Entre 2007 y 2013 Europa no vivió su mejor momento. La Gran Recesión nació en EEUU (y también allí tuvo un enorme impacto en el bienestar de los ciudadanos), pero fue en el Viejo Continente donde las consecuencias, en términos de crecimiento económico, paro o bienestar, se hicieron más palpables. Eso sí, hay un grupo de población para el que estos años no fueron tan malos: la pobreza entre los mayores de 65 años ha caído en el conjunto de la UE desde 2007. Es muy políticamente incorrecto decirlo, pero si hay un ganador de esta crisis, está ya jubilado.
No quiere esto decir que hayan sido días de vino y rosas para los mayores europeos. De hecho, muchos de ellos han tenido que servir como sostén para sus hijos y nietos a una edad en la que lo normal hubiera sido lo contrario. Las historias de familias que han tenido que mudarse a casa de los abuelos o que reciben una ayudita de la pensión de los padres no son una anécdota, son el día a día de millones de españoles.
Pero al mismo tiempo, las estadísticas no dejan lugar a dudas acerca de quién lo ha pasado menos mal en estos años. Los siguientes dos gráficos, del estudio La creciente brecha intergeneracional en Europa, del instituto Bruegel, un think tank especializado en la economía de la UE, muestran el porcentaje de población mayor de 65 y menor de 18 en riesgo de pobreza en 2007 y 2013 (en total y por países).
Como podemos ver, en el conjunto de la UE, en 2007, las dos cifras eran similares: 18% de ratio de privación material para los menores de 18 años y 16% para los mayores de 65. A partir de ese momento, la cosa cambia. Entre los jóvenes, la cifra ha subido por encima del 20%, entre los mayores, ha caído por debajo del 15%.
Por países, la situación es muy parecida. Sólo en Irlanda (IE) y Alemania (DE), los mayores de 65 años lo han empeorado en términos relativos respecto a los menores de 18. España (ES) destaca especialmente por la diferencia entre unos y otros. Somos el tercer país en el que más se ha incrementado el ratio de pobreza entre los menores de edad y al mismo tiempo el sexto en el que más ha caído este indicador para los mayores de 65 años.
La brecha
Es cierto que, como hemos explicado en anteriores ocasiones, los indicadores de pobreza tienen sus propios problemas y no son una herramienta 100% fiable para medir lo que el ciudadano medio entiende por pobreza (una persona que no puede atender a sus necesidades básicas). Pero sí son una buena punto de apoyo para analizar tendencias y estudiar cómo evoluciona una sociedad o los diferentes grupos que forman parte de ella.
En este sentido, es fácil comprobar que la mayor parte de la carga de la crisis se la están llevando los jóvenes. Esta realidad no sólo se circunscribe a los menores de edad y los jubilados (que son los que aparecen en este gráfico). En casi todas las estadísticas de paro, evolución de los salarios, precariedad en el empleo, ingresos,… los menores de 30-35 años tienen peores resultados que los mayores de 45-50. La brecha entre generaciones está creciendo. Por ejemplo, el siguiente cuadro muestra las ganancias medias por trabajador en 2008 y 2013 en diferentes grupos de edad:
Y no es sólo una cuestión de sueldo. Para los españoles de menos de 30 años, la crisis está asociada con el paro (la tasa de desempleo juvenil se mantiene por encima del 50% desde 2008), la precariedad en forma de contratos temporales o a tiempo parcial, la rotación en el empleo,… La mayor parte de la destrucción de empleo en nuestro país se ha centrado en los trabajadores temporales (en su mayoría jóvenes); el porcentaje de trabajadores fijos que han perdido su empleo es mucho menor.
