Uno de los clichés más extendidos en la política española es que resulta imprescindible defender y promover las pymes: son las pymes las que crean empleo y las que sacan el país adelante. De ahí que todos los partidos políticos –desde Podemos al PP– prometan no obstaculizar la vida a los pequeños empresarios, pero ninguno hace lo propio con los grandes empresarios… como si éstos fueran una especie idealmente a extinguir.
A la hora de la verdad, sin embargo, todos los partidos políticos siguen poniendo trabas fiscales y regulatorias a la actividad de las pequeñas, medianas y grandes empresas. Pero, al menos, en el imaginario colectivo sí se ha asumido que el Estado no debería convertirse en un obstáculo para las pymes. Por desgracia, ese mismo imaginario colectivo sigue sin entender que el Estado tampoco debería convertirse en un obstáculo para las grandes empresas. A la postre, son las grandes compañías las que más empleo crean y las que mejores salarios abonan. Por ejemplo, entre 2011 y 2014 las pequeñas y medianas empresas (compañías con menos de 250 trabajadores) destruyeron en España 868.000 empleos; en cambio, las grandes empresas (compañías con más de 250 trabajadores) crearon 33.000.
Claro que, según una muy extendida narrativa, lo que han hecho las grandes empresas durante los últimos años ha sido despedir a los trabajadores mejor pagados para contratar a empleados muy mal pagados: es así como se explica que su plantilla haya crecido en 33.000. Sucede que la última encuesta de salarios publicada por el INE echa absolutamente por tierra este prejuicio: no sólo las grandes empresas pagan mejores salarios que las pymes, sino que son las que más los han aumentado durante los últimos diez años.
En definitiva, las grandes empresas españoles (no pensemos sólo en el Ibex 35: en nuestro país hay alrededor de 5.000 empresas con más de 250 trabajadores) son las que mejor han resistido la crisis, las que más han contratado y las que más han incrementado los salarios. No hay razón para que los políticos las desdeñen en sus alocuciones públicas. Tampoco la hay, claro, para que las privilegien, como sucede sin luz ni taquígrafos con algunas de esas grandes empresas. Ni palos ni zanahorias. A lo que debemos tender es a un mercado libre, competitivo y sin prebendas estatales: un mercado donde las pequeñas empresas que sean buenas puedan hacerse grandes y las grandes empresas que sean malas terminen cayendo y desapareciendo.
Sólo permitiendo que el éxito prospere y el fracaso se purgue gozaremos de una economía capaz de aumentar sostenidamente las contrataciones y los salarios. Nuestros políticos, sin embargo, siguen instalados en un discurso populista anti gran empresa que acaso pueda atraerles votos, pero que desde luego no nos traerá prosperidad alguna.