Estaba eligiendo algo de ropa por Internet cuando me han mandado escribir este texto. Leía que "Jordi Évole es un periodista atrevido al que le gusta ir cómodo con un estilo casual". Esta efímera obra de adulación y enaltecimiento incontrolado aparece en una página web que se dedica a vender ropa utilizada en televisión por presentadores y actores. Como no queremos hacer publicidad, imaginen que se llama algo así como El Armario de la Tele. Y me gusta la ropa que usa Évole, de marca y fabricada a saber dónde.
El caso es que tengo que escribir sobre lo que el agitador de conciencias oficial de La Sexta nos ofreció este domingo. Después de pasar la semana en Twitter recogiendo fotografías de etiquetas de ropa (y quejándose de que no fueran españolas) llegó su último Salvados. Évole viajó a Camboya para inspeccionar la industria textil del país. Él es un gran viajero: ha estado también en Estados Unidos, Ecuador, Bolivia, Grecia, Alemania o Francia. Curiosamente, siempre subraya lo malo de todos los países, salvo si tienen gobiernos bolivarianos. Es casualidad, que está ya usted empezando a malpensar.
Vayamos al reportaje. Según Évole llega a Camboya, se encuentra con una protesta pacífica a la entrada de una fábrica. Es lo que faltaba: vas buscando esclavos y te encuentras trabajadores con derecho de huelga. Es para volverse a España en ese momento. Pero Évole sigue allí. Acompaña a los trabajadores en su sentada. El presentador mira con cara de interesado mientras le contestan en camboyano. A nosotros nos ponen subtítulos mientras él no se entera. Los trabajadores protestan por el despido de algunos compañeros. Poco que rascar.
Luego el programa nos introduce en una vivienda humilde en la que viven cuatro mujeres jóvenes que trabajan en la industria textil. Es un lugar pequeño. Una de las mujeres es entrevistada y cuenta que trabaja entre ocho y doce horas por un sueldo de 140 dólares que, con horas extra, puede acercarse a 200 dólares. Évole enseña a las mujeres un jersey de una tienda española que aquí se vende por el equivalente a 25 dólares. El incisivo presentador le advierte a la chica de que su sueldo equivale al precio de cinco jerseys (el sueldo de la trabajadora, no el del presentador, por favor). La mujer muestra cierta decepción ante el descubrimiento.
Es evidente que las empresas fabrican en países como Camboya por sus bajos salarios. Pero la comparación difícilmente podría ser más tramposa, por obviar todos los costes, por confundir precio final de venta y beneficio real y por mezclar la realidad camboyana y la europea y un salario camboyano con un precio español. Porque un salario de 140 dólares en Camboya es un buen sueldo, equivalente al de un profesor.
Pero la decepción de la chica no le sirve para mucho a Évole, que seguidamente explica que muchos jóvenes españoles no tienen muchas dificultades para comprarse este jersey. "¿Cómo le explicaríais a los jóvenes españoles todo el trabajo, y a veces también el sufrimiento, que hay detrás de este jersey?", añade el periodista. La mujer, lejos de hablar del sufrimiento, contesta sonriendo: "Le diría que compren mucho porque así tendremos trabajo y mejor sueldo". ¡Mi madre!, lo acaba de hundir. Qué destrozo. Esa mujer entiende el sistema mejor que el presentador. Segunda oportunidad de volver a España que desprecia Évole, que prefiere seguir hurgando.
Ahora es un empresario español el que abre al programa las puertas de su fábrica. Allí Évole encuentra orden y limpieza, horarios europeos y sueldos altos para aquellas latitudes. No es lo ideal para el reportaje, pero es el único lugar al que le han permitido acceder. El empresario asegura que no podría competir con otras empresas si no tuviera la fábrica en Camboya, aunque le gustaría tener la fábrica "a veinte kilómetros de casa. Hay que adaptarse a cómo están las cosas hoy en día".
