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Juan Ramón Rallo

Guía para entender el desaguisado griego

Si Grecia sigue dentro del euro, tal como ha prometido el Gobierno de Syriza, y la Troika no les otorga financiación, el corralito no podrá deshacerse

¿Qué enfrenta a la Troika y a Atenas?

El segundo plan de rescate bajo el que se seguía financiando el Gobierno griego expiró el pasado mes de febrero y, tras un acuerdo in extremis entre "las instituciones" y Atenas, se prolongó hasta el 30 de junio. Llegado el 30 de junio sin un nuevo acuerdo, Grecia no puede emitir deuda en los mercados, de manera que no puede acceder a la financiación que necesita para atender sus pagos. La Troika ofrece al Gobierno griego más dinero de los contribuyentes europeos a cambio de nuevas reformas y ajustes, Syriza quiere el dinero pero sin reformas ni ajustes. Al contrario, reclama una reestructuración del dinero que se le entregó en el pasado.

¿Qué pide la Troika?

Como decimos, la Troika reclama que se prosiga con los ajustes para que el presupuesto griego sea autosuficiente (cuadrar ingresos y gastos), así como con las reformas, para que la economía griega gane impulso y competitividad. El problema de los ajustes de la Troika es que cargan demasiado las tintas sobre las subidas de impuestos, castigando todavía más a la maltrecha economía privada.

¿Qué pide el Gobierno griego?

Atenas tiene dos reivindicaciones esenciales: por un lado, reestructurar la deuda pública, y que se le garantice la financiación para los próximos ejercicios; por otro, que Europa desarrolle una especie de Plan Marshall para Grecia. Ambas reivindicaciones suponen que los contribuyentes europeos deberán transferir mucho más miles de millones de euros a las Administraciones helenas.

¿Es sostenible la deuda griega?

La deuda griega no es técnicamente insostenible. Ahora mismo, Atenas está pagando anualmente por intereses cerca del 4% del PIB. Esta cifra es inferior a la que paga el Gobierno italiano y ligeramente superior a la que paga el Gobierno español. Si la deuda pública griega no es sostenible es, simplemente, porque sus políticos y ciudadanos no quieren pagarla, siguiendo la tradición histórica del país: desde 1832, Grecia ha estado 90 años en default o reestructurando su deuda.

¿Por qué el referéndum abocó al corralito?

La convocatoria de un referéndum a propósito del acuerdo Troika-Atenas dejó la solvencia de la deuda pública griega en suspenso: si la Troika no da más dinero a Atenas, Atenas no puede pagar su deuda. Y si el Gobierno es insolvente, la banca griega está quebrada. Ante la perspectiva de que los bancos griegos no puedan salir adelante, el BCE decidió dejar de incrementar la liquidez extraordinaria que desde hace meses estaba proporcionándoles; y sin liquidez extraordinaria y en plena huida de capitales del país, los bancos se encontraron incapacitados para atender los reembolsos de depósitos. Por eso se limitó la cantidad de efectivo que cada griego podía retirar de sus cuentas corrientes.

¿Qué habría pasado sin corralito?

Si no se hubiese establecido el corralito el pasado domingo, los bancos griegos habrían quebrado y habrían sido liquidados. La gente no habría recuperado su dinero y el sistema bancario del país habría sido laminado.

¿El referéndum permitirá normalizar la situación?

La victoria del no abre más incertidumbres de las que despeja. Ahora la pelota ha pasado al tejado de la Troika, que tiene esencialmente dos opciones: ceder ante las peticiones de Syriza o no hacerlo.

Si la Troika no cede, ¿qué opciones tiene Grecia?

Si la Troika se mantiene firme en su última oferta y no la dulcifica, el acuerdo será imposible, ya que Syriza se ha atado las manos con el referéndum y no puede dar marcha atrás. En tal caso, sólo caben dos opciones: si Grecia quiere seguir dentro del euro, el corralito se volverá irreversible; si Grecia quiere deshacer el corralito, tendrá que salir del euro.

¿Qué implicaría la permanencia en el euro?

Si Grecia sigue dentro del euro, tal como ha prometido el Gobierno de Syriza, y la Troika no le otorga financiación, el corralito no podrá deshacerse: los bancos griegos carecen –y carecerán– de liquidez para reintegrar sus depósitos a los depositantes, de modo que no es improbable que apliquen una quita a sus depositantes (según el Financial Times, la quita podría ser del 30% en los depósitos superiores a 8.000 euros). A su vez, el Gobierno griego tampoco contará con tesorería suficiente como para atender todos sus gastos. En tal caso, la única alternativa será mantener el control de capitales para los pagos al exterior (el Gobierno decide a qué familias y empresas se entregan euros para atender sus compras al extranjero) e introducir una divisa paralela para sus pagos domésticos. Las provincias argentinas ya experimentaron con esto último tras el corralito de 2001: la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, emitió pagarés en pesos (patacones), con los que pagaba a sus funcionarios y proveedores. El Gobierno griego bien podría emitir dracmacones, una nueva divisa que inmediatamente se depreciaría un 30 o un 40% frente al euro.

¿Qué implicaría la salida griega del euro?

Salir del euro supondría restablecer el dracma. Los griegos ya no cobrarían en euros sino en esa nueva divisa inflacionista, que a su vez se depreciaría enormemente frente al euro. La población se empobrecería sustancialmente, sobre todo a la hora de comprar bienes del extranjero (por ejemplo, combustible o medicinas), pero el país se colocaría a precio de saldo para los inversores extranjeros, que harían su agosto comprando pisos, empresas públicas, acciones, etc. De este modo, Grecia volvería por sus fueros históricos, a seguir siendo un país con una nula competitividad y de bajísimos salarios, pero recuperaría algo de impulso empobreciendo a su población depreciando la divisa.

¿Qué implicaría que la Troika cediera?

La otra posibilidad es que la Troika ceda para evitar un Grexit, arrojando una nueva lluvia de miles de millones a la economía helena. En tal caso, los problemas para la Eurozona vendrán a más largo plazo: si la opción racional de cualquier Gobierno europeo es endeudarse masivamente y luego convocar un referéndum para no pagar esa deuda (esto es, para que la paguen los contribuyentes alemanes), será absurdo que el resto de los países no sigamos esa misma dirección. Tan absurdo como que los contribuyentes alemanes lo consientan. En lugar del Grexit, acaso asistiéramos al Germexit.

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