El programa electoral de IU no sólo incluye el establecimiento de una "renta mínima garantizada" de 529 euros mensuales a las personas sin ingresos o el aumento progresivo del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) hasta 1.176 euros a partir de 2019, sino que también propone la imposición de salarios máximos, algo inédito en cualquier país medianamente desarrollado y absolutamente incompatible en cualquier economía de libre mercado.
En concreto, la idea del partido que lidera Alberto Garzón consiste en fijar por ley un límite máximo a los salarios, tanto en la empresa pública como en la privada, que no supere "10 veces las retribuciones totales que perciba la persona de salario más bajo por una jornada ordinaria o normal según la legislación vigente o, en su caso, el convenio aplicado". Es decir, prohibir que los trabajadores ganen más de 6.500 euros al mes, cuantía que resultaría de multiplicar por diez el actual SMI (648,60 euros), o bien que no supere 10 veces el salario mínimo fijado por convenio.
IU quiere expropiar mediante impuestos todas las retribuciones que superen esa cantidad. ¿La razón? "Hay que limitar los salarios si queremos una redistribución real de la riqueza", según reza la propuesta. Pero, ¿qué pasaría se lograse prosperar semejante propuesta?
El economista Juan Ramón Rallo explicó en su día algunos de sus nefastos efectos a raíz del referéndum que celebró Suiza sobre la limitación de salarios mediante la regla 1:12 (limitar los salarios máximos de los directivos a 12 veces el menor de los salarios de sus empleados).
¿Por qué existe desigualdad salarial?
En su no demasiado brillante libro La Economía del Bien Común, el economista Christian Felber se escandaliza de que un alto directivo pueda cobrar muchísimo más que su jardinero. ¿Acaso es más útil socialmente el trabajo que realiza el primero que el del segundo?
Desde luego: la capacidad de generación de riqueza -y de destrucción de riqueza- de un alto directivo es infinitamente superior a la de un jardinero. Básicamente porque el alto directivo es el encargado de determinar a qué deben dedicar su tiempo cientos, miles o cientos de miles de trabajadores: si el directivo la pifia, el despilfarro de recursos que implica que cientos de miles de personas estén produciendo bienes que no deberían ser producidos es infinitamente superior al despilfarro derivado de que un jardinero la pifie; e inversamente, si el directivo acierta, la generación de riqueza obtenida de que centenares de miles de personas produzcan bienes valiosos para los consumidores es muy superior a la derivada de que un jardinero acierte.
Muchos argumentan, de hecho, que la última crisis económica ha sido originada por las decisiones erróneas e imprudentes de una camarilla de altos directivos. Aunque la responsabilidad última sea de los bancos centrales, compremos a efectos dialécticos la tesis: ¿acaso el poder coordinador (y, por tanto, el poder descoordinador) de estas personas no es infinitamente superior al de un jardinero? ¿No tiene sentido, entonces, que cobren muchísimo más por hacer las cosas bien (y que lo pierdan casi todo por hacer las cosas mal, por ejemplo, cuando su salario lo perciben en forma de acciones de la empresa)?
Claro que lo tiene, especialmente porque los directivos de una empresa son trabajadores a sueldo de los propietarios (accionistas) de la empresa. ¿Por qué motivo pensamos que los accionistas están dispuestos a pagarles sobresueldos presuntamente innecesarios a los directivos? ¿Por pura filantropía? No, si los abonan es porque los accionistas no han sido capaces de encontrar otros empleados de igual cualificación para desempeñar el puesto de directivo y que estén dispuestos a trabajar por un menor sueldo. Si los hubiera, a buen seguro intentarían pagarles a los directivos el salario más bajo posible: pero no los hallan y prefieren asumir un sobrecoste de ese calibre antes que colocar al frente de su empresa a un señor que a su juicio no está suficientemente cualificado y puede pergeñar gigantescos destrozos.
¿Cuál es el problema del salario máximo?
Y éste es el problema de fondo de los salarios máximos: se elimina el mercado de trabajadores altamente cualificados. Los accionistas ya no pueden competir por los mejores directivos ofreciéndoles salarios más elevados de los que les ofrece el resto de compañías.
