Recuerdo que en mi casa había algún libro infantil protagonizado por un niño llamado Teo. Tal vez lo conozcan si han tenido una infancia tan aburrida como la mía. En esos libros, el pequeño Teo iba descubriendo el mundo. Teo visita a sus abuelos, Teo va al mercado o Teo desayuna eran algunos de los emocionantes títulos (juro que este texto no está patrocinado por ninguna editorial). Jordi Évole es como el Teo de aquellos libros, aprendiendo a cada paso, a menudo sobre los asuntos más obvios, aunque siempre carente de inocencia. Esta semana ha llegado a cabrearme y al final entenderán el motivo.
El último Salvados llevaba por nombre Algo más que deporte: tres buenas entrevistas a la gimnasta Carolina Pascual (plata en Barcelona 92), al futbolista internacional Juan Mata y a la campeona del mundo de triatlón Virginia Berasategi. Según la sinopsis oficial del programa, lo que Évole quería aprender era "qué hay más allá del éxito, el dinero, el reconocimiento y la fama de los deportistas de élite que vemos a menudo en los medios de comunicación". Veamos cómo este Jordi descubre el deporte de élite.
Claro que valió la pena
Estadio Olímpico de Montjuic. Parece que hace frío. En su entrevista, la gimnasta Carolina Pascual reconoce que tuvo que superar duros sacrificios, como empezar a entrenar todos los días desde los siete años, teniendo que soportar largos desplazamientos. A los doce, enfoca toda su vida a la gimnasia y tiene que irse de casa.
"Mi gran obsesión era los Juegos Olímpicos", dice Pascual con orgullo. Largas sesiones de entrenamiento, dieta estricta, repetidas visitas a la báscula y vivir en un piso lejos de su Orihuela natal: "No todo el mundo aguantaba", comenta. Évole pregunta si le daba rabia tanto control, ignorando los sueños de la niñez de la persona que tiene enfrente. "Suena un poco a locura", dice el presentador, algo que la gimnasta contesta con un "pero funcionó, la verdad. Cualquier error me hubiera llevado a perder la medalla. No quiero ni pensarlo". "Así que bienvenido sea todo ese sacrificio", añade Évole. La gimnasta ni lo duda: "Sí".
No crean que el presentador deja de hurgar en la herida, esas respuestas no le convencen, así que sigue buscando ejemplos del dolor y el esfuerzo: "Esto no es ni disciplina militar, es más. Parece una tortura". Pero no obtiene nada más que un sonriente "como ha sido lo más grande que he conseguido, volvería a hacerlo". Y la gimnasta añade que "estar ahí es ser una privilegiada. Hay muchas niñas en España a las que les hubiera gustado estar en mi lugar".
Pero Évole replica: "No sé yo". Ella ríe e insiste con un simple "sí". Es un "sí" aplastante. Afirma con la cabeza, sonríe. Es de lo más segura que Carolina Pascual ha estado en su vida. Se saca de encima la mediocridad que le proponen con una sola palabra. Personalmente, me pareció un momento emocionante, precioso.
Como Évole no obtiene lo que busca en el terreno del esfuerzo, camina al desagradable asunto del dinero: "Lo que me da la sensación es que, a pesar del mega esfuerzo, la recompensa económica no era la hostia". Frase literal. Y no lo era, admite Pascual. Pero los sueños a veces van de otra cosa. La gimnasta recuerda su final olímpica con brillo en los ojos y reconoce que se arrepiente de haberse retirado tan joven. Después ha tenido dificultad para ganarse la vida, admite: "Es normal, ahora vamos a dar paso a otras gimnastas".
Vivir en una burbuja
Juan Mata juega en el Manchester United, uno de los mejores clubs del mundo. Évole asiste a un partido en el que casualmente Mata marca un gol de falta. Cuando el encuentro finaliza, acompaña al jugador español a su casa. La entrevista intenta mostrarnos "el negocio en el que se ha convertido el fútbol de élite".
El futbolista estará diplomático y a la defensiva desde el principio: "El fútbol, cuando juegas a este nivel, está muy bien remunerado". Mata está casi pidiendo perdón: "Por tener un coche que te guste o una casa en la que te sientes cómodo no tienes por qué ser un imbécil". Por un momento pensé que se lo estaba diciendo a Évole. En fin, si hay que aclarar estas cosas, es que algo falla.
