Que pague Merkel. Éste podría ser el resumen del programa electoral con el que Podemos se presenta a las elecciones del próximo 26-J. Y el partido morado no lo oculta. Este miércoles, Carolina Bescansa y Nacho Álvarez presentaban el documento en Madrid. Más allá de las bromas sobre su evidente parecido con el catálogo de una multinacional sueca, el programa reincide en las mismas premisas que el de diciembre: más gasto público, más déficit y más promesas para todo tipo de colectivos.
El problema con este planteamiento es: ¿quién se hace cargo de la factura? Álvarez, siguiendo lo declarado por Pablo Iglesias o Alberto Garzón en los últimos días, lo tiene claro: Alemania, el BCE, los países ricos de la Eurozona… Ahora sólo hace falta preguntarles a ellos qué opinan. Alexis Tsipras intentó una jugada parecida hace ahora un año. No le salió muy bien.
En realidad, en el articulado del programa no hay apenas novedades respecto a lo anunciado en diciembre (aquí las claves de ese programa). En mercado laboral, vivienda, pensiones, intervencionismo en la economía, regulación, etc. el documento no cambia.
Donde sí hay novedades es en la memoria económica, el punto central del programa, en el que se detallan los gastos, ingresos y previsiones de crecimiento de sus autores. En este caso, Podemos ha querido vender un ejercicio de realismo. O al menos tapar un poco unas cifras que eran complicadas de mantener.
En diciembre, Podemos auguraba un crecimiento medio del PIB del 5% (muy superior al conseguido entre 2000 y 2007, en plena burbuja inmobiliaria), que permitiría un aumento del gasto público de más de 135.000 millones de euros respecto a los Presupuestos de 2015. Ahora, esa promesa queda reducida a 100.000 millones de gasto adicional: de los 468.000 millones de gasto público con el que cerró el último ejercicio, a los 566.000 que Podemos prevé para 2019.
Por cierto, que aquí hay que hacer una aclaración importante. Álvarez ha repetido en varias ocasiones que su incremento del gasto es de "60.000 millones". Y es la cifra que más se ha repetido en los titulares de la prensa. Pero no es verdad. La subida del gasto es de 100.000 millones de euros. Lo que ocurre es que Podemos compara sus cifras con las del Gobierno (que promete subir el gasto en 40.000 millones) y dice que su promesa es de sólo 60.000 millones extra.
¿Cómo se conseguirá este nivel de gasto? ¿Se disparará el déficit? Pues según Podemos no. Sus cálculos apuntan un incremento de los ingresos a lo largo de toda la legislatura, una subida que permitiría financiar su política. ¿Con muchos impuestos? Pues también, porque el programa mantiene todas las subidas fiscales que ya preveía en diciembre (en IRPF, Sociedades, impuestos especiales, cotizaciones sociales…).
Pero además, las previsiones de ingresos de Podemos se basan en su pronóstico sobre cómo lo hará la economía española bajo su Gobierno. De esta forma, argumentan, las políticas de estímulo que pondrán en marcha generarán un fuerte crecimiento económico (del 3,5%) generarán ingresos extra para las administraciones públicas; en concreto, 125.000 millones más de ingresos al año en 2019 respecto a la cifra real de 2015 (son 70.000 millones más en ingresos de lo que prevé el cuadro oficial del Gobierno). El problema es si se podrá cumplir ese 3,5% de media anual (por ejemplo, el consenso de analistas de Funcas para 2016-17 es de crecimientos del PIB del 2,7% y 2,3%). La apuesta de Álvarez es que las medidas de Podemos ayudarán a incrementar el crecimiento en un punto.
Bruselas, Merkel y el déficit
Llegados a este punto, hay dos preguntas fundamentales sobre las que se sostiene el edificio económico morado. La primera es si lograrían el crecimiento económico que prevén, en un contexto de clara desaceleración de la economía europea (que Álvarez también admite) y sin el que se desplomarían los ingresos al mismo tiempo que se dispararían los gastos.
