En 1919, cuando se establecieron los 65 años como la edad legal de jubilación, la esperanza de vida en España era de poco más de 40 años y sólo una de cada tres personas llegaba a esa edad. En 2011, cuando el Gobierno del PSOE aprobó la reforma que hará que nos jubilemos a los 67 años a partir de 2027, la esperanza de vida en nuestro país era de 82 años y más del 90% de la población alcanzaba esa cifra. De hecho, la esperanza de vida para un español que cumpliera 65 años en 2011 era de 19 años en el caso de los hombres y 23 años para las mujeres (ver tabla inferior). A cambio, en 1900, una persona con 65 años tenía (de media) menos de una década de vida por delante.
Son muchos datos y todos apuntan en la misma dirección. De hecho, ni siquiera es necesaria la estadística y tampoco es ésta una cuestión en la que sólo haya que mirar las cifras. Es evidente que una persona con 60 años en la actualidad vive de forma muy diferente a cómo lo hacían sus abuelos en 1900 o 1920. No sólo hablamos de esperanza de vida, sino de todo tipo de indicadores: salud, ingresos, estilos de vida, servicios a su alcance, incidencia de la tecnología…
Sin embargo, y a pesar de que ésta es una realidad más o menos evidente en toda Europa, cualquier iniciativa dirigida a elevar la edad de jubilación o, incluso, a ampliar las opciones laborales para las personas mayores encuentra enormes resistencias. Por ejemplo, en España, Pablo Iglesias ha hablado en numerosas ocasiones de rebajar la edad de jubilación a los 60 años (aunque es cierto que luego en el programa electoral, Podemos no se ha atrevido a tanto) como una forma de repartir el trabajo y dar entrada a los jóvenes en el mercado laboral.
De hecho, sea por una cuestión ideológica, por la normativa o por la falta de oportunidades, lo cierto es que nuestro país está en el vagón de cola en participación laboral entre las personas de más de 50 años. En las últimas semanas, toda esta cuestión ha vuelto a recobrar actualidad por la polémica entre los escritores y Empleo a costa de las pensiones que aquellos cobraron, supuestamente, de forma indebida. En el Ministerio aseguran que sólo se están persiguiendo trabajos profesionales, no el cobro de los derechos de autor; los escritores, en cambio, creen que se está persiguiendo por un mero afán recaudatorio todo tipo de actividad artística.
La discusión comenzó alrededor de si era lógico que se penalizase a los "creadores" que querían mantener su actividad más allá de los 60 años, pero hay una cuestión que va más allá y es si tiene algún sentido que, en el año 2015, se mantenga el mismo esquema de relaciones laborales de 1950 y que podría resumirse: un mes antes de cumplir los 65 años (o 67 tras la reforma), trabajas 40 horas semanales, sea cuál sea tu sector de actividad; un mes después, ya no puedes trabajar ni una.
Las cifras
José Antonio Herce, profesor de Economía de la Universidad Complutense y director asociado de AFI, publicaba la semana pasada un informe para Funcas titulado "El impacto del envejecimiento de la población en España". En su opinión, "no tienen ningún sentido" mantener en esta cuestión el mismo modelo vigente hace 40 o 50 años: "Una buena parte de los países europeos (Francia o Alemania, entre otros) admiten la compatibilidad plena" de las pensiones con un empleo remunerado. Y no hay ningún motivo para que España no se sume.
Lo cierto es que entre la población que todavía no ha alcanzado los 65 años, la diferencia entre España y el resto de los países europeos no es tan grande. Como puede verse en el siguiente gráfico, el 55,4% de los españoles entre 55 y 64 años forma parte de la población activa (es decir, trabaja o busca trabajo), un dato que está alejado del 78% de Suecia o del 69% de Alemania, pero que es superior al de Francia.
Sin embargo, cuando llegan los famosos 65 años (la edad de jubilación antes de que se iniciara la última ronda de reformas y la que se toma como referencia a nivel estadístico), la diferencia se dispara. Sólo el 4,3% de los españoles que tiene entre 65 y 69 años trabaja: en Alemania es el 13,8%, en Reino Unido el 20,7% y en Suecia el 21%. Para aquellos que tienen de 70 a 74 años, los números son también muy diferentes: España (1,1%), Alemania (5,9%) o Suecia (10,5%).