El presentador pronto entiende lo que Mata le puede ofrecer. Vean el trasfondo de culpabilización de la siguiente pregunta: "¿Tú estarías dispuesto a ganar menos dinero y que el fútbol fuese menos negocio?". La pregunta carece de sentido real. Todo lo que genera demanda, interés y expectación siempre será un negocio y siempre tendrá una élite de personas que tengan talento para esa actividad. El futbolista admite que le daría igual ganar "equis, que equis más tres".
¿Estaría dispuesto Évole a ganar algo menos de dinero a cambio de quitar algunos de los anuncios de su programa? ¿Y a cambio de que sus compañeros tuvieran un sueldo mejor? Son tantas las preguntas absurdas que se pueden hacer…
Una vez que has hurgado en la herida, lo normal es echar sal. Évole pregunta a Mata qué le parece lo que cobra. "Respecto a la sociedad, una burrada, una burrada. Algo irreal", responde Mata. El segundo "burrada" es un lamento con una mirada que cae pidiendo perdón y un hombro que se encoge gritando así son las cosas. Es todo un lamento que no llega a llanto por falta de tiempo.
Mata prosigue reconociendo que su salario es, "respecto al mundo del fútbol, algo normal. Respecto al noventa por ciento de los sueldos de España y de todo el mundo…". Évole, acusador, corrige sin dejar terminar: "Sube, sube un poquito lo del noventa". Y el futbolista lo sube. Tras esa corrección impertinente yo habría echado a Évole de casa. Pero la herida abierta debe recibir su ración de vinagre.
El presentador asegura que cuando un jugador que gana varios millones pide al club un aumento de sueldo "nosotros como aficionados decimos: ¿este tío qué más quiere? ¿Dónde está el baremo?". Mata intenta resolver la ignorancia (fingida ignorancia, se lo digo yo) de Évole sobre los baremos, pero el presentador interrumpe: "¿Pero no te da pudor?". ¿Qué está buscando este hombre? ¿Está buscando que Mata pida perdón? ¿Quiere que suplique de rodillas? ¿Quiere que llore? ¿Qué está pasando aquí?
Permítanme una pequeña explicación sobre los baremos. Juan Mata es uno de los cien mejores futbolistas del mundo (por redondear, para ahorrar debates). De siete mil millones de seres humanos, él está entre los cien mejores en algo que nos gusta mucho a muchos. Él no es lo normal en el mundo del fútbol, como Tom Cruise no es lo normal en el mundo de los actores.
Cualquiera que esté entre los mejores del mundo en una actividad que genere demanda y cuyo talento cuente, ganará mucho dinero. Y da igual que sea futbolista, actor, cantante, arquitecto, médico o cocinero. O comunicador, como Évole, que por algo no es mileurista y gana más dinero que el 99%. De hecho, la expresión que más repite Mata en la entrevista es "cuando juegas a este nivel", que es una manera educada de decir "cuando eres tan bueno como yo". Y es que la clave de todo este asunto no es otra.
Pero Évole vuelve a la carga: "¿En algún momento tú te has sentido que vivías en una burbuja?". Mata lo reconoce pesaroso: "Yo vivo en una burbuja. La vida real es la de mis amigos, que están estudiando, que han tenido que buscarse un trabajo, que han estado en paro o han tenido que estudiar fuera…".
¿Qué es vivir en una burbuja? ¿No vive Évole en una burbuja? ¿Y el jefe de Évole? ¿Vivir en una burbuja es vivir bien? ¿Vivir bien con respecto a qué y a quién? Usted y yo vivimos en una burbuja, aislados de los problemas que tiene la gente de Somalia. O vivimos, en general, aislados de los problemas de la gente que tiene problemas que nosotros no tenemos. Punto, fin. Esta última falacia de la burbuja no da para más. Busquen otra. Recojan todo. Hasta luego.
Ganar o no ganar
Seguimos aquí. La campeona del mundo de triatlón Virginia Berasategi dio positivo en 2013 en un control antidopaje. Fue en una prueba menor que la deportista cree que habría ganado sin ninguna ayuda química. Reconoció la culpa.
En la entrevista, Évole repite el esquema inicial seguido con la gimnasta: poner en duda que tantos sacrificios compensen. Berasategi reconoce una vida prácticamente dedicada a entrenar. "¿Qué vida es esa?", se pregunta el presentador. "Muy sano esto no puede ser, ¿no?", añade Évole. Más sano que estar ocho horas delante de un ordenador ya les digo yo que sí que es. Berasategi reconoce que "para llegar a lo que quieres llegar, no queda otra".