La segunda pregunta es la que hacíamos al comienzo del artículo: ¿esto quién lo paga? Porque incluso si admitimos las cifras de Álvarez, Podemos prevé cerrar la legislatura en 2019 con un 2,1% de déficit, bastante por encima de lo pactado con Bruselas. El objetivo oficial que maneja ahora mismo la Comisión Europea es de un déficit del 0,3% en 2018 que se convertiría en equilibrio presupuestario (o incluso superávit) en 2019.
Y aquí hay que volver a lo básico, a las cuestiones fundamentales de la política económica de cualquier Gobierno. Cuando uno tiene déficit público, tiene que salir a pedir dinero al mercado para que le financien. España, como los demás países del sur de Europa, vive en una situación peculiar desde la crisis de deuda de 2010-12. En aquel momento, el repunte de la prima de riesgo, que llegó a estar por encima de los 600 puntos básicos, estaba asociado con las dudas de los inversores respecto a la capacidad del Gobierno español para pagar sus deudas.
¿Cómo se terminó con todo aquello? ¿Fue por alguna decisión del Gobierno de recortes de gasto? ¿Fue una nueva ronda de reformas? Pues no. La clave estuvo en Mario Draghi y en sus famosas veinte palabras (en inglés) del 26 de julio de 2012: "El BCE hará todo lo necesario para sostener el euro. Y, créanme, eso será suficiente" ("The ECB is ready to do whatever it takes to preserve the euro. And believe me, it will be enough").
A partir de ahí, todo mejoró. Podríamos decir que se produjo un acuerdo tácito: el BCE y los principales países de la Eurozona, con Alemania a la cabeza, prometían avalar la deuda de los países periféricos. A cambio, los gobiernos de estos países prometían seguir, más o menos, la senda de reducción del déficit pactada con Bruselas y hacer las reformas necesarias para conseguir un crecimiento a medio plazo que les permita reducir el déficit. Más o menos, con tiranteces de un lado y otro, el acuerdo se ha ido manteniendo. Italia, España o Portugal han cumplido lo prometido a Angela Merkel y Mario Draghi, que son nuestros avalistas, o los representantes de nuestros avalistas (que en realidad son sus contribuyentes).
Sólo ha habido un caso en el que el acuerdo se ha roto, con Grecia en el primer semestre de 2015. Alexis Tsipras llegó al Gobierno de Atenas con la promesa de quebrar la voluntad de la malvada troika y sacar a su país del rescate. Más o menos podríamos resumir así su postura y la de su ministro estrella, Yanis Varoufakis: "Alemania no se atreverá a echar a Grecia del euro. Los costes serían demasiado altos. Si nos mantenemos firmes, acabarán cediendo, nos darán más dinero para nuevos rescates y no tendremos que hacer ni ajustes del gasto ni reformas".
Durante seis meses, ésta fue la actitud del Gobierno de Syriza, que llegó a convocar un referéndum para presionar más en las negociaciones con la UE. ¿Cómo acabó aquello? El BCE cortó sus líneas de crédito. El país heleno entró en un corralito que dejó a sus bancos secos de liquidez. La actividad económica (que se recuperaba a finales de 2014) se desplomó. Y Tsipras tuvo que recoger velas, retirar todas sus promesas electorales y aceptar unas condiciones mucho más duras de las que ofrecía la UE al comienzo de las negociaciones. Varoufakis, mientras, es uno de los conferenciantes más exitosos de Europa.
La postura de Podemos
Desde aquella noche de Bruselas en la que Tsipras aceptó todas las exigencias de la troika ante la posibilidad de que su país tuviera que salir del euro, en Podemos huyen de las comparaciones con Syriza que antes tanto buscaban. También este miércoles, Álvarez ha querido diferenciar el caso de España del griego.
Pero en realidad, su postura no se diferencia demasiado de aquella con la que el primer ministro heleno llegó al cargo que ahora ocupa. Tanto Tsipras como Varoufakis no tenían previsto una ruptura con Alemania. Su idea era más bien convertir a Grecia en una especie de protectorado germano, con Berlín pagando las facturas pendientes de los griegos (de forma similar a las transferencias de renta que los länder ricos de Alemania Occidental hacen con las regiones de la antigua RDA).
