El año 2015 ha sido histórico para el mercado laboral español. Según la EPA del cuarto trimestre, el paro descendió en 678.000 personas en los últimos doce meses. El número de desempleados (4,8 millones) cayó a su cifra más baja desde 2010. Y aunque casi cinco millones de parados y una tasa de paro del 20% siguen siendo una barbaridad, podría decirse que hay un cierto optimismo. La sensación es que lo peor ya ha pasado.
Ahora, la tarea es analizar cuáles son las consecuencias a largo plazo de esta crisis. Este lunes, Fedea publicaba el informe "El legado de la crisis: El mercado de trabajo español y las secuelas de la gran recesión", de Marcel Jansen, Sergi Jiménez-Martín y Lucía Gorjón. Su objetivo es "identificar a los grupos más vulnerables del mercado laboral" y estudiar su situación actual. Y su principal conclusión es que "el desempleo de larga duración junto con las bajas tasas de salida y la escasa eficiencia de los servicios públicos de empleo generan un considerable riesgo de exclusión social y económica entre estos colectivos".
En total, hay en España más de 2,8 millones de parados de larga duración (más de un año en situación de desempleo), de los que unos dos millones llevan más de 24 meses en esa situación. Son los olvidados del mercado laboral español. Las posibilidades de encontrar un empleo para este colectivo apenas se han incrementado en los últimos meses. La recuperación también llega a estos grupos, pero se nota mucho menos. Probablemente también sean algo más optimistas que hace un año pero su situación sigue siendo muy preocupante.
El círculo vicioso
Podríamos decir, simplificando un poco que el mercado laboral español funciona con relativa normalidad para aquellos que tienen un empleo. O por decirlo de otra forma: entre un holandés, un alemán o un español con un trabajo fijo no hay tantas diferencias. En España, mientras consigues mantenerte en la rueda del mercado laboral todo va más o menos bien (y se entiende que esto es una generalización). Pero si te caes de la rueda, entonces las posibilidades de reincorporarse son mucho menores de en Holanda o Alemania. Y cuanto más tiempo pase, mucho peor. "Hay un núcleo de personas que cada vez lo tienen más difícil", explica Jansen, autor del informe y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.
El siguiente gráfico muestra las posibilidades de salida del paro en función del tiempo desempleado. Los resultados son previsibles: cuanto más tiempo lleva uno en paro, menos opciones hay de encontrar un nuevo trabajo. Es algo lógico y que pasa en todos los países, pero que en España se intensifica con las peculiaridades de nuestro mercado laboral.
De esta forma, vemos que un parado que lleve más de dos años en paro tiene tres veces menos posibilidades de encontrar un trabajo en el próximo trimestre que el individuo del "escenario base" (hombre nativo de entre 35 y 50 años, con menos de 6 meses de paro y sin derecho a prestación). Es un círculo vicioso del que los expertos alertan a menudo: a más tiempo en el paro menos opciones de encontrar un empleo, lo que, a su vez, provoca más tiempo en el paro. Por eso, uno de los primeros consejos que se ofrecen a los que pierden su trabajo es que no se duerman e intenten subirse de nuevo al tren cuanto antes. Porque a partir de los seis meses sin empleo, las opciones se desploman. Precisamente uno de los problemas en España es que el diseño de las prestaciones no sólo no ayuda a salir del desempleo, sino que casi incentiva a permanecer en esa situación.
Todo esto se complica aún más cuando la crisis es tan duradera. El siguiente gráfico muestra el tiempo que ha necesitado el mercado laboral español en las últimas tres grandes recesiones (1976, 1991 y 2007) para recuperar su nivel pre-crisis. Como vemos, la evolución en la última década es mucho peor de la de comienzos de los 90 y no está claro si llegará a ser incluso más negativa que la de 1976, cuando tardamos ¡53 trimestres!, más de 13 años, en recuperar el nivel de empleo previo al inicio de la crisis.
En esta tendencia (una recuperación lenta de los niveles de empleo) hay dos colectivos a los que se les complican especialmente las cosas. Por un lado, los jóvenes que llegaron al mercado laboral entre 2005 y 2014. Para un porcentaje muy elevado de este grupo, especialmente entre los niveles bajos de formación, la crisis ha supuesto un muro en sus expectativas. Para empezar, muchos de ellos dejaron pronto las aulas, incluso sin llegar a completar el nivel que se considera mínimo para incorporarse al mercado con ciertas garantías (bachillerato o FP de grado medio o superior), atraídos quizás por la aparente facilidad de encontrar un puesto de trabajo en los años de la burbuja. Luego, se vieron atrapados en una espiral de precariedad y contratos temporales, muchas veces de muy poca duración (éste es uno de los efectos más perversos de la estructura dual del mercado laboral español, que hace casi imposible consolidar las carreras profesionales a los jóvenes de baja cualificación). Ahora, tras diez años de crisis y con un currículum muy pobre, tendrán complicado subirse al carro de la recuperación, al menos en términos comparables a los de sus padres o hermanos mayores. Todos los estudios coinciden en que aquellas personas que acumulan períodos con contratos temporales y desempleo al comienzo de su vida laboral mantienen peores cifras de sueldos y tasa de empleo a lo largo de toda su carrera profesional. Y los expertos también destacan que entrar en la población activa durante una crisis puede suponer una pérdida de sueldo y días trabajados que no se recupera en varias décadas. Para hacerse una idea de la magnitud del problema, el siguiente gráfico muestra el porcentaje de ni-nis (personas que no trabajan y tampoco están en el sistema educativo) en España entre los menores de 30 años. Las cifras están entre las más altas de la OCDE.
