La Historia se mueve, que no avanza, a golpe de falacias. He ahí, paradigmático, el asunto griego. El lugar común del momento, tan soberbiamente expresado por el presidente Rajoy, ordena repetir que en lo de Grecia ha terminado por imponerse el justo medio aristotélico: ni la retirada de todo crédito a Atenas ni el despilfarro de más recursos de los contribuyentes de la Unión para goce de esos manirrotos balcánicos. Pero, como casi siempre acontece, el tópico periodístico al uso se compadece bien poco con la verdad. Porque simplemente no es verdad que en el problema griego hayan acabado imponiendo sus posiciones los moderados, los sensatos, los racionales, los posibilistas. Al contrario, son los radicales más extremos quienes han ganado la partida. Los radicales de ambos bandos, por lo demás.
Aunque desolador desde el punto de vista intelectual, el ejercicio de comparar los escritos de Hans-Werner Sinn, ese líder pangermanista de la patronal alemana, con los de Costas Lapavitsas, el economista que inspira al sector intransigente de Siryza, despeja cualquier duda al respecto: ambos sostienen lo mismo, exactamente lo mismo. Al punto de que a un lector inadvertido le resultaría imposible distinguir los textos de uno y otro en caso de no disponer del nombre del autor. El primero no cree en Europa. Y el segundo tampoco. Y, sin embargo, son ellos, los dos, quienes a la postre han triunfado. Apoyar una pistola en la sien del primer ministro de Grecia para, acto seguido, pasarle a la firma un documento de claudicación en toda regla ha sido una estúpida necedad que los europeos acabaremos pagando algún día, más pronto que tarde.
Y es que Grecia, de facto, acaba de ser expulsada de la moneda común. Desde que en 2010 se les impuso la medicina de las reformas a cambio de los rescates, el PIB de Grecia se ha derrumbado en un espectacular 22%, la producción industrial se ha despeñado en un no menos aparatoso 35% , los salarios se han encogido en un 27% y el paro, en fin, escalaría hasta un 27,5%. Así las cosas, ¿alguien cree que la ya muy precaria mayoría europeísta del país sobrevivirá durante cuatro años a los efectos corregidos y aumentados de idéntica receta? Es evidente, se les quiere echar por la puerta de atrás con la cautela estética de que sean ellos quienes se vean obligados a dar el último paso. Bien, adelante, permitamos que los bárbaros del Norte expulsen extramuros de Europa al Partenón. Pero que nadie lloriquee por las esquinas cuando hagan lo mismo con Portugal… o con España. Que todo llegará.