Laudato Si’ –Alabado seas- es la segunda encíclica del pontificado de Francisco, publicada menos de dos años después de Lumen Fidei –La Luz de la Fe-, que apareció en junio de 2013, tras sólo unos meses como sumo pontífice.
El Papa ha elegido un tema que puede resultar sorprendente para un documento que, en teoría, es de doctrina católica: la ecología, pero ya desde sus primeros párrafos advierte de su intención de dirigirse "a cada persona que habita este planeta", es decir, a un ámbito mucho más amplio que el de la Iglesia y sus fieles.
¿Por qué ahora?
Una de las preguntas que cualquiera que se acerque a Laudato Si’ se hace es qué motivos pueden haber llevado a Francisco a haber escrito sobre la cuestión ecológica en este momento. El Papa trata de demostrar que existe una urgencia que hace imprescindible no sólo la propia encíclica sino la toma de medidas políticas a nivel incluso mundial.
Sin embargo, entre lo que justificaría esta urgencia incluye referencias a lo dicho por alguno de sus antecesores, y aquí cae el Santo Padre en una primera contradicción: reproduce, por ejemplo, lo escrito por Pablo VI, que habla en los mismos términos apocalípticos –"catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la civilización industrial"- ¡hace casi 45 años! Ya entonces el Santo Padre argumentaba la "urgencia y la necesidad de un cambio radical en el comportamiento de la humanidad", pero han pasado más de cuatro décadas y la hecatombe ecológica no ha llegado.
Es cierto que desde entonces el cambio climático se ha colocado como la gran amenaza, pero no lo es menos que todas las predicciones igualmente dramáticas de los años 70 se han desvelado como falsas; y también lo es que buena parte del alarmismo climático se basa en la manipulación de unos datos.
Muchos "algunos" y ningún dato
El problema es que los datos no parecen ser excesivamente relevantes a la hora de sacar conclusiones: "Si la actual tendencia continúa –dice el Santo Padre sin explicar cuál es esa tendencia- este siglo podría ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin precedentes de los ecosistemas". Por si tienen dudas, los datos ciertos –no las previsiones- hablan de un parón en el calentamiento de casi dos décadas.
La cuestión es que Laudatio Si’ incluye los contenidos religiosos que son los esperables dentro de un encíclica, pero también propuestas sociales y políticas que no sólo resultan más sorprendentes, sino que necesitarían apoyarse en algo más que las reflexiones de otros Papas o de doctores de la Iglesia. Es decir, en un texto que reclame medidas políticas no basta con las generalidades en las que incurre el Santo Padre, que habla en multitud de ocasiones de lo que ocurre en "algunos lugares", sin especificar ni uno sólo de ellos, o de "algunos estudios" que tampoco cita. En un momento determinado llega a afirmar, por ejemplo, que "hay regiones que ya están especialmente en riesgo" pero, por supuesto, también nos quedamos sin saber cuáles son.
Lo más sorprendente, no obstante, no es la falta de concreción sino algunas de las citas que hace de textos papales anteriores en las que, como mínimo, distorsiona lo que su predecesor parece querer decir. Así, se refugia en el prestigio de Juan Pablo II para atacar el valor de la propiedad privada:
El principio de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del comportamiento social y el "primer principio de todo el ordenamiento ético-social"
Sin embargo, lo cierto es que la frase entrecomillada, que es la que se debe y se atribuye al papa Wojtila, sólo aparece dos veces en la encíclica en cuestión –Laborem Exercems, publicada en 1981- una de ellas, por ejemplo, en una parte en la que se acepta como algo natural y positivo la propiedad privada de los medios de producción y que habla del salario como la "vía concreta, a través de la cual la gran mayoría de los hombres puede acceder a los bienes que están destinados al uso común: tanto los bienes de la naturaleza como los que son fruto de la producción". Como vemos, está claro de que ambos sucesores de Pedro hablan de cosas muy distintas.