En esa fábrica el salario promedio con horas extra es de 250 dólares, frente al de un funcionario camboyano, de 138 dólares, según cuenta el entrevistado. Évole recuerda que los salarios de esa fábrica igualmente son muy bajos porque las grandes marcas "tienen un éxito comercial tremendo". La respuesta: "Y si no existieran las marcas y las fábricas, ¿los trabajadores estarían mejor?". Esta frase, tercera oportunidad para que Évole vuelva a casa, va seguida de lo que parece un corte de edición. Y nada más se habla del asunto.
El temido condicional sale de nuevo a fastidiar al valiente Évole, que intenta rascar por otro lado, recordando que la edad mínima para trabajar son quince años. El empresario asegura que ellos no contratan a menores de dieciocho. Todo son malas noticias para el programa, así que Évole convierte la entrevista en un "¿por qué demonios el mundo es así?" que acaba con respuestas del tipo "¿y a mí qué me cuenta?".
Esto es un clásico en Évole, intentar descargar la culpa de todas las miserias (de Camboya, de Asia y del planeta entero) sobre la persona que tiene delante. Le preguntó hasta por el transporte camboyano, por los accidentes de tráfico en el país, por las viviendas de los ciudadanos o por la globalización (no es coña). ¡Hay gente pobre, maldita sea, humíllese y pida perdón!
Los datos que oculta Évole
Salvados nunca ha sido tampoco muy amigo de los datos o de hablar del pasado. Coja aire. Que el 60% de la producción de Inditex se genere en Europa y Marruecos, que la esperanza de vida de Camboya no haya dejado de subir desde la caída del comunismo, que la renta per cápita de Camboya se haya multiplicado por tres en los últimos diez años o que la tasa de pobreza haya pasado del 53% a menos del 20% en el mismo periodo, son datos que el reportaje obvia (oculta) para no despistar sobre el mensaje principal. No hay que liar al espectador y eso Évole lo sabe perfectamente. ¿De qué sirven los datos del Banco Mundial frente a un testimonio en primer plano de una persona escogida al azar (o no tan al azar)? No sirven de nada.
Al acabar el programa me quedo con la sensación de que no he aprendido mucho y de que Évole, a pesar de vestir casual, no ha encontrado lo que buscaba en Camboya: imágenes patéticas de trabajadores en condiciones laborales de plena esclavitud a los que poder salvar heroicamente. Así que lo que debía ser un emocionante Salvados, con su manipulación y su sesgo, se quedó en un plano Equipo de Investigación con sus exageraciones y su amarillismo y sin la voz dramática y sobreactuada de Gloria Serra.
Creo que Évole consiguió el efecto contrario al que buscaba y ahora estamos decepcionados los dos. Para colmo (y por el qué dirán), él tendrá durante el resto de su vida un problema para elegir ropa, teniendo que centrarse en adelante en prendas hechas de cáñamo de Teruel o esparto de Pontevedra. Este Salvados como mucho entusiasmaría a Le Pen o a Donald Trump, patrioteros despistados y enemigos de que sus empresas empleen a gente fuera de las fronteras de sus países. Primero los de casa, limpiando Camboya.
Solamente espero que esta absurda campaña con tintes xenófobos no sea el anticipo de algún nuevo eslogan de Podemos para obligar a las empresas españolas a producir en su país de origen, como Trump pretende hacer con Apple si llega al poder. ¿Qué ocurriría, entonces, si el sector textil o tecnológico europeo y norteamericano abandonaran Asia? Es mejor no saberlo. Pero no hablemos de condicionales.
Recurrir al "y si" está muy feo. Así que hablemos del presente, de la realidad: en Camboya la edad mínima para trabajar es de 15 años, nos decían; en Bolivia es de 10. El atrevido periodista Jordi Évole estuvo en el país andino el año pasado y casualmente no vio nada. Qué despistado es este hombre de bien.