No suele ser frecuente que en un momento determinado coincida el bien de la economía nacional a largo plazo con lo que hay que hacer por obligación, o para complacer a la población, en el plazo corto. De ordinario, suelen ser contradictorios, por lo que las gentes y especialmente los gobiernos optan por el corto plazo, frente al bien general que debería prevalecer en una visión a largo plazo.
Esa visión cortoplacista de las políticas gubernamentales se fundamenta en la importancia de ganar adeptos, para arrancar votos en un proceso electoral. Bien está cuando estos gestos complacientes, si no se alinean con una política correcta a largo plazo, sí al menos no la contradicen.
Las situaciones de conflicto entre la complacencia a corto y el objetivo correcto a largo son más numerosas que los casos de armonía entre ambas. Estos conflictos, tan frecuentes, acaban concretándose en la renuncia, o el desprecio, a oportunidades que nadie tendría el coraje de provocar para sacar provecho de ellas.
Pensemos en la crisis económica reciente, en sus efectos, en el inicio de la recuperación y en la consolidación de la misma. Y ello porque, en mi juicio, creo que estamos ante un caso de esos que, en el título de estas líneas, llamo "desprecio a las oportunidades".
Ya John M. Keynes, en su Teoría general del empleo, el interés y el dinero, afirmaba que los terremotos, incluso las guerras, pueden servir para incrementar la riqueza. Sólo se requiere que los responsables de las decisiones económicas sean capaces de aprovecharlos.
También las crisis son oportunidades extraordinarias para la mejora de la economía de una nación. Las crisis purgan las ineficiencias haciendo desaparecer del mercado a las empresas marginales, y son también una oportunidad para redimensionar lo que está sobre o subdimensionado.
El análisis más simple de la economía española nos arroja un diagnóstico: excesiva dimensión del sector público. En un lenguaje u otro, se afirma con frecuencia que España no puede financiar el sector público que ha construido. Ha habido algún intento de poner orden en el mismo reduciendo (temporalmente) el empleo público, así como las percepciones de los funcionarios y empleados.
Pero con excesiva premura, a mi juicio, se ha considerado que la austera medida ya no se justifica, por lo que los Presupuestos Generales del Estado para 2016 dedican una partida importante de gasto adicional a personal. ¿Hay razones económicas para ello? En mi criterio, no. Aunque ha habido avances, la crisis económica no ha terminado; o lo que es lo mismo, el crecimiento económico no está consolidado.
La crisis debía haber sido una oportunidad para corregir errores pasados en la dimensión del sector público; las frecuentes convocatorias electorales han lastrado las posibilidades de estos tres últimos años. La oportunidad de corregir los desmanes de las dos legislaturas de Zapatero parece desvanecerse.
Despreciada la oportunidad, sólo quedará la lamentación; un consuelo para los necios.