Además, estos son problemas que se cronifican. Cuando una persona lleva 10-12 años encadenando contratos temporales y estancias en el paro es fácil que empiece a pensar que nunca tendrá una carrera laboral convencional. Ni acumula experiencia, ni recibe formación de acuerdo a lo que pide el mercado, ni puede ahorrar para emprender la vida que quiere. Es un tópico conocido, pero no por ello menos cierto: España es uno de los países en el que más personas de entre 25 y 30 años viven en casa de sus padres. Hay un componente cultural en esto, pero también una raíz económica que no sólo tiene consecuencias en el mercado laboral.
¿Por qué?
En este punto, serán muchos los que se pregunten por qué precisamente en España estas tendencias son tan acusadas. Hay muchas razones, pero no podemos obviar que hay un componente político en estas cifras. Las decisiones que toman los diferentes gobiernos importan. Nuestro país ha sufrido una crisis de déficit y deuda públicos que ha obligado a recortar el gasto de las administraciones. Ante esta tesitura general se ha priorizado el gasto dedicado a los mayores. Y algo parecido han hecho el resto de los gobiernos europeos (ver cuadro con la evolución de las diferentes partidas de gasto público durante la crisis).
Por ejemplo, los pensionistas españoles han ganado poder adquisitivo desde 2007 gracias a las normas del sistema de pensiones. PP y PSOE tuvieron que tomar cada uno en su momento la decisión de recortar mínimamente las pensiones. De hecho, ni siquiera fueron recortes en términos nominales, simplemente no se igualaron las prestaciones a la revalorización al IPC. Pero estos dos momentos puntuales han sido más que compensados por la revalorización de las prestaciones en un contexto de reducción de precios.
Enfrente, hay dos tipos de leyes perjudican sobre todo a los jóvenes. En primer lugar, las que podríamos llamar de acceso al empleo (normativa sobre modalidades de contratación y coste del despido), que hacen que las empresas se lo piensen mucho antes de firmar un contrato fijo nuevo. Y en segundo lugar las que establecen los costes no salariales asociados al puesto de trabajo (impuestos y cotizaciones) que también reducen la oferta de empleo y los sueldos netos a cambio de una cada vez más incierta promesa de cobrar una pensión pública en el futuro.
En este sentido, la estructura dual del mercado laboral en España, con los indefinidos muy protegidos y los temporales sin ninguna protección, repercute sobre todo en los menores de 30-35 años. Nadie ha propuesto ningún cambio significativo en este modelo que tiene consecuencias prácticas cada día. Por ejemplo, pensemos en un joven de 28 años recién llegado a una empresa y que se esfuerza por ganarse la confianza de su jefe; al lado, tenemos a un empleado con 20 años de experiencia y desganado. Si las cosas vienen mal dadas, la decisión de quién se queda y quién se va no dependerá de la productividad o capacidad de cada uno, sino del coste del despido para el empresario.
Ante este panorama, es lógico que los jóvenes sientan que son los perdedores de la crisis. Lo sorprendente es que no hay un movimiento que exija un mayor reparto de los costes. De hecho, en las encuestas lo que dicen los veinteañeros españoles es que quieren más o menos lo mismo que ven que tienen sus mayores: un contrato fijo blindado y un trabajo para toda la vida. No piden un mercado laboral más flexible y parecido al de los países del norte de Europa, como Dinamarca, Austria o Alemania. Lo que piden es que las ventajas del disfuncional modelo español también les lleguen a ellos, sin preguntarse si esto es posible o las consecuencias que tendría, sobre sus salarios, la productividad de las empresas y la competitividad de la economía en general.
Podría decirse que existe un sentimiento generalizado de injusticia entre una generación que hizo lo que le decían que tenía que hacer (sacarse un título, aprender inglés, entrar como becario al mercado laboral,...) y no ha tenido los resultados esperados: un contrato fijo y un sueldo decente. Pero sobre las causas últimas de esta situación hay menos debate.
