Ayer por la noche, Luis Herrero, Manuel Llamas, John Müller y un servidor tuvimos la ocasión de entrevistar a Hervé Falciani en la sección de Economía de En Casa de Herrero. Probablemente haya sido la única entrevista en la que no se partiera de la base de que Falciani era un héroe moral que merecía de todo el respeto, admiración y consideración por parte de la audiencia merced a los ímprobos esfuerzos prestados en favor de la hacienda pública.
Al contrario, las actividades de Falciani, consistentes en incumplir su contrato de confidencialidad con el HSBC, robar datos privados de más de 130.000 clientes y entregárselos delatoramente a instituciones estatales de media Europa deberían resultar, como poco, moralmente cuestionables y, a la hora de la verdad, plenamente delictuosas. A la postre, la categoría moral de Falciani no difiere mucho de la de un espía del Estado que quebranta las libertades y la presunción de inocencia de decenas de miles de personas para hacerle el trabajo sucio al fisco: algo muy similar, aunque en otro frente, a lo que ha venido haciendo la NSA en EEUU y por lo que ha sido tan internacionalmente criticada.
Y es que el comportamiento de Falciani adolece de dos vicios morales incontrovertibles que deberían ser visibles para todo el mundo: un vicio moral en los medios empleados y otro vicio moral en los fines perseguidos.
En cuanto a la inmoralidad de los medios: no parece demasiado correcto robar y traficar con los datos privados de cientos de miles de personas por la mera sospecha de que podrían haber llegado a cometer algún tipo de ilegalidad (el propio Falciani ha admitido que le ha sido imposible contrastar mínimamente los indicios delictivos de las 130.000 personas cuya información ha robado).
Por las mismas, Falciani bien podría creerse legitimado para acceder ilegalmente al correo electrónico de cualquier individuo que él repute como sospechoso o, incluso, de allanar su domicilio en busca de cualquier medio probatorio para su causa particular. Los fines aparentemente nobles no justifican los medios decididamente innobles.
Pero lo verdaderamente grave del caso Falciani no es el uso de esos medios innobles, sino sus fines sólo aparentemente nobles. Falciani sostiene que los ciudadanos estamos obligados a pagar tantos impuestos como arbitrariamente decidan nuestros políticos. ¿Y cuál es el argumento con el que justifica esta completa servidumbre ciudadana ante el voraz imperium estatal? Pues, simplemente, apelando a que el Estado goza de primacía moral sobre el ciudadano para disponer de sus libertades y de sus propiedades: es decir, que el Estado disfruta de autoridad política para hacernos cumplir sus caprichosos mandatos.
Por mi parte, no estoy en absoluto de acuerdo con que el Estado goce de una excepcionalidad moral frente al ciudadano (lo explico más extensamente en el capítulo 2 de mi último libro, Contra la renta básica): los políticos deberían estar sometidos a los mismos principios jurídicos que cualquier otra persona y, por tanto, no deberían tener permitido hacer nada que el resto no podamos a su vez hacer.
Desde luego, podría entender que Falciani discrepara y, en tal caso, mantener un interesante debate al respecto. Ahora bien, lo que no puede entender es la hipocresía manifiesta de los actos de Falciani: si considera que los Estados gozan de autoridad política para imponer normas de coactivo cumplimiento (como las fiscales), ¿por qué el mismo Falciani ha escapado de la Justicia suiza que lo acusaba de haber incumplido una norma (el secreto financiero) que en su propia lógica el Estado suizo tenía la autoridad política de imponerle? O dicho de otra manera, ¿por qué el Sr. Falciani cree estar actuando rectamente cuando se refugia en España escapando de la legislación suiza, pero, al mismo tiempo, se cree legitimado para contribuir a cazar a aquellas otras personas que refugian sus patrimonios en Suiza escapando de la legislación fiscal española?
Esa es la gran contradicción que debe afrontar Falciani: por qué él sí está legitimado a saltarse las normas del Estado, pero el resto de mortales no. De hecho, puestos a saltarse las leyes, me parece mucho más digno y justo saltárselas para evitar que te roben que para cooperar en que roben a otro.