Sostienen en el cotarro podemita que el corralito griego no es preocupante. Total, sacando 60 euros diarios del cajero –el máximo permitido–, un griego de a pie va a disponer mensualmente de la misma cantidad que un alto cargo de Pablemos en España, todos ellos bimileuristas para ejemplo de castuzos. En realidad, vienen a decir nuestros ungidos, el control de capitales decretado por el Gobierno de los superdemócratas es una ocasión magnífica para ejercitar la solidaridad. Es como las colas interminables para adquirir bienes de primera necesidad en Venezuela, su otro referente ideológico, que estimulan el contacto humano, invitan a una dieta frugal, curten el espíritu y hacen que la gente pase más tiempo fuera de casa. En ambos casos, todo son ventajas.
Los podemitas nos riñen a los demás cuando no obedecemos sus mandatos, por eso tienen un empeño especial en decirnos a todos cómo debemos vivir, para no tener después que echarnos la bronca. Naturalmente, lo hacen por nuestro bien, porque los ciudadanos no sabemos qué es mejor para nosotros y nuestras familias. Eso sólo provoca desigualdad, el mayor sacrilegio concebible por una mente podemizada, sólo equiparable a manifestar públicamente dudas sobre la maldad intrínseca del capitalismo o la existencia del calentón global.
Pablemos dice estar con el pueblo griego, pero en realidad se refiere a los comunistas de Syriza, con los que el movimiento ultraizquierdista mantiene una relación fraternal. Ni siquiera la desesperación de las caras de los griegos tras el corralito mueve a estos ungidos a un breve acto de contrición. La visión del desastre que están provocando sus referentes políticos en otros países no es suficiente para que reconozcan que su ideología es una basura especialmente perniciosa. ¿Que los nuestros decretan un corralito? Pues a disfrutarlo, que eso es muy bueno para evitar el vicio del consumismo.
La soberbia de los podemitas no tiene límites conocidos y ya no se conforman con imponer a los españoles su modo de vida: ahora también quieren hacer lo mismo con los griegos, como si los pobres helenos no tuvieran bastante con sufrir a Tsipras y a su ministro de finanzas, un embustero vocacional y un chiste viviente, ambos dispuestos a llevar a Grecia al suicidio antes que rectificar su política descerebrada.