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José T. Raga

Al cambio por el cambio

¡Qué olvidado queda el refrán de "Virgencita, que me quede como estoy", con lo certero que es en tantas ocasiones de 'cambio'!

En una época en la que parece no creerse en nada, se tiende por contra a sacralizar cualquier cosa. Quizá sea resultado de una inquietud según la cual el hombre necesita creer y asirse a la creencia para buscar una armonía vital que el aislamiento y la autosuficiencia no son capaces de proporcionarle.

En la sacralización se buscan los recursos más extraños para sustentarla, las más de las veces construidos sobre falsedades que no podrían someterse con éxito a la más sencilla de las pruebas de verificación. Obsérvese con qué descaro se apropia la izquierda del término, que no del concepto, progreso, identificando con tal ideología el progresismo en los ámbitos culturales, sociales y familiares, así como en los económicos y fiscales.

En la lengua española se entiende como progreso la "acción de ir hacia adelante"; también el "avance, adelanto, perfeccionamiento". Así las cosas, desde cuándo la izquierda es acreedora de tal término. ¿Cuándo la izquierda ha conducido a un mejoramiento? A no ser que por adelanto se entienda la destrucción.

En la historia, nunca la izquierda ha sido capaz de impulsar una recuperación, de mejorar el bienestar de los individuos ni de promover los grandes descubrimientos para el bien de la humanidad. Deberíamos entender, pues, que este progresismo, patrimonio de la izquierda, es el de la regresión; un progreso hacia atrás.

Es tan evidente lo que estamos diciendo que no creo que haya alguien hoy que considere que la izquierda pueda ser un indicador de avance social, económico, científico y cultural. Quizá por ello, agotado el término progresista, el de nuevo cuño, para confundir y desorientar a la sociedad, es el de cambio, pregonado a los cuatro vientos, induciendo a la acción de cambiar.

Es bien cierto que cambio es un término neutro, ausente de valoración, y por tanto aplicable tanto para cuando pretende una mejora como cuando su objetivo es un empeoramiento. A los seguidores de quienes urden y pregonan el cambio les basta con el cambio en sí mismo considerado. Que los pronósticos del cambio no pueden ser más funestos no importa, porque el cambio se busca y se desea por el cambio mismo.

Cómo serán las cosas que, no cumplidos todavía los seis meses de gobierno del primer ministro Tsipras, hundida la nación económica, social y moralmente, como contraste al despegue iniciado con Samarás, es el adalid del cambio en una Grecia sembrada de hambre y desesperación.

Y no acaba ahí, porque su caudillaje le permite vaticinar que el cambio en Europa sólo se producirá cuando gobiernen en España los iluminados de Podemos, porque conseguirán destruir España con una rapidez equivalente a la destrucción de Grecia. Así que a apuntarse al cambio; eso sí, no pregunten en qué dirección se producirá.

¡Qué olvidado queda el refrán de "Virgencita, que me quede como estoy", con lo certero que es en tantas ocasiones de cambio!

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