Algo parecido puede decirse de las intenciones de Podemos. Todo su programa gira alrededor de la exigencia a Alemania de más dinero (o más margen con el déficit). Cuando se les pregunta qué pasará si la UE se niega a aceptar sus condiciones, casi se sorprenden de que exista esa posibilidad. Este miércoles, por ejemplo, a lo largo de la rueda de prensa le han preguntado en varias ocasiones a Nacho Álvarez qué haría Podemos para cuadrar sus cuentas si Bruselas se negase a darle el margen que exigen. Y esto es lo que ha respondido (a partir del minuto 55 de la rueda de prensa de presentación del programa):
¿Qué pasa si llegan a gobernar y no hay pacto de renegociación en Bruselas?
Cuando Hollande, Renzi o el propio Rajoy en 2015 acuden a Bruselas y dicen 'Éste es nuestro ritmo de reducción del déficit', creo que están informando. Hay alianzas en Europa suficientes para que Bruselas sea consciente de que los estados miembros y los parlamentos nacionales no pueden pasar por ese estrecho desfiladero [de la reducción del déficit] que reduce la oferta política a la nada, porque existen unos compromisos derivados de sus programas electorales, que exigen una modificación del déficit que parte de los gobiernos no la están negociando, sino que están informando a Bruselas de que la van a llevar a cabo.
En un contexto en el que el BCE compra deuda soberana en los mercados secundarios, parece difícil que las diferencias entre Bruselas y los gobiernos tengan consecuencias importantes. La realidad es que no están teniendo ninguna.
¿Entonces ustedes informarían y si hay un "No" desde Bruselas, seguirían con su programa o hay un plan B?
El plan B de Podemos pasa por no atender en ningún caso recortes sobre las partidas fundamentales de los PGE. Este debate entiendo que haya tenido lugar para otros países europeos [parece que aquí se refiere a Grecia] porque carecían del respaldo del BCE y tenía sentido un debate sobre el plan B. En el caso de España, me parece que con el BCE garantizando la compra de la deuda en los mercados secundarios sería una insensatez volver a los recortes y que Bruselas plantease una multa. Esta renegociación tiene que extenderse y explotarse todo lo que sea posible.
Es decir, lo que Álvarez plantea es que, mientras el BCE pague, no hay que preocuparse demasiado por lo que diga Bruselas. Se le informa… y poco más. La pregunta es: ¿hasta cuándo estaría dispuesto a pagar el BCE? O lo que es lo mismo, ¿cuándo se acabará la paciencia de los contribuyentes germanos con los países del sur de Europa?
Es cierto que hasta ahora España ha incumplido de forma reiterada los objetivos de déficit y no ha habido consecuencias. No es menos cierto que el Gobierno de Mariano Rajoy ha aprobado varias de las reformas que le exigía Bruselas y que ha seguido una senda de reducción del déficit más o menos cercana (salvo en el último ejercicio) a la exigida. Podemos plantea una ruptura total con la UE, con Alemania y con el BCE.
Para empezar, ya anuncia antes de llegar que ignorará sus requisitos de déficit. Además, anuncia que derogará buena parte de las reformas pactadas entre Rajoy y la UE: laboral, la privatización de Bankia (Podemos lleva en su programa cambiar el MoU para poder mantener el banco en manos del Estado), la reforma fiscal y de las pensiones… Y luego, para completar el cuadro, dice que ignorará los objetivos de déficit, porque como el BCE seguirá comprando deuda española, esos objetivos no tienen ningún sentido. Es una apuesta muy fuerte. Ahora sólo queda por saber la respuesta del jugador que se sienta enfrente. A Tsipras, Merkel, Draghi y el resto de primeros ministros de la troika le aguantaron el órdago. Pablo Iglesias parece convencido de que él triunfará donde su amigo Alexis fracasó.