No hace falta saber mucho de Economía ni tampoco ser demasiado inteligente para comprender que Estados Unidos acertó al aplicar una política económica radicalmente distinta de la europea a fin de combatir los efectos de la Gran Recesión. Basta para ello con comparar los principales indicadores de actividad de unos y otros. Estados Unidos crece de modo ininterrumpido desde hace varios años, mientras que la Unión Europea se mantiene estancada en la más absoluta de las mediocridades estadísticas desde hace idéntico número de años. No se trata de una opinión ni tampoco de un juicio de valor, sino de una clamorosa evidencia cuantitativa. Si Norteamérica hubiese actuado como Europa tras el derrumbe y ulterior rescate del sistema financiero, esto es, con bonitos discursos sobre el libre mercado y un poquito de política monetaria, ahora mismo estarían igual que nosotros: tumbados en la lona. Pero los norteamericanos, siempre tan pragmáticos ellos, prefirieron aplicar la receta que ya demostró su eficacia cuando la otra gran convulsión sistémica del capitalismo. Recurrieron, pues, a estrategias de estímulo fiscal, eso que nuestros sabios llaman despilfarro. Y funcionó. Simplemente, funcionó. La austeridad la dejaron para griegos, portugueses, españoles de demás ralea.
A esos efectos pedagógicos, la gran lección de Estados Unidos es que ha logrado salir del pozo no por los quantitative easing (QE), las compras de activos públicos y privados a cargo de la Reserva Federal que ahora está emulando Draghi. Como es frecuente que ocurra en las matemáticas, los QE fueron una condición necesaria pero no suficiente para el arranque definitivo. Y es que sin el complemento de los programas de estímulo fiscal de corte keynesiano, los QE no habrían servido de nada, absolutamente de nada. Como de nada, por cierto, nos han valido en Europa desde que comenzaron a aplicarse. Creer que se puede salir de una crisis de las serias, de de verdad, apelando únicamente a la política monetaria es pensamiento mágico en estado químicamente puro. Por muchos fajos de billetes que el BCE se empeñe en meter dentro de los bolsillos de los banqueros privados, el crédito seguirá sin despegar por la muy prosaica razón de que nadie quiere un crédito.
Y nadie quiere un crédito ahora porque todo el mundo está atrapado por otro previo que ansía amortizar cuanto antes. Después de los naufragios, lo que la gente y las empresas desean es minimizar sus deudas, no maximizarlas. Por eso, dará igual lo que haga Draghi con el dinero. Puede regalarlo en la puerta de su despacho o puede lanzarlo desde un helicóptero por las calles y plazas. Haga lo que haga, no funcionará. Los libros de texto dicen que si baja el precio de dinero aumentará de inmediato la demanda de crédito. Pero los libros están equivocados. En una crisis de balances, y ésta es una crisis de balances, si baja el precio del dinero… nadie pide a los bancos ni un euro adicional. De ahí la paradoja: con el dinero más barato que nunca, los europeos se han puesto a ahorrar más que nunca. Es decir, los consumidores y los empresarios están haciendo justo lo contrario de cuanto ordena que hagan la teoría económica oficial. Los estímulos monetarios no estimulan a nadie. Facilitan, eso sí, liquidez a un sistema financiero asfixiado. Pero nada más. Seguimos perdiendo el tiempo.