensación de que cada analista comenta lo que ha ocurrido y anticipa lo que está por venir de acuerdo a sus preferencias ideológicas. Y eso por no hablar de los políticos: el que está interesado en defender el proyecto europeo predice innumerables males; los euroescépticos anuncian una nueva era de vino y rosas.

Así, los liberales sueñan con que el referéndum sea la chispa que prenda la mecha de la rebelión anti-intervencionista. Los británicos se han ido ahogados por el entrometimiento de Bruselas, dicen, y la UE tendrá que dar marcha atrás y construir un modelo más abierto, capitalista y competitivo si no quiere morir asfixiada bajo el peso de la burocracia comunitaria.

Mientras, Pablo Iglesias aseguraba en su cuenta de Twitter a las pocas horas de conocerse el resultado del referéndum: "Día triste para Europa. Debemos cambiar de rumbo. De Europa justa y solidaria nadie querría irse. Debemos cambiar Europa". Y su socio, Alberto Garzón, incidía: "El referéndum del Brexit no es el problema, sino el síntoma. El síntoma de una Europa para los mercaderes y contra los pueblos". Es decir, que Iglesias y Garzón creen que el problema no sólo no es de excesivo intervencionismo, sino de su escasez. No sólo no quieren un mercado único más integrado, sino que culpan a la "Europa de los mercaderes" del fracaso del proyecto.

Angela Merkel, François Hollande y Matteo Renzi, por su parte, defendían el pasado lunes que la decisión británica servirá para dar "un nuevo impulso a la UE". Los políticos del resto de la UE creen que necesitamos más Bruselas y no menos.

Todo esto está muy bien, pero no son visiones demasiado compatibles entre sí. Habrá quien diga que ganarán los políticos, porque al fin y al cabo son los que tienen el poder. Pero el camino que marcan desde París y Berlín es precisamente el que las encuestas dicen que sus ciudadanos no quieren. El Euroescepticismo crece en parte porque se ve a Bruselas como un monstruo distante y poco fiable, que organiza las vidas de las personas sin que éstas tengan nada que decir.

Parecería entonces que son Le Pen, Iglesias, Varoufakis y el resto de populistas que pueblan la UE los que tienen las de ganar. Y que la UE del futuro será más cerrada, menos capitalista y más nacionalista. El problema es que eso tiene un coste económico. Y además no está nada claro que sea lo que la mayoría de la población quiere. Una cosa es crecer en las encuestas y tener un 25-30% del voto (que es la frontera máxima del populismo en los grandes países de la UE) y otra es lograr la mayoría que se requiere para un cambio de esta magnitud.

Y queda el proyecto de las élites. Una Europa abierta, más liberal, menos intervencionista y al mismo tiempo con unas instituciones comunitarias más fuertes y sometidas a un mayor control. En el que los países ceden parte de su soberanía al mismo tiempo que los ciudadanos se implican más en el proceso de construcción europeo.

Cada uno escogerá el modelo que más le guste. Y durante unas semanas podrá pensar que será el que triunfe. Probablemente, ahora mismo nadie sabe cuál será el ganador. Aunque hay tres alternativas claras sobre la mesa:

1. Bruselas 2.0

Es la opción de Hollande, de Renzi, de Rajoy, de Juncker y de casi todos los líderes europeos. Aprovechar la salida de los británicos para dar más poder a Bruselas y construir un verdadero Gobierno comunitario, con algunos cargos reforzados; por ejemplo, un ministro de Economía de verdad, con más poderes que el actual comisario de Asuntos Económicos.

Hollande ya ha puesto sobre la mesa su hoja de ruta: "Mayor colaboración en seguridad y defensa; una nueva política de inversiones en común; armonización fiscal (¿eurobonos?) y un refuerzo de la gobernanza en la Eurozona".

La clave, como siempre, será la economía. Alemania no está cerrada a una mayor unión fiscal, pero a cambio pedirá mucho control sobre las cuentas de los demás países, porque son los contribuyentes germanos los que sostienen todo el edificio con su solvencia. Y a eso Francia quizás no esté tan dispuesta. Si ya hay tensiones respecto a los límites de déficit, a las recomendaciones de la Comisión y las exigencias a los gobiernos, imagínense lo que ocurriría con un Ministerio de Economía único para los 27. Los políticos intentan suavizar el lenguaje ("mutualizar deuda", "eurobonos", "solidaridad", "unión fiscal"…) pero la realidad es más complicada. Si de algo se han aprovechado los populismos del norte de Europa es de la sensación (no del todo falsa) que tienen los ciudadanos alemanes u holandeses de que ellos están pagando (o avalando) el derroche del sur. Con más unión, o se hace muy bien y todos cumplen con su parte del trato, o este discurso engordará.

2. Una Europa a dos (o tres) velocidades

Ésta es la opción que está de moda en alguntos círculos británicos. En parte porque es la que menos costes acarrearía para ellos mismos y en parte porque encaja con la visión de ciertas élites europeas. Eso sí, tampoco es nada sencilla de poner en práctica.

