Tras la gran era de las deslocalizaciones industriales de las últimas décadas, la situación de los flujos económicos internacionales parece haber cambiado de tendencia. Con China -aunque también Vietnam o la India- como gran protagonista de un proceso que alertó a diversos sectores de la sociedad occidental, muchas empresas españolas han decidido volver a situar su producción en la península ibérica. De igual modo, el capital chino se está abriendo paso de forma creciente en nuestro país.
Esta historia tiene un claro comienzo. Las reformas aperturistas y liberalizadoras que llevó a cabo China a partir del liderazgo de Deng Xiaoping desembocaron en una línea que vivió su máxima expresión durante el cambio de milenio.
La creación de las llamadas Zonas Económicas Especiales (SEZs), una especie de fueros otorgados a ciudades como Shenzhen o Zhuhai con el fin de orientar su economía al mercado, ha sido una de las grandes causas de este milagro económico. Desde ese momento la inversión extranjera directa no ha parado de subir, especialmente entre la década de los 90 y los 2000.
Las SEZs -basadas en una legislación financiera y laboral muy flexible- contribuyeron a transformar un país sumido en la pobreza. Desde ese momento, China ya estaba destinada a un gran aumento de su productividad consecuencia de la inversión internacional que derivase inexorablemente en el aumento de la calidad de vida de su población.
Y es que, pese a los últimos traspiés de la economía china, el éxito de tales medidas es incuestionable. Además de un desarrollo macroeconómico imparable que lo ha catapultado como la segunda potencia económica mundial, los salarios se han triplicado en el gigante asiático, tal y como muestra la siguiente gráfica. Por otro lado, más de 500 millones de personas en dicho país han salido de la pobreza extrema entre 1990 y 2002 de acuerdo con los datos recogidos por el Banco Mundial.
Las empresas españolas, aunque más tardías que la de otros países del primer mundo, también han jugado un papel reseñable en ese proceso. De los 13 millones de dólares invertidos directamente en China en el año 2001, esta cifra se incrementó hasta casi 2.000 millones tan sólo nueve años después, siendo el acumulado total superior a 4.000 millones en ese lapso de tiempo.
Sin embargo, la tendencia parece estar dando un vuelco. Para el año 2012, la inversión directa supuso la mitad que el año anterior y casi cuatro veces menos que dos períodos antes. Por su parte, y de acuerdo con el Ministerio de Economía y Competitividad, la inversión china en España no ha parado de crecer: mientras que en 2010 ésta no llegaba a los 50 millones de euros, el pasado año se sitúo cerca de los 600.
Y aunque el salario medio español ha frenado su progresión desde la recesión hasta el presente momento, el aumento de los salarios en China ha hecho que muchas empresas se planteen si sigue mereciendo la pena mantener su producción en Asia, al no poder compensar la diferencia con otros costes como los relativos al transporte. Empresas nacionales como NBI, Priviet Sport, Lenita & XTG o incluso el coloso Inditex -que no ha dejado de aumentar el número de empresas españolas con las que trabaja desde 2011- han vuelto a relocalizar su actividad industrial en España.
Los siguientes años se presentan cruciales. La evolución de los salarios en ambos países, la competitividad española, el mercado de divisas o incluso el precio del barril de petróleo serán las grandes variables económicas que determinen este proceso para el futuro próximo. China ya no es tan rentable.