Mucho se está criticando, y con razón, a Zapatero por asegurar en su día que los contribuyentes españoles íbamos a ganar 110 millones anuales con los préstamos concedidos al Gobierno griego en 2010. Ahora bien: tampoco debería ser de recibo que ese ruinoso negocio que han sido siempre los préstamos al país heleno se nos presente ahora como un acto de encomiable generosidad, tal y como ha hecho el ministro de Hacienda, Luis de Guindos, al asegurar que los 26.000 millones de euros prestados a Grecia fueron "solidaridad, pura y dura". Pues no. Ni una cosa ni otra: ni hemos hecho negocio con los griegos ni hemos sido solidarios con ellos. Y eso por la sencilla razón de que el dinero ha salido del bolsillo de un forzado contribuyente al que se ha privado de la soberanía para decidir si quiere –o no– ser acreedor –o solidario– de unos gobernantes empecinados en sostener un sector público que sus ciudadanos no se pueden permitir.
Valga esta observación para decir que a mí lo que me resulta escandaloso no es que el Parlamento griego haya aprobado someter a consulta popular las nuevas y más laxas condiciones que la Unión Europea reclama al Gobierno de Tsipras para seguir transfiriéndole dinero del resto de los europeos. A mí lo que me resulta indecente es que la Unión Europea, el BCE y el FMI sigan dispuestos a transferir dinero a unos gobernantes pródigos a los que nadie en su sano juicio daría un solo euro de su propio dinero, ni como préstamo ni como muestra de solidaridad.
Desde que Grecia ingresó en el euro mediante la falsificación de sus estadísticas macroeconómicas, sus gobernantes no han hecho otra cosa que comportarse de manera irresponsable, y no ha habido una sola irresponsabilidad que no haya sido irresponsablemente financiada por esos organismos, supuestos adalides de la ortodoxia y de la austeridad, que componen la troika.
Todos nos reímos con la conocida máxima de Groucho Marx en la que decía que se negaría a pertenecer a un club que lo admitiese como socio. Pero nos empecinamos, como si de una muestra de sensatez se tratara, en mantener a Grecia en el club del euro a costa de socavar las reglas que hacen posible la existencia y el prestigio de la moneda única. Que Varufakis y compañía recurran al miedo de lo que supondría el Grexit tiene toda su lógica, habida cuenta de que tratan de seguir viviendo a costa del dinero y del miedo de los demás. Sin embargo, no son los únicos en creer o, por lo menos, hacernos creer que la credibilidad del euro no se reforzaría sino que se debilitaría con la salida de Grecia.
Así las cosas, y habida cuenta de que en ningún país acreedor se nos va a consultar si estamos dispuestos a seguir prestando dinero a Grecia, ojalá los griegos voten y lo hagan en contra de la última propuesta de la UE. Será su suicidio, pero también la única forma de evitar que sigan viviendo a costa de los demás.