Las opciones
Normalmente, se asocia la edad de jubilación únicamente a la cuestión de la sostenibilidad del sistema público de pensiones. Y es cierto que si un gran porcentaje de la población va a vivir 90-95-100 años y no hay un relevo suficiente en el mercado laboral (y no lo va a haber, porque los trabajadores de 2040 deberían haber nacido ya y no lo han hecho)… en ese caso, está claro que mantener el nivel de las pensiones en relación a los salarios medios será casi una misión imposible para el actual sistema de reparto. De hecho, será complicado mantener incluso el nivel adquisitivo de las prestaciones.
Pero no sólo debemos atender al déficit de la Seguridad Social. No es sólo cuestión de cómo pagar las pensiones, sino de si una sociedad puede permitirse el desperdicio de no aprovechar el valor añadido que podrían aportar millones de personas de 65-67-69 años que podrían (y querrían) seguir trabajando. La economía, el tipo de empleos y el uso de la tecnología ha cambiado mucho en las últimas décadas. Hay mucha riqueza en el conocimiento acumulado por una persona que lleva 50 años trabajando. En una situación en la que el capital humano e intelectual es tan importante, ignorarlo no parece una idea muy inteligente. Y desde el punto de vista moral, en ocasiones parece casi como que se arrincona a las personas de una determinada edad, como si no pudieran seguir contribuyendo al conjunto de la sociedad.
Eso no quiere decir que no haya cuestiones abiertas al respecto:
- Incentivos: desde hace años, las jubilaciones anticipadas se penalizan y al mismo tiempo se incentiva que los trabajadores se mantengan activos más allá de los 65 años. La idea es que estas decisiones sobre la edad de jubilación sirvan para ayudar a la sostenibilidad del sistema. En este sentido, Herce recuerda que "hay que aprobar medidas que traigan cuentas para el sistema, calcular unos premios y unas actualizaciones justas", que sirvan para animar a los que quieran seguir trabajando, pero que no acaben costando más de lo que se ahorra.
- Flexibilidad: si no tiene mucho sentido tener una edad de jubilación fija de 65 o 67 años para todos los trabajadores, en todos los sectores y en todos los casos… tampoco es muy lógico que esa edad sea de 70 o 72 años. La clave probablemente resida en introducir flexibilidad en el sistema, para que cada trabajador elija dentro de un rango de edades, sabiendo que si se jubila antes cobrará algo menos de pensión y si se jubila más tarde cobrará algo más. En Suecia, una de las claves de la reforma aprobada en los años 90 incluía un sistema de cuentas nocionales: podría resumirse como que el trabajador va acumulando derechos a lo largo de la vida laboral y cobrará de pensión un acumulado igual a lo que ha aportado (por lo tanto, si se jubila antes la mensualidad será menor y si se jubila después, algo más elevada). El sistema le va informando en cada año de cuánto le tocaría si se jubila en ese momento.
- Imaginación: la tercera clave en esta pequeña revolución está en nuestra imaginación. Siempre que sale el tema de la edad de jubilación surge el típico comentario de "un minero no puede estar en la mina con 70 años". Y es cierto. Pero las tecnologías modernas y las nuevas formas de organización ponen a nuestro alcance muchas más posibilidades que hace unos años. En Europa es muy habitual que los trabajadores de más edad tengan sólo medias jornadas o más días libres. Y hay numerosas ocupaciones relacionadas con la formación o la asesoría (incluso en sectores tradicionalmente ligados al trabajo físico) para las que la edad no es sólo un impedimento, sino que puede llegar a ser un plus.
- Más impuestos: por último, incluso para aquellos que se preocupan fundamentalmente de mantener el sistema en pie, ésta debería ser una opción interesante. Es cierto que no tendría mucho sentido que una persona que sigue trabajando más allá de la edad de jubilación legal pague cotizaciones sociales. Quizás una pequeña "cotización de solidaridad" apunta Herce, pero en una cantidad que "no sea disuasoria". Pero esta persona sí generaría actividad económica y pagaría impuestos por sus ingresos. Es decir, que incluso desde la perspectiva puramente funcional de los defensores del actual modelo, ampliar las opciones para trabajar más allá de los 65 debería ser una alternativa sobre la mesa.