Desde siempre los enemigos de la libertad han tendido a confluir, independientemente de lo poco o mucho que pudiese separarlos en otros ámbitos. Por eso habló Hayek de "los socialistas de todos los partidos", por eso hubo y hay tantos falangistas en el PSOE, y ahora en Podemos, y por eso cuando Luciano Pellicani comparó las ideas de Lenin y de Hitler encontró tantas coincidencias.
Una importante figura de la política gala declaró a El Semanal de ABC:
Estaría encantada si los franceses dejaran de comprar coches alemanes y sólo compraran coches Renault y Peugeot. En cuanto que los países recuperaran su moneda, la cotización del marco alemán subiría y la del franco francés caería. De esa forma, Francia sería mucho más competitiva, se venderían más coches franceses porque serían más económicos.
Esta figura política podría ser de izquierdas, porque hay opciones izquierdistas en Europa que proponen abandonar el euro, y desde luego son legión las huestes progresistas, como en España los secuaces de Pablo Iglesias y Podemos, que también demonizan a Angel Merkel y la odiosa Alemania.
Pero esta figura no es de izquierdas. Y, además, no importa. Se trata de Marine Le Pen. Y efectivamente no importa porque el antiliberalismo es lo dañino, y no su traje de derechas o de izquierdas. Lo dañino es el cierre de mentes que propicia el cierre de fronteras, que da lugar siempre a la pobreza y la exclusión.
Nótese, hablando de pobreza, la increíble pobreza de la argumentación de la señora Le Pen. Empieza por negar la libertad de los ciudadanos de Francia de comprar lo que les venga en gana. Y sigue con la clamorosa estupidez de que basta con devaluar la moneda para ser competitivo, y vender y exportar más. A ver, doña Marine: ¿no se da usted cuenta de que si devaluar fuera la receta de la prosperidad, entonces los venezolanos o mis compatriotas argentinos serían los más acaudalados y los mayores exportadores del planeta?