Bajo el radar
Dentro de este panorama preocupante, al menos los jóvenes tienen dos puntos a los que agarrarse: tienen tiempo y flexibilidad para intentar resolver su situación y sus problemas están presentes en el debate público (el dato de paro juvenil es conocido y todos los partidos ofrecen medidas dirigidas a resolverlo). No es que esto les pueda consolar, pero al menos es un inicio.
Pero hay un colectivo que pasa más inadvertido, bajo el radar de la opinión pública, pero que sufre una situación muy preocupante: los parados de larga duración de más de 45 años, en especial los de baja cualificación.
Como vemos, en España hay ahora mismo más de 1,7 millones de mayores de 45 años que están en paro. De ellos, algo más de 250.000 llevan entre uno y dos años en paro y casi un millón llevan más de dos años. Es decir, el 72% de los desempleados de más de 45 años entran en el grupo de "larga duración". ¿Qué perspectivas tienen? Pues no muy buenas.
Como apunta Jansen, es un tema fundamental que no acaba de estar sobre la mesa de los partidos ni ocupa todo el espacio que debería en los medios: "Esto supone un enorme gasto a futuro", explica. Es una enorme pérdida de talento para toda la sociedad (se arrincona a personas que todavía tienen mucho que aportar) y una carga muy complicada de asumir para las cuentas públicas (hablamos de personas que no producen, no pagan impuestos y empiezan a cobrar una prestación muy pronto y con muchos años de vida por delante). "No nos damos cuenta de la magnitud del problema", asegura.
Este desperdicio se puede explicar con miles de cifras. Quizás una de las más claras sea con la foto que mezcla la tasa de empleo (personas entre 16 y 65 años que trabajan), tasa de desempleo (población activa sin un empleo) y tasa de actividad (personas de entre 16 y 65 años que están en el mercado laboral). En el siguiente gráfico del informe de Fedea varios datos saltan a la vista: España tiene una tasa de empleo del 56%. O lo que es lo mismo, estamos desperdiciando el potencial de casi la mitad de nuestra potencial fuerza laboral.
Entre los mayores de 50, aunque la tasa de empleo se mantiene constante lo ha hecho a costa de la tasa de paro. Es decir, hay muchas más personas de este grupo de edad que quieren trabajar (son activos) y no lo consiguen. El nivel de frustración que acumulen todos ellos es fácil de imaginar.
¿Soluciones?
Llegados a este punto, cabría preguntarse si existen soluciones para este grupo. Y lo primero es dejar constancia de que lo hecho hasta el momento no está funcionando. La sensación es que al parado mayor de 45 años en España se le incentiva para que abandone (incluso saliendo del mercado laboral) antes que considerarlo como un desempleado coyuntural que todavía puede ser muy útil para la sociedad. Las siguientes tres frases del informe de Fedea son muy significativas:
Un periodo de desempleo de más de dos años aumenta la probabilidad de transición a la inactividad para hombres y mujeres en 3.5 y 4.0 p.p., respectivamente. Los trabajadores poco cualificados y las personas mayores son mucho más propensos a abandonar el mercado laboral.
Según los datos de la EPA, cada año el 10,86% de los trabajadores ocupados en el grupo de edad entre 50 y 60 abandona el mercado de trabajo. Por el contrario, para los desempleados del mismo grupo este porcentaje es del 29.78%, es decir, casi el triple de probabilidad de abandonar el mercado de trabajo que los empleados.
La probabilidad de salida del desempleo de los parados de larga duración sin estudios secundarios sigue estancada en niveles cerca de 10% desde el final de la primera recesión. Como era de esperar encontramos una correlación negativa entre la edad de los parados de larga duración y su probabilidad de salida del desempleo. Destacan sobre todo las muy bajas tasas de salida para los mayores de 50 que llevan más de un año en paro. Antes de la crisis sólo el 16% de estas personas conseguían encontrar un trabajo en un trimestre determinado y a medida que la crisis avanzaba esta cifra ha caído por debajo del 7,5%.
Jansen es muy crítico con cómo funciona en general el sistema de recolocación de parados, especialmente para estos colectivos más vulnerables: "La evidencia indica que los países que lo han hecho mejor han obtenido resultados. En España, hay mucho escepticismo sobre la eficacia de las Políticas Activas de Empleo, en parte por malas experiencias y despilfarro". Por eso, en su opinión hay que afrontar una reforma en profundidad del sistema: "En el mercado laboral español es muy difícil la entrada, pero también la reabsorción [para el que ha salido en un momento dado]. Por una parte, las empresas tienen cierta desconfianza hacia las personas mayores que pueden entrar en un puesto para el que están sobrecualificadas. Pero tenemos que hacer un esfuerzo, empezando con un diagnóstico de detalle".
La idea sería copiar lo mejor que han hecho nuestros vecinos de la UE, empezando por mejorar la colaboración público-privada. En otros países, las agencias privadas obtienen más fondos en función de los parados que consiguen sacar de su desempleo y aún más si el desempleado pertenece a un grupo especialmente vulnerable y si mantiene el empleo a largo plazo. Es decir, no es sólo buscar una agencia para que encuentre cualquier trabajo, sino incentivar que esa tarea tenga como fin la incorporación real al mercado laboral con garantías de estabilidad.
"El sistema público de empleo española se ha demostrado muy eficaz para pagar prestaciones, pero nunca se ha diseñado para la colocación de parados. Hay que aumentar la inversión, pero también se necesita un cambio de cultura", explica Jansen. En su opinión, en este tema no hay una única receta. Todo tiene que estar relacionado, desde las prestaciones por desempleo (que deben incentivar la activación del parado) a la actuación de las agencias públicas y privadas, que deben trabajar conjuntamente y con incentivos correctos: "Se tiene que fijar un itinerario personalizado, que no sólo implique asistir a un curso, sino que vaya mucho más allá".