Nuevo fracaso en el tema del esfuerzo. Vayamos al desagradable tema del dinero, que en este caso tampoco es excesivo, reconoce Berasategi. Más temas espinosos: correr con lesiones. Lo acompañan de música triste. Luego, el dopaje, cuyo reconocimiento para ella fue "una liberación". Évole quiere vendernos el tópico de los cuerpos llevados al extremo por culpa del mundo del deporte de élite. Pues no, la atleta asume la culpa de todo: "Me pudo el ego, la decisión última la tomé yo. Quería acabar mi carrera ganando". "Soy tonta y soy gilipollas", reconoce emocionada. "La decisión fue mía", insiste.
Lo repite varias veces porque quiere que quede claro. Acaba llorando. Llora porque ha hecho trampas, se ha saltado las reglas. Hay honor, un honor casi de otro tiempo, difícil de encontrar fuera del deporte. Deporte al que sus lágrimas dignifican, otro objetivo no buscado por el programa.
¿Qué quisieron contarnos?
Antes de que comenzara Salvados, Jordi Évole publicaba el siguiente tuit animando a sus seguidores a ver La Sexta:
En 1h reflexinamos en Salvados sobre la dictadura del éxito. ¿Por qué castigamos tanto el fracaso, cuando es lo normal? #AlgoMasQueDeporte
— Jordi Évole (@jordievole) 24 de abril de 2016
Resulta extraño que el presentador hable de castigar el fracaso, algo que ni aparece en las entrevistas. También llama la atención lo de "la dictadura del éxito". Sospecho que era la idea inicial de Évole para este Salvados y no encontró lo que buscaba, algo que ya le ha ocurrido en otras ocasiones. Lo que debería haber sido La dictadura del éxito acabó siendo un simple Algo más que deporte, en el que hubo buenos momentos, pero poco que rascar para la causa progresista.
Y es que las tres entrevistas fueron interesantes. Pero lo fueron a pesar de Évole, no gracias a él. El presentador intentó que los deportistas reconocieran que su esfuerzo no había valido la pena y encontró justo lo contrario. Buscó que reconocieran que el deporte de élite lleva al límite a los profesionales y tropezó con personas con dignidad que asumían sus responsabilidades, sus decisiones personales.
Encontró lo personal, lo individual, eso que detesta gente como Évole. Encontró la culpa de uno mismo. Encontró algo que difícilmente pudo vender como un problema general, como una deficiencia social. No existe dictadura alguna cuando alguien decide voluntariamente perseguir su sueño, sabiendo que el camino no será sencillo. Menos, incluso, cuando consigue alcanzar el éxito. ¿Por qué a algunos les da alergia el peso infinito que tiene la decisión personal?
También fue lamentable el doble juego que nos ofreció Évole con el asunto del dinero. Al que gana mucho le preguntó si no le daba vergüenza. A los que no ganaron tanto dinero les echa en cara que tal vez no haya compensado tanto esfuerzo. La pose por la pose, la pega por la pega. Si cumples un sueño y no ganas mucho dinero, mal. Si lo cumples e ingresas muchísimo dinero, mal también. Para Évole lo mejor debe de ser quedarse sentado en casa y su deporte de élite perfecto seguro que tiene que ver con que todos empaten y pasen un rato agradable. Este hombre tiene alergia a la competición, a superarse a uno mismo y a la libertad individual.
Pero permítanme insistir para terminar. No recuerdo jamás que un entrevistador se empeñara en minimizar la hazaña deportiva de quien tuviera enfrente, que insistiera en insinuarle que había tirado su vida, que seguramente había tomado malas decisiones. Mucho menos cuando ese deportista ha llegado a lo más alto.
Tu sacrificio creo que no valió la pena, dice Évole de cien maneras diferentes. Un desprecio indecente. Tan indecente como echarle en cara a un tipo talentoso en lo suyo que gana demasiado dinero. Todo con el único objetivo de vendernos la moto socialista de que el esfuerzo no vale la pena y que ganar más dinero que otros es algo que debería avergonzarnos.
Évole no pregunta por preguntar, no le da igual obtener una respuesta u otra. Él utiliza a las personas con las que habla para vender un mensaje concreto. Las entrevistas fueron buenas, porque hablaron tres buenas personas. Por desgracia, las intenciones del entrevistador resultaron nauseabundas, una vez más. Ojalá Évole haya aprendido algo de esta experiencia, aunque lo dudo. ¿No le dará pudor?