El independentismo se ha valido muy hábilmente del eslogan "España nos roba" para vender las bondades de su utopía a la población y, de este modo, avanzar que una Cataluña independiente sería mucho más próspera y rica que la actual. Sin embargo, la argumentación que esgrimen los nacionalistas no solo se sustenta sobre una base falaz e irreal, tal y como evidencian las balanzas fiscales o el rescate a fondo perdido de la Generalidad durante la crisis, sino que esconde una realidad diametralmente opuesta a las ensoñaciones de Artur Mas y sus socios.
La economía catalana se sostiene a base de exportaciones, pero los separatistas olvidan que el grueso de dichas ventas no tiene como destino lejanos y exóticos países, sino otras y muy cercanas regiones españolas. Es decir, la riqueza y las finanzas de Cataluña derivan, en gran medida, de las relaciones comerciales que mantiene con el resto de España. Tanto es así que las empresas radicadas en Cataluña venden más a Aragón que a Francia, más a Castilla-La Mancha que a Reino Unido, más a Cantabria que a Estados Unidos o más a La Rioja que a Japón, por poner algunos ejemplos, tal y como evidencia un detallado informe de Convivencia Cívica Catalana. Así pues, siendo España el principal socio comercial, constituye un completo sinsentido la defensa de barreras para dificultar las relaciones económicas, y, muy especialmente, si se tiene en cuenta que es España y no una hipotética Cataluña independiente la que garantiza el acceso al mercado común europeo, destino de la otra mitad de las exportaciones catalanas.
Además, cabe tener en cuenta que las ventas más valiosas, las de alto valor añadido, proceden de las filiales españolas de grandes multinacionales extrajeras afincadas en Cataluña por su proximidad a otros países europeos, pero que, en caso de ruptura, serían las primeras en trasladar su sede y su producción. Y lo mismo sucede con otras grandes empresas españolas que operan en Cataluña por razones logísticas, para encauzar mejor su comercio exterior con Europa, y cuyo traslado se activaría de inmediato ante el riesgo de independencia. De este modo, el sector exportador, auténtico motor económico de Cataluña, simplemente dejaría de funcionar, desatando una crisis difícilmente imaginable. Sin embargo, a los nacionalistas les importa poco o nada poner en riesgo el 70% del PIB catalán con tal de avanzar hacia la consecución de sus particulares objetivos políticos.
Las grandilocuentes declaraciones de los independentistas son, pues, puro humo, meras ínfulas carentes de contenido y realidad, ya que Cataluña perdería mucho más fuera de España que España sin Cataluña. El desprecio absoluto por la seguridad jurídica, la expulsión de la UE y del euro, así como el extremismo político que impera en la lista unitaria de Mas son un cóctel explosivo idóneo para desencadenar una intensa fuga de capitales y de empresas en un escenario de ruptura. La separación del resto de España no traería prosperidad a los catalanes, tal y como torticeramente vende el nacionalismo, sino un negro futuro de empobrecimiento y ruina.