A menudo escuchamos que la industria financiera se mueve en un paradigma marcado por la ausencia de intervenciones políticas. De hecho, no son pocos los analistas que vinculan la crisis financiera de los últimos años con la "desregulación" de los mercados.
Cuando se aborda esta cuestión, el foco del debate se suele poner en EEUU, presentado a menudo como paradigma de un capitalismo bancario sin apenas controles por parte de las Administraciones Públicas y los organismos de supervisión.
Sin embargo, basta con revisar el alcance de las restricciones regulatorias aprobadas por la Reserva Federal para comprobar que este relato no se sostiene. Así, ya en 1990 nos encontramos con más de 3.500 regulaciones financieras aprobadas por el banco central del país norteamericano.
En las dos décadas que siguen se mantuvo la senda alcista de las prohibiciones y los mandatos regulatorios, hasta el punto de que en 2010 ya había cerca de 10.500 disposiciones de este corte. Pero la situación no ha ido a menos sino que ha sido evolucionando por los mismos derroteros, hasta el punto de que en 2014 ya estaba a tiro el umbral de las 14.000 restricciones y limitaciones en el ámbito financiero.
El año 2010 marcó un punto de inflexión, ya que supuso la aceleración de estas barreras. Desde entonces, al calor de la Ley Dodd-Frank, el número de obligaciones adicionales ha crecido en casi 3.000, de las que 1.215 son enteramente nuevas y el resto está ligado al apuntalamiento o refuerzo de normas vigentes.