Leí hace un tiempo este diagnóstico de Jesús Mota en El País:
Es evidente que la Tierra tiene una capacidad limitada de recursos y no está claro que la rentabilidad tecnológica vaya a progresar con más velocidad que la lógica malthusiana.
Este antiguo desatino no resiste el análisis ni la contrastación empírica, pero ha sido defendido por grandes sabios. Jesús Mota, desde luego, está montado a hombros de gigantes, porque gigantes han sido los pensadores que no han pensado que era necesario pensar para entender la creación de riqueza.
Por eso Aristóteles, nada menos, despreciaba el dinero, el comercio y el mercado, es decir, las instituciones que habían hecho rica a la Atenas donde él mismo vivía. Y por eso Einstein, nada menos, clamó por pasar de una producción para el intercambio a una producción para el uso: si mañana mágicamente todos dejáramos de intercambiar, es probable que millones muriésemos de hambre y sed, porque no tendríamos tiempo de reajustarnos a la época prehistórica de la autosuficiencia.
Si tales genios desbarraron así, si desde púlpitos, cátedras y tribunas sin fin se nos predica desde hace siglos sobre los límites de la riqueza, no tiene sentido cargar las tintas sobre el señor Mota, que además tiene la precaución de citar en su apoyo a Stephen Hawking ("La supervivencia de la raza humana dependerá de su capacidad para encontrar nuevos hogares en otros lugares del universo, pues el riesgo de que un desastre destruya la Tierra es cada vez mayor") y el destacado economista Kenneth Boulding, que acuñó la expresión nave espacial Tierra para indicar que los recursos eventualmente se agotarán.
Si se acaban los recursos aquí, mejor será explorar el Sistema Solar, ir ocupando planetas, explotarlos hasta la extenuación y después ocupar otros. La única dificultad que encuentra el señor Mota es que
a corto plazo la explotación del espacio inmediato es inalcanzable para la economía global. No hay cálculos exactos, pero un flujo rentable de viajes espaciales requiere aumentos del PIB mundial superiores al menos en un 20% al actual; convertir ese flujo en intercambio económico exigiría una acumulación de capital muy superior a ese 20% añadido. La guerra de las galaxias será un conflicto de recalificación de terrenos en Marte, de buscadores de metales contra colonias agrícolas en Io o de paneles solares frente a extracción de gas en Mercurio; o sea, de acumulación y rentabilidad del capital. No sabemos otra cosa.
Qué destino esquivo nos impone la lógica malthusiana, ¿verdad? Pues no, no es verdad. De hecho, no ha sido verdad nunca, y sobre todo no ha sido verdad desde que el propio Thomas Robert Malthus publicó su famoso Ensayo sobre el principio de la población en 1798, augurando toda clase de catástrofes porque, precisamente, los recursos nunca iban a crecer tan rápido como la población. La mayoría de sus colegas, los economistas clásicos, desde David Ricardo hasta John Stuart Mill, secundaron su lúgubre predicción. Y se equivocaron: la lógica malthusiana nunca se verificó; se demostró errada desde el mismo momento en que el reverendo Malthus la expuso. Desde entonces hasta hoy el planeta ha podido alimentar a una población creciente utilizando cada vez menos recursos: los habitantes han aumentado sin cesar, mientras que el peso de la agricultura en el PIB no ha hecho más que bajar.
Y, sin embargo, el pensamiento convencional ha seguido creyendo en la falsa lógica malthusiana, hasta don Jesús Mota en nuestros días, y ha seguido insistiendo en sus sombríos pronósticos cuando toda la evidencia va en sentido contrario. ¿Por qué? Posiblemente por culpa nuestra, de nuestro gremio de los economistas, que no hemos sido capaces de entender, o de explicar, cómo se crea la riqueza, y cómo los recursos nunca están dados de una vez y para siempre, porque el principal recurso, el talento humano, ha demostrado una potencia creativa que nunca ha dado muestras de agotamiento.
Julian Simon ironizaba sobre esta incomprensión al observar que mucha gente cree que la humanidad se enriquece cuando nace un ternero pero se empobrece cuando nace un niño.