Contra el capitalismo… sin nombrarlo
Según se va avanzando el texto el lector va adquiriendo la consciencia de que quizá lo más importante en la encíclica no es la ecología, sino los cambios políticos y económicos que el Papa quiere impulsar con la excusa de la inminente, al menos en su opinión, catástrofe ecológica.
Francisco propone también una serie de enfoques espirituales y personales que sí resultan lógicos en un documento de este tipo, pero resulta más chocante ver a una autoridad religiosa pedir cambios políticos y criticar al sistema económico capitalista y, encima, sin citarlo por su nombre: ni una sola vez en las más de 80 páginas de texto aparecen palabras como "capitalismo" o "sistema capitalista".
Pero no citar por su nombre al capitalismo no impide que el Papa se haga eco, en ocasiones de forma casi literal, de eslóganes usados con profusión por la izquierda radical de medio mundo, como cuando dice que "la política no debe someterse a la economía".
También critica medidas políticas concretas como "la salvación de los bancos a toda costa" y que no se haya "revisado y reformado" el sistema financiero reafirmando "un dominio absoluto de las finanzas".
Ni idea de economía
Otras afirmaciones causan sonrojo por su desconocimiento de aspectos básicos de la economía, como cuando asegura que la "falta de viviendas es grave" porque "los presupuestos estatales sólo suelen cubrir una pequeña parte de la demanda".
El texto vuelve a demostrar un notable desconocimiento de la realidad y la historia cuando asegura que "el ambiente es uno de esos bienes que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover adecuadamente". Lo cierto es que los países que más han avanzado en la protección del medioambiente no son precisamente aquellos que tenían un sistema político y económico centralizado y dictatorial, sino los más libres económicamente: los primeros parques nacionales fueron creados en EEUU, por ejemplo, mientras que los problemas de contaminación de China son tremendos y el régimen comunista de la URSS tiene como uno de sus méritos ser el único que ha desecado todo un mar, el de Aral.
Son continuos los párrafos en los que el Santo Padre demuestra una visión de la economía como un juego de suma cero, en el que la prosperidad de unos depende de la pobreza de otros y viceversa, así afirma por ejemplo que "ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes".
En este apartado de desconocimientos teóricos e histórico hay uno que se lleva la palma: el Papa afirma que "el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus aspectos un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida".
Es, sin duda, una de las afirmaciones más osadas que se pueden hacer por escrito, ya que resulta muy difícil defender que la calidad de vida en 1815 era mejor o igual que en el 2015. Para ello sería necesario pasar por alto muchas cosas: la esperanza de vida, la mortalidad infantil, la atención sanitaria, la educación y la alfabetización o incluso, por acercarnos al tema de la encíclica, la salubridad y el ambiente en las grandes ciudades que no tuvieron ni tan siquiera sistemas de alcantarillado que no generalizaron hasta finales del S. XIX, inicios del XX.
Por un gobierno mundial
Casi cómico resulta que Francisco proponga -¡en una encíclica!- algunos gestos personales curiosos como "evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, (…) tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público" o "plantar árboles y apagar las luces innecesarias".
Pero más allá de la anécdota mensaje con más calado político es, probablemente, su apuesta por "una verdadera Autoridad política mundial" –tal y como dice, literalmente, citando a Juan XXIII- que es necesaria "para afrontar los problemas de fondo, que no pueden ser resueltos por acciones de países aislados".
El Papa pide "un consenso mundial" que sirva para cuestiones como crear "una agricultura sostenible y diversificada" o a "desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía" o "a asegurar a todos el acceso al agua potable". Un consenso que no es suficiente sino que debe imponerse a través de "la maduración de instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar".
Quizá uno de los aspectos sobre los que ese gobierno mundial podría legislar y sancionar sería sobre, "el creciente aumento del uso y de la intensidad de los acondicionadores de aire" que denuncia el Santo Padre, del que por supuesto no es responsable el calor -ni siquiera el calentamiento global- sino que son "los mercados" los que "procurando un beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda". Esperemos que si llega el caso le perdonen al Vaticano el uso que allí se hace de esas máquinas infernales.