De ahí que los mejores directivos no terminen estando al frente de aquellas compañías donde más riqueza pueden generar (o mayor destrucción de riqueza pueden evitar) sino al frente de aquellas otras donde se sientan más a gusto.
El ejemplo de la multinacional
Imaginemos dos tipos de empresas: la empresa A es una multinacional con inversiones arriesgadas en medio mundo y donde el puesto de consejero delegado es altamente estresante; la empresa B es una empresa nacional grande con inversiones conservadoras y donde el consejero delegado realiza tareas meramente de representación institucional. A y B no pueden pagar a su consejero delegado más de 12.000 euros mensuales.
¿Dónde creen que escogerían ir los directivos más brillantes? Pues, en general, a la empresa B. La compañía A se vería incapacitada para contratar a los mejores directivos del planeta (pues no podría sobrepujar a la empresa B) y tendría que contentarse con otros con un perfil más mediocre, cuando lo socialmente razonable es que los brillantes se dirigieran a A (donde su responsabilidad es mucho mayor) y los mediocres se quedaran en B (donde apenas tienen que sonreír).
Dicho de otro modo, a menos que las compañías puedan ofrecer incentivos no monetarios (stock options o pago de vivienda, de coche, de vacaciones, de comida o de vestimenta), el mercado de trabajadores cualificados arrojará una asignación subóptima de este factor productivo, y una asignación subóptima de directivos implica una asignación subóptima y empobrecedora de la inmensa mayoría de recursos de la economía cuya orientación los directivos escogen.
Pero si las compañías pudieran ofrecer incentivos no monetarios a sus directivos, los salarios máximos no pasarían de ser una absurda regulación sobre el modo en que los directivos pueden cobrar sus exorbitantes remuneraciones y no una limitación efectiva a esas exorbitantes remuneraciones.
¿Y por qué no subir los salarios más bajos?
Claro que el objetivo de los salarios máximos no tiene por qué ser el de rebajar los salarios de los directivos cuanto aumentar el salario mínimo del personal raso. Si una empresa quiere competir por fichar a un excelente directivo, puede seguir ofreciéndole un sueldo mayor que la competencia siempre y cuando eleve el salario del resto de su plantilla. Y aquí nos topamos con la otra falacia de esta propuesta liberticida: asumir implícitamente que si las masas de empleados cobran poco es porque unos pocos directivos se lo llevan crudo. No, ni mucho menos.
Supongamos que en una empresa hay diez directivos que cobran 12 millones de euros y que luego tenemos a 100.000 trabajadores que perciben un salario de 10.000 euros: el salario más alto es 1.200 veces mayor que el más bajo.
En tal caso, habría dos posibilidades extremas de cumplir con la limitación 1:12. Una, rebajar el salario los directivos a 120.000 euros; otra, elevar el salario del personal raso hasta el millón de euros. En el primer caso, la compañía se ahorraría 118,8 millones de euros que apenas darían para aumentar el salario del personal raso desde 10.000 a 11.880 euros. El segundo caso implicaría unos sobrecostes de… 99.000 millones de euros; un completo disparate que la conduciría a una quiebra segura.
Margina a los trabajadores más cualificados
En suma, el coste de ambas alternativas no es simétrico, de manera que las posibilidades efectivas de la empresa se limitarán esencialmente a reducir sus salarios más altos, no a elevar de los más bajos. ¿Saldo final? A cambio de un minúsculo aumento de los salarios más bajos dentro de la empresa, ésta no podrá contratar a los directivos más capacitados que realmente necesita.
Salarios cada vez más bajos
Una carrera hacia lo más hondo: cuanto más erosione la nueva mala dirección empresarial la posición competitiva de la compañía, menores serán sus ingresos y, por tanto, menores serán los salarios que podrá permitirse abonar, lo que a su vez la forzará de nuevo a bajar los salarios de la alta dirección, lo que hará que los directivos mediocres se marchen y sólo puedan contratar a directivos rematadamente malos (que desplomarían aún más sus ingresos).
Un círculo vicioso que terminaría hundiendo la empresa y perjudicando especialmente a sus trabajadores menos cualificados, vía desempleo y salarios mermantes.