La idea sería algo así como crear una Europa a dos (o tres) velocidades, con Francia y Alemania comandando a los países que realmente quieren una integración política. El euro serviría como pegamento, aunque no todos los países de la Eurozona tendrían por qué comprar el pack completo. En paralelo, el resto del Viejo Continente se integraría en un mercado común único sin que hubiera demasiadas diferencias entre la situación de países extracomunitarios (Suiza, Noruega, Reino Unido) y los que, estando en la UE, van en el segundo vagón (Suecia, Dinamarca, ¿Irlanda?, ¿alguno del este?).

Tras el Brexit, los grandes medios británicos apoyan esta opción. El Financial Times, por ejemplo, pedía en su editorial del fin de semana que el Reino Unido siga "involucrado" en el futuro de la UE, incluso desde el exterior. Y The Economist pide un modelo noruego o suizo y ampliar el mercado común al máximo número posible de sectores.

Pero todo esto es más fácil decirlo que hacerlo. No hay más que ver lo que ha ocurrido durante la negociación con EEUU y el famoso TTIP, que tanta oposición ha generado. (No) firmar este tratado nos ha llevado más de dos años y está muy poco claro que salga adelante; no hay razones para suponer que con el Reino Unido sea más fácil.

Además, aunque no es posible interpretar lo que quiere cada británico que participó en el referéndum, aparentemente lo que la mayoría de los votantes del Brexit pedía son fronteras más cerradas, menos integración y controles sobre inmigración. Y no están solos. Los movimientos anti-UE crecen y lograr un nuevo acuerdo de comercial en todo el Continente que incluya libre circulación de personas, capitales, mercancías y servicios no sería sencillo.

Y un aspecto más que a menudo se olvida, pero que es muy relevante. ¿Cómo será la UE sin Reino Unido? Gideon Rachman, una de las principales firmas del FT, recordaba el pasado sábado que "durante más de 40 años, los políticos británicos fueron fundamentales en el diseño de un orden mundial más liberal. El Gobierno británico ha sido de forma consistente una voz a favor de una economía liberal dentro de la UE. Sin el Reino Unido, es mucho más probable que la UE se mueva hacia el proteccionismo".

Por último, dentro de esta alternativa, no hay que olvidar la opción del Brexit sin Brexit (sería la opción 2.1). Es decir, que a lo largo del proceso de negociación se llegue a algún tipo de acuerdo que cambie las cosas. Nadie quiere decirlo en voz alta, pero no es ni mucho menos imposible. En Bruselas no se plantea el escenario de forma oficial, porque parecería una concesión a los británicos, pero el proceso será largo y puede tener sorpresas.

Este mismo viernes, The Economist lo planteaba abiertamente: "Tres cosas podrían conspirar para evitar el Brexit: tiempo, circunstancias y el Parlamento. El Gobierno británico debe anunciarlo formalmente, bajo el artículo 50 del tratado de la Unión. No hay prisa. Algunos líderes europeos no están nada ávidos de recibir la notificación. El caos en Reino Unido aporta una advertencia hacia el populismo antieuropeo creciente en algunos países que tienen elecciones en el futuro próximo (Francia, Alemania, Holanda). Mientras la tormenta amaina y los costes del Brexit se ven claramente, nuevas ideas (quizás un acuerdo europeo para controlar incrementos inesperados de inmigración) podrían ganar fuerza. Y el Parlamento podría buscar un nuevo acuerdo para mantenerse en la UE. ¿Complicado? Sí, pero no imposible".

De cara a la opinión pública del resto de países sería complicado de vender. Como mínimo tendría que quedar claro que los británicos no han obtenido ninguna nueva concesión y, si acaso, tendrían que ceder en algo (justo lo contrario de lo que pedían en la campaña del Brexit). Está claro que la evolución de la economía de las islas en el corto plazo será un factor decisivo para establecer lo que el público británico y del resto de la UE están dispuestos a conceder.

3. Frexit, Nerdexit...

Nadie quiere hablar de esto (y sí, los juegos de palabras con Brexit están a punto de llegar a un punto de no retorno), pero no se puede descartar. De hecho, no habían pasado ni un par de horas desde que se conocían los primeros resultados oficiales del referéndum en el Reino Unido y los populistas de toda Europa estaban pidiendo su propia ración de urnas.

No parece probable que en Francia u Holanda se vaya a convocar un referéndum. Y mucho menos que lo ganen los euroescépticos. Pero nada es imposible. Sería el fin de la UE y la vuelta a un continente cerrado, con fronteras, sin moneda ni mercado común y mucho más nacionalista. El daño para la economía y el comercio sería terrible.

La salida del Reino Unido se está viviendo como un drama. Pero a medio plazo, sobre todo si sigue integrado en el Espacio Económico Europeo de una forma u otra, las consecuencias serían manejables. Sin embargo, una ruptura de la UE implicaría sí o sí una revisión de todo tipo de acuerdos económicos y de cooperación. Por eso nadie habla de esta opción... pero eso no quiere decir que no exista.

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