La derivada política
Finalmente, queda una derivada de la que no se habla demasiado, pero que es fundamental. Porque el desencanto con el futuro de los menores de 35 años quizás no haya desembocado todavía en un debate público sobre esta brecha generacional, pero sí está teniendo un reflejo en las urnas. El siguiente cuadro muestra los resultados del último Barómetro del CIS de octubre por grupos de edad para los cuatro grandes partidos (importante: el cuadro recoge intención de voto directa + simpatía, no estimación de voto).
Como puede verse, las diferencias son muy llamativas. Esos jóvenes sin expectativas de los que hemos hablado a lo largo del artículo se han lanzado en brazos de la nueva política, sobre todo de la más radical. Podemos es el partido con mejores expectativas electorales entre los menores de 35 años y Ciudadanos lo hace muy bien entre los menores de 45 años. Enfrente, el PP sólo lidera los sondeos entre los mayores de 65 (aunque sólo con el liderato en esa franja de edad ya le sirve para encabezar las encuestas); y el PSOE, aunque algo mejor entre los veinteañeros, también tiene su caladero más importante entre los mayores de 55 años.
Kiko Llaneras, profesor en la universidad de Girona y miembro de Politikon, ha escrito mucho sobre las encuestas electorales de cara al 20-D y sobre los patrones de los diferentes grupos de votantes. Libre Mercado habló con él este viernes. La primera pregunta que le hacemos es si es cierta esta percepción de que el electorado está dividido por razones de edad entre la nueva y la vieja política: "Sí, son los resultados que muestran todas las encuestas. PP y PSOE (sobre todo el PP) muestran esta curva ascendente con la edad. Ni por sexo, ni por voto urbano-rural, ni por clase social aparecen estas diferencias. La edad es el factor que más determina el voto hacia PP-PSOE o Ciudadanos-Podemos. Ningún otro elemento tiene una división tan clara en las preferencias".
En este punto, lo que se debate es si se pueden ganar unas Elecciones Generales siendo la fuerza más votada sólo entre los mayores de 65 años. Llaneras hace dos puntualizaciones. En primer lugar, "hay que tener en cuenta el voto oculto. El apoyo al PP seguramente está infravalorado en las encuestas [no tanto en estimación de de voto como en el dato de intención de voto + simpatía]. Esto se explica por un lado porque es el partido que está en el Gobierno y porque además es un partido que siempre ha tenido un cierto porcentaje de voto oculto". Además, recuerda Llaneras, "el PP aún así tiene una intención de voto + simpatía del 10% entre los menores de 35 años, no es mucho, pero no es un 2-3%. De hecho, quizás también gane en voto real en las elecciones entre los de 45-65, aunque las encuestas no lo digan así".
En resumen, Llaneras cree que "no se puede ganar sólo con los votos de los mayores de 65 años, pero sí se puede ganar con un voto claramente sesgado. Está claro que el PP no va a ganar con un 45% de los votos, pero es que en estas elecciones puedes ser el más votado con un 28%".
Por último, le preguntamos por las consecuencias que pueden tener las diferencias entre jóvenes y mayores más allá de las urnas. Lo cierto es que no se percibe en España un ambiente de choque generacional, ni los partidos nuevos, muy mayoritarios entre los jóvenes, están haciendo de este tema uno de los ejes de su campaña. Llaneras admite que es una de las cosas que más le sorprenden: "Me extraña que los nuevos no hayan movido demasiado este tema. Puede haber diferentes razones. En primer lugar, los pensionistas son muy sensibles a una política muy concreta (la subida de las prestaciones), mientras que los jóvenes tienen más prioridades (educación, paro, perspectivas económicas,…). Pero además, hay que tener en cuenta que la forma en la que se juzga la realidad se mueve retrasada respecto de la realidad. Los pensionistas han sido un colectivo en riesgo de exclusión en las últimas décadas. Ahora se está produciendo un cambio [están mejorando su posición relativa], pero quizás todavía no ha llegado el momento de este debate. Aunque bueno, que nosotros estemos hablando de esto ahora mismo puede ser un indicio de que el debate podría estar empezando".