Esta semana se anunció que el profesor Angus Deaton, de la Universidad de Princeton, ha ganado el Premio Nobel de Economía. Coincide con el reciente anuncio del Banco Mundial de que en 2015 la pobreza mundial caerá a menos del 10% por primera vez en la historia.
Es dichosa la casualidad. Entendemos mucho mejor la condición de la humanidad por el trabajo influyente de Deaton, de medir de manera cuidadosa el consumo y otros indicadores de bienestar en el mundo. Según el nuevo premio Nobel, somos más ricos, más sanos y vivimos muchos más años que en cualquier otra época. En las últimas décadas, los estándares de vida (alfabetismo, acceso al agua potable, mortalidad infantil) en los países menos desarrollados han mejorado drásticamente.
Deaton documenta que el progreso que está viviendo una proporción cada vez más grande de la humanidad empezó hace unos 250 años, cuando las partes del mundo que hoy llamamos ricas empezaron su gran escape de la pobreza masiva, que hasta entonces caracterizaba al globo entero. La Ilustración, la Revolución Industrial y el descubrimiento de que los gérmenes causan enfermedades infecciosas son la base de ese progreso.
Para Deaton, el crecimiento económico es crítico, pero el conocimiento lo puede ser aun más. La difusión del conocimiento científico y médico explica en buena medida que incluso los países de ingreso y crecimiento bajos también hayan experimentado avances impresionantes. De tal manera que el economista de Princeton es un optimista sin ser determinista. Se preocupa, por ejemplo, por la desigualdad, pero aclara que "la desigualdad es frecuentemente consecuencia del progreso". El hecho de que algunos escapen de la miseria no es reprochable. En ese sentido, distingue entre la desigualdad que ayuda a la humanidad y la que la perjudica. La desigualdad económica que va de la mano con la desigualdad política, circunstancia que caracteriza a muchos países pobres, es un ejemplo de mala desigualdad, a la que debemos estar atentos en cualquier país.
Las investigaciones de Deaton lo llevaron a comprender que el desarrollo económico es un proceso complejo y que resulta difícil de mejorar a través de intervenciones técnicas o de imposiciones de arriba abajo. Así es que el galardonado forma parte del creciente número de expertos que son escépticos de la ayuda externa, que según Deaton "está causando más daño que bien". Además de citar los problemas prácticos de tales programas (la corrupción, los incentivos burocráticos a hacer préstamos sin importar los resultados, etc.), invoca un dilema:
Cuando las condiciones para el desarrollo están presentes, la ayuda externa no es necesaria. Cuando las condiciones locales resultan hostiles para el desarrollo, la ayuda no es útil y causará daño si perpetúan esas condiciones.
Para Deaton, el subdesarrollo es consecuencia de instituciones locales defectuosas y la ayuda externa lo que hace es reforzar esas debilidades o incluso atenuar las instituciones buenas.
No es que los países ricos no deban hacer nada. Dice Deaton que deben facilitar el desarrollo al abrir sus mercados, cortar la ayuda externa y no obstruir el camino de los países pobres.
Lo que sin duda debe ocurrir es lo que ocurrió en los países ahora ricos, cuando se desarrollaron a su propia manera, en sus debidos tiempos, bajos su propias estructuras políticas y económicas.
Ese sabio consejo lo es todavía más ahora que el mundo entiende mejor el alcance y las causas del progreso.