Sindicatos y trabajadores forman un dueto disonante en no pocas ocasiones. Esta afirmación antecede a la pregunta que me atrevo a poner sobre la mesa: ¿cuándo los sindicatos, más aún los de izquierdas, defenderán los intereses esenciales de los trabajadores, sean éstos empleados o no? O dicho de otro modo, ¿cuándo los sindicatos asumirán la función que justifica su existencia?
Estamos ante un problema de responsabilidad política y funcional, y personal. De la información de que disponemos resulta evidente que la confianza de los trabajadores en los sindicatos está bajo mínimos, a juzgar por las tasas de afiliación efectiva (o sea, con pago de cuotas); sin embargo, se enredan a diario como si se ostentaran un mandato de los trabajadores, condicionante de la actividad sindical.
La situación es tan alarmante que es necesario preguntarse por qué se enfadan tanto los líderes sindicales cuando aumentan el empleo y las cotizaciones a la Seguridad Social. Las reacciones no se hacen esperar, con argumentos primitivos que ponen de manifiesto el distanciamiento de la actividad sindical de las pretensiones esenciales y lícitas de los trabajadores.
Abundan expresiones como contrato basura, temporalidad o precariedad, que ensombrecen la realidad y crean confusión, precisamente por parte de quienes estarían llamados a aportar claridad y vías de solución al mayor drama del trabajador: no encontrar empleo.
Empeñarse en que la actividad económica se amolde a los deseos sindicales, de los trabajadores o de leyes que dan la espalda al mundo real es un error de gran magnitud. En algún momento aparecerán análisis rigurosos que cuantifiquen el número de parados ocasionados por determinadas pretensiones. Pensar que una actividad productiva se mantiene inalterada a los largo de los años es tan necio como pensar que la cantidad semanal demandada de cada producto es siempre la misma.
La demanda y la producción que tiende a satisfacerla se concentran en unas épocas y cesan en otras. Exigir que para una demanda de tres meses deba contratarse a trabajadores y emplearse procesos de producción de años sin término es contradecir la realidad del mundo en el que se vive.
¡Qué más podría desear el empresario que el que la demanda de sus productos fuera continuada a lo largo de los años! Si, como dicen los marxistas, el empresario tiene como objetivo enriquecerse con la plusvalía del trabajador, qué mejor para él que tener muchos trabajadores y durante mucho tiempo.
Si las leyes pretendieran acabar con la temporalidad, la precariedad, etc., el aumento del número de parados sería astronómico.
¿Por qué no opinan los trabajadores que buscan trabajo, en lugar de los sindicatos?