Verano de 2010. Unos cuantos banqueros franceses no demasiado inteligentes descubren con horror que han prestado demasiados miles de millones a unos cuantos gobernantes griegos no demasiado honrados. De repente, comprenden que jamás van a recuperar el dinero y comienza el pánico.
Mismo verano de 2010. Un político socialista francés demasiado aficionado a la Viagra preside el Fondo Monetario Internacional, pero no es el único francés bien colocado en el exterior. Sin ir más lejos, otro compatriota suyo dirige en ese mismo instante el Banco Central Europeo. Como su fogosidad, la ambición del político galo tampoco conoce límites. Así, el objetivo que ocupa todos sus afanes consiste en desalojar del Elíseo a su inquilino, cierto Sarkozy, y pasar a ocupar su puesto. Una empresa para la que necesitará apoyos al más alto nivel. Por azar o no, lo cierto es que el director francés del FMI decide en ese mismo momento conceder el mayor crédito de la historia de la institución a Grecia –sí, el mayor de la historia– con objeto de que los banqueros franceses pudieran recuperar su dinero.
Al tiempo, el gobernador francés del BCE procede a enterrar otros 27.000 millones de euros en la compra de bonos soberanos griegos con idéntico objetivo: que los bancos tenedores, sobre todo franceses, logren desprenderse de esa quincalla. Resultado final: los banqueros franceses habían sido felizmente rescatados, los ciudadanos griegos seguían igual de endeudados que antes y los contribuyentes europeos, sin comerlo ni beberlo, acababan de cargar a sus espaldas con un muerto llamado a crearles dolores de cabeza durante lustros. Todo ello, huelga decirlo, en nombre de los supremos principios del libre mercado. Por lo demás, la deuda pública griega alcanza en ese instante el 115% del PIB. La austeridad, se les dice entonces a los griegos, se antoja terapia imprescindible para corregir tan demencial porcentaje. Dicho y hecho: Grecia, su gobierno conservador, pone en marcha un plan radical de recorte de gastos. Resultado cinco años después: la deuda pública de Grecia sobrepasa ya el 180% del PIB. Conclusión de los acreedores: hace falta más austeridad, mucha más.
Verano de 2015. El país, exhausto, hace tiempo que ha quebrado, pero ahora toca convencer a la opinión pública europea de que los culpables de todo son unos comunistas locos e irresponsables que acaban de aterrizar hace cinco minutos. Procede repetir, pues, que esos comunistas locos e irresponsables se están gastando más que nadie, nada menos que un 16% del PIB, en sufragar las fastuosas pensiones de sus vagos abuelos. La verdad, sin embargo, es que sucede justo lo contrario: lejos de subir, las pensiones de los griegos se han desmoronado un 40%. Ocurre que los fondos de pensiones locales perdieron más del 60% de su valor en 2012, cuando la reestructuración de la deuda impuesta por los acreedores (habían invertido en bonos del Estado que pasaron a no valer nada). De ahí su miseria actual. Al punto de que la pensión mediana en Grecia es de 350 euros mensuales, cifra que el FMI exige que se reduzca en 120 euros. A este paso, las pensiones supondrán el 30%, el 40% o el 50% del PIB griego.
Cualquier niño de cinco años lo puede entender: si el PIB de un país se hunde, crece en el acto el porcentaje de ese mismo PIB que representan las pensiones, lo cual no implica que aumente ni un céntimo su cuantía. La desinformación, no obstante, cala. Repárese en que apenas el 9% de los parados accede a alguna prestación por desempleo y se terminará de comprender la importancia capital de las pensiones de los viejos a fin de evitar una revuelta del pan en Grecia. Para el Eurogrupo, sin embargo, ese asunto, el de las pensiones, supone un casus belli: están dispuestos a jugarse a la ruleta rusa el futuro del euro antes de ceder. Cualquiera diría que su verdadero objetivo es desplazar del poder a Syriza, no salvar el euro. Aunque si Merkel y Lagarde están lo bastante locas como para razonar en esos términos, alguien debería explicarles cómo está diseñada esa bomba de relojería que responde por Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (MEEF), el fondo de la UE encargado de reunir el dinero de los rescates.
¿Recuerda el lector los célebres CDO, aquellos activos que mezclaban trozos de hipotecas buenas, regulares, malas y malísimas, cada trozo con un riesgo y un interés diferente? La base del invento era que si el titular de la hipoteca malísima no pagaba, eso no influiría en los pagos de las otras. Pero resulta, ¡ay!, que sí influía. Porque cuando los pobres de Texas empiezan a perder sus casas, los ricos de Texas que venden productos para pobres comienzan a tener problemas para sostener sus propias hipotecas. Bien, pues el MEEF funciona igual. La UE ha vendido a sus bancos otros CDO formados por distintos trozos, cada uno de ellos garantizado por un país diferente. Un trozo lo garantiza Italia, otro Alemania, otro Portugal, otro España… Cada trozo posee un riesgo y tipo de interés diferente. Igual, exactamente igual en las hipotecas basura. Y es que la idea es la misma: si un país no paga, eso no influirá en los pagos de todos los demás. Pero claro que influirá. Varoufakis lo ha comparado con una expedición de montañeros, todos atados entre sí con la misma cuerda. La caída accidental del último, el más débil, lleva a que todo su peso recaiga sobre el siguiente en la cordada, que a su vez terminará también él suspendido en el aire. Y así, uno tras otro, hasta que el primero acabe despeñándose junto a todos los demás, incapaz de cargar él solo con el peso muerto del grupo. Si se disparan las primas de riesgo en el Sur, nadie va a estar a salvo, ni siquiera Alemania. Y pensar que todavía hay quien cree que no pasaría nada si Grecia sale del euro. Cuánto ingenuo.