Decía el viejo Pla cuando la Transición que iba a resultar algo difícil reproducir Suecia en un país como este, donde no abundan demasiado los suecos. Y yo pienso lo mismo ahora con lo de Dinamarca. En cualquier caso, si a partir del día 20 vamos a ser todos daneses, de entrada convendría saber que allí la presión fiscal es de un 56% del PIB. Palabras mayores. Teniendo en cuenta que aquí apenas roza el 38%, es decir 18 puntos menos, y ya tenemos en pie de guerra a las clases medias, resulta legítimo formular la pregunta de si la democracia española toleraría un nivel impositivo próximo al de ese ideal ecuménico que parecen compartir tanto los nuevos como los viejos políticos. Y mucho me temo que no.
El gran secreto del consenso en torno al Estado del Bienestar por parte de los que están llamados a pagarlo, esto es las clases medias, remite en todas partes a un intangible: la homogeneidad cultural, algo que solo se da en las comunidades donde las diferencias económicas entre las capas sociales no resultan en extremo acusadas. He ahí la explicación de que no se haya podido implantar nunca un Estado del Bienestar digno de tal nombre en Estados Unidos, un lugar donde las disparidades raciales y de niveles de vida siguen estableciendo barreras insalvables para la predisposición colectiva a la equidad.
Un rico sueco medio no posee un corazón más desprendido, bondadoso y noble que un rico medio yanqui. Si está dispuesto a pagar más impuestos que sus pares de América es, simplemente, porque con ellos sabe que va a obtener beneficios para sí mismo y para aquellos que él considera sus iguales. Únicamente por eso. Dicho de otro modo, los impuestos muy altos solo resultan factibles políticamente allí donde la cohesión social de las comunidades también resulta ser muy alta. De ahí que en Norteamérica no se pueda emular el modelo socialdemócrata de la Europa nórdica. Y en España tampoco.
Es un maldito pez que se muerde la cola: como nuestro modelo productivo genera muchísimos empleos de baja calificación y mal pagados, muchísimos beneficiarios de los servicios del Estado del Bienestar español no contribuyen a sostenerlo porque apenas pagan impuestos. Los impuestos los paga, casi en exclusiva, la clase media, que cada vez es menor en número y que cada vez es más refractaria a usar esos mismos servicios por su calidad menguante. Algo que la predispone contra cualquier aumento de la fiscalidad. Circunstancia que, a su vez, pone en entredicho la supervivencia futura del propio Estado del Bienestar. Y suma y sigue. ¿Y si dejásemos de pensar en Dinamarca por una temporada y nos concentrásemos en el objetivo modesto y factible de no parecernos cada vez más a Marruecos?